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—Ya, ¿y qué planeas?—Frank chequeó la hora en su teléfono y notó que se estaba haciendo un poco tarde, así que despidiéndose rápidamente de Jamia, salió casi corriendo hacia el edificio de su universidad.

Pero la pregunta quedó merodeando en su cabeza por un buen rato, qué planeaba hacer. No lo sabía, claramente.

No tenia muchas opciones, a decir verdad solo resignarse y entender (u obligarse a entender) que Gerard no podía estar con él, y esa era la única realidad. Aunque Mikey le había asegurado que Melissa era una de las amigas del pelinegro que aún conservaba de la universidad, Frank no estaba tranquilo.

No es como si pensara que pudieran robarselo, porque no eran absolutamente nada y de todas formas cada persona podía hacer lo que quisiera, pero sentía malestar cada vez que pensaba en Gerard saliendo con otra persona, besando a otra persona, compartiendo su cama con otra persona.

¡Hey!—una mano pasó frente a su rostro, llamando su atención al instante—, estaba preguntandote sobre los apuntes de la semana pasada.

—Oh, claro—Frank solo asintió y compartió con uno de sus compañeros las hojas que tenía en su mochila, sin siquiera fijarse como debería. Apreciaba mucho a sus compañeros de universidad, pero no tenía ganas de hablar con ellos, y que interrumpieran sus hermosas fantasías con su enamorado.

Las semanas pasaban lentamente, como siempre lo hacían, cada día enamorandolo más de su amor secreto; con cada fotografía que publicaba en sus redes sociales, cada mensaje que se enviaban de vez en cuando, en donde la mayoría de las veces Frank era quien comenzaba la conversación, también en los recuerdos de su voz y sus amables palabras.

Michael estaba muy ocupado con sus propias cosas, y no tenia nada de tiempo para escuchar su palabrería sobre Gerard, en especial porque parecia un adolescente de quince años, pero aún así intentaba tranquilizarlo y hacerle saber que su hermano estaba completamente libre para la primera persona que pudiera enamorarlo.

Y eso lo entusiasmaba enormemente.

Y después lo desilusionaba.

Y su vida llevaba ese círculo vicioso desde semanas y semanas atrás, sin poder rendirse ni dar un paso más. Debían conocerse mejor, conversar, quería escuchar todo que Gerard pudiera contar y divertirse con Bandit todo el tiempo que pudiera.

Necesitaba tiempo, mucho tiempo.

***

Gerard extendió una de sus manos por el suelo de su jardín trasero. Se encontraba a un lado de la puerta, descansando en el piso de madera, observando simplemente la oscuridad de la noche y las estrellas.

Sintió en sus dedos el vidrio grueso y frío de su cenicero, estaba completamente limpio, hasta que dió otra calada a su cigarrillo y dejó a las cenizas caer allí. Siempre limpiaba esa pieza luego de usarla, porque no deseaba que alguien lo descubriera y no poder negarlo de ninguna manera.

El cigarro descansaba en su boca tranquilamente, Gerard inhalaba leve y soltaba el humo, admirando los dibujos extraños que formaba. Dió un suspiro pesado y continuó fumando, intentando dejar ir todos sus pensamientos en ese pequeño cilindro.

Aunque ciertamente no iba a ser así. Debía seguir con todos los problemas de su vida, pero al menos esos minutos resultaban relajantes, y le agradaban.

Sentir el calor cerca de sus labios era placentero, pero también se sentía culpable. Todos pensaban que había dejado de fumar hace ya dos años, pero no era así, solo lo fue por un tiempo, apenas unos meses, y comenzó a esconderse por la noche para poder hacerlo.

No estaba orgulloso para nada, pero el día siguiente sería bastante pesado para él; lunes. Comenzaba despertando a Bandit, cuando incluso él ni siquiera deseaba hacerlo, luego la dejaba en su escuela, para después dirigirse al trabajo, y su día iba en automático como siempre, hasta el momento en que la chispa del encendedor se encendía y el humo inundaba sus pulmones de nuevo.

Pero su lunes no fue lo que esperaba.

Alzó su cabeza abruptamente, admirando los rayos del sol que entraban por su ventana. Y notó que algo andaba mal. Tomó su celular, daban las 8:00 a.m.

Debía haberse levantado una hora y media antes.

Fue casi como un parpadeo el momento en que se levantó, vistió y se dejó en perfectas condiciones para ser visto por las personas, a excepción de su hija que se abrazaba a las piernas de su padre, de mal humor por haber tenido un despertar tan brusco.

—Papi—Gerard prestó atención a su hija, que descansaba en el asiento trasero del auto. Mientras el mayor le reiteraba que tuviera cuidado con su taza de chocolate (otra vez estaba desayunando en el vehículo) la niña intentaba recordar sus clases de la semana pasada—, tengo que llevar papeles de colores.

Tenía su voz aún un poco somnolienta, y una manera de hablar característica de todos los niños.

Gerard puso sus ojos en blanco, lo había mencionado justamente cuando se estacionó frente al establecimiento. Abrió la guantera de su coche y buscó algún tipo de papel, encontró algunas fotocopias antiguas, de quién sabe qué.

—¿Y los colores?—indagó la niña cuando se las entregó, un poco confundida, sin querer dejar el carro aún, para permanecer con su padre.

—Son de color blanco—respondió el mayor simplemente, regalandole una sonrisa para hacerla reír—, bien, vamos.

Dejó a la pequeña en su escuela con un beso sobre su frente, disculpándose con la maestra.

Al continuar con su camino, ya podía oír a la agradable señora Jones regañarlo, pero con cariño, como ella decía.

Luego de disculparse por segunda vez en el día, comenzó con los primeros estantes que debía ordenar, y se preguntó por qué demonios las personas no dejaban los libros en el lugar que debían estar.

Todo iba absolutamente normal, hasta que luego de colocarse sus lentes y comenzar a leer la contratapa de uno de los libros, notó a un joven un poco torpe ingresar a la biblioteca, y pudo saber que era torpe porque sus apuntes se cayeron.

Ni siquiera se preocupó por ayudar, ya que en menos de unos segundos el joven ya los había alzado, pero aún así iba a acercarse, porque le gustaba mucho encontrarse con Frank.

Soon We'll Be Found. [Frerard]Where stories live. Discover now