Ora pro nobis

92 5 0
                                    

NUESTRA SANGRE, NUESTRO PECADO

Capítulo IX. Ora pro nobis (Ruega por nosotros)

A los pocos días de convertirse en asesina, Claudia había comenzado a reunirse con varios miembros del gremio que deambulaban Roma. Ezio le había informado que él planearía una estrategia para infiltrarse al Castel Sant'Angelo y acabar con el asunto de los Borgia de una vez por todas. Le había insistido en que debía realizarlo en solitario, por un sentido de la obligación. Ella no rebatió el argumento, pero su hermano salía todo el día y lo extrañaba. Agradecía a Solari que siguiera dándoles un techo para refugiarse, pero comenzaba a creer que estar en el mismo sitio afectaba su atención, pues permanecía inerte ante conversaciones con las prostitutas, o se mareaba de la nada, o la atacaban dolores de cabeza. Lo más extraño que ocurrió ese día, luego de despedirse de Ezio por la mañana, fueron las náuseas.

—Por enésima vez: no, no comí nada en mal estado —dijo con fastidio a las chicas alrededor suyo.

—¿No tendrás alguna enfermedad rara que hayan traído los franceses? —sugirió madonna Solari, peinando sus trenzas

—Lo dudo. Había pilas de cadáveres quemados. Sería muy extraño un contagio solo por inhalar restos humanos

Las chicas pusieron cara de asco ante el comentario. Claudia no solía ser sensible ante esos temas. Y no tenía sentido, porque las náuseas habían desaparecido, pero su repentina sensación de pesantez la abrumaba. Siempre había sido una mujer muy saludable.

—Si continuo así mañana, deberé consultar con un galeno. No podré hacer misiones

En la noche, cuando Ezio volvió, no le comentó sobre sus malestares, pero disfrutó de una velada muy apasionada, múltiples veces y en diferentes posiciones.

A la mañana siguiente se dispuso a compensar el tiempo y recorrer las calles de Roma. Ezio no regresaría hasta tarde, así que tenía horas de sobra para turistear. Salió del prostíbulo, decidida. No había tenido molestias matutinas, lo cual la alivió enormemente.

Caminó hacia el mercado, comprando una que otra chuchería, pero sintió nauseas súbitamente, más potentes que las anteriores, a tal grado que la obligaron a correr hasta un muro de piedra colindante al río para vomitar.

El vómito fue tan estrepitoso que una anciana se acercó para confortarla.

—Pero, querida, vaya que ha sido un espectáculo no tan agradable —le dijo, palmeando su espalda. —Te acompañaré con un médico, vamos

Claudia seguía con la cabeza en dirección al rio, tratando de recobrar el aliento. No estaba acostumbrada a interactuar con extraños, pero esta ocasión no chistó ante la ayuda amablemente ofrecida, y después de limpiarse el resto de la porquería, accedió a visitar un galeno.

La anciana y ella caminaron hacia el primer hombre con máscara que encontraron. La mujer insistió en acompañarla durante la revisión, pero Claudia declinó cordialmente. Ahora que lo reflexionaba, su carácter siempre fue solitario.

—Muy bien, signorina. Dígame en qué le puedo ayudar

—Ah... No me he sentido bien físicamente estos días —comenzó. —tengo pesantez, náuseas sin haber comido nada, hoy vomité recién

—¿Ha notado algún otro cambio? Por ejemplo, en su piel o en sus hábitos alimenticios

Claudia meditó unos segundos. A decir verdad, las náuseas y los vómitos de esa mañana no la alarmaron porque realmente no se sentía enferma.

—He estado distraída —recordó. —He comido muchos ravioles... Y remolacha. No suelo comer remolacha, la aborrezco

—Ya veo... Signorina, ¿usted está casada?

Nuestra sangre, nuestro pecado (Assassin's Creed: Ezio/ Claudia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora