Sancti Doloris

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NUESTRA SANGRE, NUESTRO PECADO

Capítulo I. Sancti Doloris (Santo Sufrimiento)

Su mirada se elevó sobre el alfeizar de la ventana en el tercer piso de aquella casa de placer. Divisó un caballo blanco alejarse entre el gentío que pasaba entre las calles llenas de la última llovizna de verano en la loza de piedras, mientras el jinete que cabalgaba giraba su rostro de lado, como dirigiéndole una despedida. Y ella sabía que esa despedida esta vez, duraría meses. Con su mano apretó el medallón que él le había regalado por su cumpleaños número veinte: era un objeto esferiforme hecho de plata con el escudo de los Auditore tallado sobre su superficie, que solo le recordaba la nostalgia de verse separada, una vez más, de su hermano. El único hermano que le quedaba.

Claudia Auditore no observó más tiempo cómo Ezio se dirigía a una nueva misión, cerrando el ventanal de su alcoba, donde se hallaba su madre sentada en una esquina tejiendo, como solía hacerlo siempre desde el asalto a su hogar en Florencia. "Maldita la hora que decidieron tentar al destino", pensaba ella en una rabieta contra todos aquellos vástagos que se atrevían a levantar un dedo contra su familia. Tenía pesadillas recordando ese día. Ella era una adolescente cuando le arrebataron la vida de su padre, de Federicco, de Petruccio... Todos fueron concebidos para ser asesinos, pero su hermano menor no, él era un niño apenas, un niño delicado de salud que era feliz recolectando plumas. Merda, ¿por qué? ¿por qué pelear antiguas rivalidades con sangre inocente? Una pelea que había durado por siglos, que bien sabía no terminaría nunca.

El único que había quedado para llenar el vacío de la muerte de casi toda su familia era Ezio, pero desde su consagración en el credo como asesino, y avanzando día a día en su maestría y liderazgo, se le hacía imposible mantenerse cercana. Las palomas era el único medio de comunicación, pero continuaba siendo insuficiente. Como mujer y hermana, tenía el deber de apoyar a Ezio y la causa que defendía su credo, que sin saberlo, ella había adoptado, siendo instruida bajo sus enseñanzas y preceptos desde su nacimiento. Su madre contrajo nupcias sabiendo el futuro que pactaba con el linaje Auditore de su padre.

"Es increíble lo que logra hacer el auténtico amor" pensaba al recordar cuánto se amaron sus progenitores, pero ella solo tenía su soledad y un burdel que dirigir. No se quejaba de la situación a pesar de todo, su cabeza seguía en su lugar y no había tenido el infortunio de conocer la horca; pero con los años deseaba cumplir ciertos deseos egoístas femeninos, por más que su primer objetivo fuera velar por el bien de su familia. Entre esos deseos se hallaba vivir en paz en las viñas aleñadas a la Toscana, conocer al hombre de su vida, ver crecer a un par de niños y todas esas cosas estúpidas que solo las mujeres empiezan a sopesar. Su lado agresivo también entraba en juego por su ferviente reprimenda a los hombres alrededor suyo que se negaban a enseñarle el arte de matar como los asesinos. Ella quería formar parte del credo, mierda. Sus motivos eran más que obvios por ser una Auditore, pero para ella sus prioridades era tomar venganza, estar junto a su hermano y probarse a sí misma que no era débil; en ese orden.

Debía esperar una vez más.

Signorina Claudia, signorina Claudia! — escuchó detrás de la puerta una voz desesperada de mujer, seguido de dos toqueteos fuertes. En seguida adoptó posición de defensa parada frente a su madre. No era raro que hubiera ataques seguidos a la casa donde realizaban sus conspiraciones, que los habían obligado a mudarse tres veces de cuartel, incluso teniendo mercenarios cubriendo un perímetro considerable.

—¿Qué sucede? — preguntó con algo de desconfianza

—Tengo un mensaje del Zorro, signorina

Nuestra sangre, nuestro pecado (Assassin's Creed: Ezio/ Claudia)Where stories live. Discover now