8. Viernes sangriento

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...

C A P Í T U L O  8

«Lo importante es que todavía tienes buena salud»

...


Dia 4 después de la desaparición del diario.

Viernes 6:40 am. 

El despertador sonó como un pitido lejano y molesto.

Sentía que había dormido tan profundamente y por demasiado tiempo. Aun así no quería levantarme o más bien, no podía. Mis ojos se resistían a abrirse y más al pensar que debía ir a Eistlen otra vez.

Al pensar en la escuela, recuerdos de todo lo que había sucedido en la semana me invadieron como flashes rápidos:

-Mi diario sigue desaparecido.

-Hice un escándalo porque pensé que lo tenía Nathan y al parecer era otro porque tiene uno idéntico.

-Reed sigue persiguiéndome a todos lados diciendo que quiere ser mi amigo y no sé qué.

Realmente hay algo extraño en él. Algo que me intriga, me da demasiada desconfianza y, por alguna razón, siento que tiene algo que ver con la desaparición del diario. Sí, sé que él dijo que no lo tenía. De hecho, lo juró. ¿Pero qué tan ciertas podían ser sus palabras?

De pronto, sentí que algo me molestaba en la mano. Abrí un solo ojo encontrándome con un anillo, un hermoso anillo dorado en mi dedo índice.

¿Qué? Debo seguir soñando.

Volví a cerrar el ojo y me acomodé en la cama para dormir un poco más, pero la verdad sentía que algo me seguía molestando en el dedo. Aún en estado de zombi, obligué a mis ojos a abrirse lentamente y me di cuenta de que efectivamente había un anillo allí.

Que cosa más rara. Odio los anillos.

Me lo saqué y lo acerqué a mi rostro para apreciarlo mejor.

Entonces lo vi.

Sangre.

Había sangre en mi mano.

El anillo se me cayó de las manos y rodó por el suelo hasta chocar con la pared. Todo quedó en un espeso silencio después de eso, lo único que se escuchaba era mi corazón que había empezado a aumentar su ritmo, fuerte y marcado.

Me senté incorporándome en la cama con rapidez. La habitación aún estaba un poco a oscuras, ya que las cortinas permanecían cerradas, pero vi perfectamente la mancha en mi mano que, al parecer, se extendía por todo mi brazo. Destape las sabanas y mi corazón se disparó.

Mis piernas y mi pijama estaban cubiertos de sangre también. Fruncí el ceño desconcertada. ¿Pero qué ha pasado aquí?

Me levanté de un salto y corrí a encender las luces. Mi mirada cayó en la mano que oprimió el interruptor y luego fue a parar en la otra. No era solo una, ambas estaban cubiertas del líquido carmesí.

Levante la cabeza, esperando lo peor, y me observe en el espejo de cuerpo completo frente a mí. Sí, lo peor era un hecho. La imagen de mi cuerpo, desde mi rostro hasta mis pies desnudos, cubierto con salpicaduras de sangre por todos lados me provocó una desagradable sensación. 

Miré a todos lados en la habitación con la esperanza de que algo me dijera que esto era un sueño, pero todo parecía indicar que era real y lo comprobé cuando una voz me llamó desde fuera:

—Any, ¿Estás despierta?

Di un salto en mi sitio sobresaltada al escuchar la voz de mi madre. Mi corazón latió sin control al pensar que abriría la puerta en algún momento, pero su voz se escuchó lejana como si se hubiera detenido a mitad de las escaleras.

—Si, eh, estoy cambiándome, mamá —grité todavía paralizada.

Pero no podía quedarme allí. Si no me veía, mi madre era capaz de volver tras sus pasos y entrar a la habitación. Obligué mis piernas a moverse con el corazón latiéndome a mil por segundo y tomé un hondo suspiro.

Abrí la puerta y asomé parte de mi rostro por esta con la esperanza de que mi madre estuviera lo suficientemente lejos como para que no notara las salpicaduras de sangre. Gracias al cielo estaba literalmente a mitad de las escaleras muy apresurada.

—Ah, allí estas, cielo –dijo poniéndose un tacón con una mano y sosteniendo su celular contra su oreja con la otra—. Pensé que te habías quedado dormida como yo. Llegaré un poco tarde de la oficina hoy. La cena está en el refri. Te quiero, Any.

Me mando un beso y termino de bajar las escaleras a toda velocidad.

Cerré la puerta y me apoyé en ella para tener algo de estabilidad mientras mi pecho subía y bajaba por mi agitada respiración.

En ese momento, mi celular empezó a vibrar en la mesita de noche. Lo observé sin moverme hasta que empezó a causarme dolor de cabeza porque no se detenía. Di un par de pasos aun en estado de shock y sostuve el teléfono entre mis manos, pero mis ojos volvieron de forma abrupta hacia la mesa, porque sobre esta había un cuchillo cubierto de sangre también.

El celular se me cayó de las manos.

¿Qué-demonios-está-pasando? 

¿Yo lo había hecho? ¿Qué cosa hice exactamente? ¿De quién era la sangre? ¿Por qué no puedo recordar nada después de que me fui a dormir? ¿Soñé algo? ¿Con qué soñé? ¿Aún estoy soñando?

De pronto, mis ojos fueron a parar en una manga que sobresalía debajo de mi almohada. Mis manos se movieron con una rapidez impresionante, levantándola y me encontré con una blusa que no era mía con manchas de sangre por todos lados.

No. 

Yo no pude haber hecho nada. Hace mucho había decidido que no asesinaría a nadie, que reprimiría mis deseos de venganza hasta mi último año de escuela y luego me iría de Ellenville Rain para siempre. No iría a la cárcel y viviría una vida normal.

¡¿Entonces que carajos está pasando?!

Como si fuera una especie de señal, mis ojos se posaron en el anillo que había dejado caer hace un rato. Esta vez, con todos mis sentidos alerta, lo observé horrorizada porque yo reconocía ese anillo.

Era de Emillie.

El primer nombre que escribí en El diario de la muerte.

Su anillo.

Su blusa.

Un cuchillo.

Sangre por todas partes.

Dolor de cabeza.

Laguna de memoria.

Y todo se resumía en algo tan simple como...

Yo maté a Emillie Ovard.


El diario de la muerte ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora