Capítulo Treintainueve. - De camino a Hogwarts.

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Alice no logró dormir bien. El payaso aparecía sobre el cuerpo ensangrentado de Harry; el profesor Snape lloraba sobre el cuerpo sin vida de una mujer que no lograba identificar y ella solo podía llorar mientras veía como todas las personas que la rodeaban desaparecían tras un destello color esmeralda. Despertó sobresaltada y desorientada, y después de encontrar sus anteojos sobre el buró vio que Harry ya se había vestido y estaba hablándole.

— Buenos días, Ron me dijo que la señora Weasley está preocupada de que perdamos el tren. Será mejor que te arregles.

— Si, gracias. — se levantó y se fue rápidamente a su habitación.

Alice comenzó a vestirse lo más rápido posible mientras se encargaba de verificar que no le faltaba nada. Al comenzar a revisar los libros se percató de que Winky había comprado de más. No estaba molesta, al contrario, al leer todos los títulos se dio cuenta de que estos le facilitarían la comprensión de los temas que se encontraban dentro de los libros oficiales. Alice solo pudo sonreír mientras pensaba que Winky merecía una gran recompensa por un trabajo tan bien hecho. Al terminar su revisión Meeko apareció e hizo levitar su baúl. Alice le agradeció y comenzó a bajar las escaleras para ver si ya podían irse.

— Harry y Alice, ustedes vienen conmigo y con Tonks —gritó la señora Weasley para hacerse oír sobre los chillidos de «¡SANGRE SUCIA! ¡CANALLAS! ¡SACOS DE INMUNDICIA!»

— De acuerdo, Meeko se encargará de mi equipaje.

— Excelente, en ese caso. — centró su atención en Harry. — deja tu baúl y tu lechuza; Alastor se encargará del equipaje... ¡Oh, por favor, Sirius! ¡Dumbledore dijo que no!

Un perro negro que parecía un oso había aparecido junto a Harry mientras éste trepaba por los baúles amontonados en el vestíbulo para llegar a donde estaba la señora Weasley.

— En serio... —dijo la señora Weasley con desesperación. — ¡Está bien, pero allá te las compongas!

Luego abrió la puerta de la calle de un fuerte tirón y salió a la débil luz del día otoñal. Harry y el perro la siguieron. La puerta se cerró tras ellos, y los gritos de la señora Black dejaron de escucharse de inmediato.

— ¿Dónde está Tonks? — preguntó Harry, mirando alrededor, mientras bajaban los escalones de piedra del número 12, que desaparecieron en cuanto pisaron la acera.

— Nos espera allí. — contestó la señora Weasley con tono frío apartando la vista del perro negro que caminaba con torpeza sin separarse de Harry.

Una anciana los saludó cuando llegaron a la esquina. Tenía el cabello gris muy rizado y llevaba un sombrero de color morado con forma de pastel de carne de cerdo.

— ¿Qué hay, chicos? — les preguntó guiñándole un ojo. — Será mejor que nos demos prisa, ¿verdad, Molly? — añadió mientras consultaba su reloj.

— Ya lo sé, ya lo sé. — gimoteó ésta mientras daba pasos más largos. — Es que Ojoloco quería esperar a Sturgis... Si Arthur nos hubiera conseguido unos coches del Ministerio... Pero últimamente Fudge no le presta ni un tintero vacío... ¿Cómo se las ingenian los muggles para viajar sin hacer magia?

— Van en auto, autobús o le piden a un amigo que los lleve. En el peor de los casos sería irse a pie, justo como lo hacemos ahora. — respondió Alice en lo que se ponía una boina para poder cubrir su cabello y pasar más desapercibida.

En ese momento, el enorme perro negro soltó un alegre ladrido y se puso a correr detrás de las palomas y perseguirse la cola. Alice y Harry no pudieron contener sus risas. A pesar de sus recientes salidas, Sirius había pasado mucho tiempo encerrado en la casa, por lo que era bastante comprensible su comportamiento. Tardaron veinte minutos en llegar a King's Cross a pie, y en ese rato no ocurrió nada digno de mención, salvo que Sirius asustó a un par de gatos para distraer a Harry y Alice. Una vez dentro de la estación, se quedaron con disimulo junto a la barrera que había entre el andén número nueve y el número diez hasta que no hubo moros en la costa; entonces, uno a uno, se apoyaron en ella y la atravesaron fácilmente, apareciendo en el andén nueve y tres cuartos, donde el expreso de Hogwarts escupía vapor y hollín junto a un montón de alumnos que aguardaban con sus familias la hora de partir. Alice sonrió con emoción, finalmente podría subirse al expreso de Hogwarts.

Dos caminos, un mismo destino.Where stories live. Discover now