Libido Sanctus

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NUESTRA SANGRE, NUESTRO PECADO

Capítulo VI. Libido Sanctus (Santa Lujuria)


"Quedará encinta... Un hijo provocará su muerte y la tuya al intentar protegerla; sin embargo, si no llega a término, tú sobrevivirás y ella también."

El edificio tembló, producto de un terremoto cuando Ezio retiró el Cetro de su lugar de reposo. Rodrigo Borgia había huido del sitio.

No fue ilusión aquel desastre natural. Todos en el castillo sintieron el estruendoso acontecimiento, provocando un volcamiento en masa para evacuar el lugar. Claudia estaba cerca de la entrada principal mientras todo eso ocurría. Varios soldados apuntaban con sus lanzas hacia ella, pero apenas podían sostenerse en pie para continuar la batalla, además de que varios sacerdotes y guardias se abalanzaban en ese enorme patio como una estampida de animales salvajes: gritando, empujándose y pidiendo auxilio a Dios.

Claudia aprovechó esta histeria masiva para correr (como pudo) hacia un patio que conectaba directamente con el puente para la salida del Vaticano. Había carretas viejas, pero resistentes aún, que contenían fardos de heno. Buscó con la mirada a su hermano en los techos de las abadías cercanas o en las torres altas; pero no lo visualizó. El terremoto estaba cobrando más potencia, varias de las columnas no estaban diseñadas para soportar el movimiento oscilatorio, empezando a cuajarse hasta que una torre se derrumbó. Por fortuna el patio era amplio y en cualquier segundo ella podía esquivar... O escapar.

Pero no podía dejar a Ezio atrás. ¿Dónde diablos estaba? ¿Lo habría matado Borgia? No. Él no moriría en esas condiciones. No podía morir ahora.

Por un giro del destino, casi por coincidencia, Claudia observó una atalaya a unos cien metros de su posición. En el pico de ésta estaba la inconfundible silueta de Ezio, pero parecía tener problemas con hacer un salto de fe. Claro, en medio de ese caos, no había lugar donde aterrizar de forma estable; hasta el jodido piso estaba agrietado. Su única salida era un lanzamiento hacia el río que rodeaba la edificación. Miró cómo su hermano saltaba entre torres para lograr su objetivo, saltando finalmente hacia el agua. Ella no perdió tiempo, adentrándose en las habitaciones del Vaticano para lanzarse también, pero le preocupó no ver emerger a Ezio después de su clavado.

Saltó sin pensarlo dos veces desde una plataforma con balcón. El impacto contra el agua no fue tan doloroso como visualizar a Ezio hundiéndose cada vez más. Asustada, Claudia nadó rio abajo para poder sostenerlo y sacarlo a flote con mucha dificultad. El cauce era sacudido con el terremoto también, era difícil maniobrar en las grandes olas que se formaban, pero finalmente logró arrastrar a su hermano hasta uno de los embarcaderos de la ciudad, donde varios de los pesqueros y comerciantes le ayudaron.

Claudia estaba exhausta con la natación, había tragado mucha agua y no dejaba de toser por la cuasi asfixia, sin embargo, podría sobrevivir. Lo más importante era que Ezio recuperara la consciencia. Para su infortunio, se dio cuenta de su gravedad cuando se acercó al tumulto de gente alrededor de su cuerpo tumbado en la arena. Un médico, buen samaritano, trataba de reanimarlo presionando su pecho y despojándolo de todo el metal que hacía presión en el tórax. Claudia notó que había sangre en la ropa de Ezio, y por la localización se trataba de la herida que recientemente le había suturado. Ahora emanaba sangre.

Finalmente el asesino tocio con brutalidad y un boquete de agua fue vomitado, provocándole arcadas.

—Necesita un cuidado especial —fue el veredicto del galeno arrodillado para ayudarlo mientras se recomponía. —¿Es usted su compañera?

Nuestra sangre, nuestro pecado (Assassin's Creed: Ezio/ Claudia)Where stories live. Discover now