Ego fateor...

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NUESTRA SANGRE, NUESTRO PECADO

Capítulo IV. Ego fateor... (Confieso que...)

Cinco días después...

En un cementerio había más ruido comparado a la comunicación de Ezio y Claudia: simplemente lúgubre y macabra, pero por el tinte silencioso e incómodo que ambos Auditore compartían en el prostíbulo de madonna Solari. Desde la discusión, Claudia había decidido tomar otro dormitorio. El solo hecho de pasar cerca de su hermano, la enojaba; por su parte, Ezio no quería disculparse porque sabía que él tenía la razón. Probablemente ella no entendía la gravedad que implicaba quedarse con él, solo por ser el maestro del gremio ya traía a toda Roma detrás de su cabeza; si lo hallaban, ella sufriría el mismo destino.

—Deberías explicarle mejor tu preocupación —dijo Helena, una de las prostitutas. Estaba sentada sobre las piernas del Auditore, obviamente con una buena paga previa para permitirle sobar su voluptuoso trasero, y aunque ella fuera bella y sensual, parecía que el amigo de su jefa (Solari) solo sabía repetir el nombre de su hermana. —A todas las mujeres les gusta ser buscadas, aunque sean orgullosas

—No conoces a Claudia. Cuando se enfada, es más terca que una mula

—Oh, vamos. Solo debes comprar un par de rosas y acercarte para hablar con ella. No querrías estar peleado con tu familia, ¿verdad? —decía en un tono felino, paseando sus manos encima del pecho velludo del hombre. —Además, si tanto te importa cuidarla como dices, ella sabrá comprender. Solo necesitas tratarla como una verdadera mujer y no como una niña. Probablemente te sorprendas de lo que tenga que decir

Con ese plan, el asesino esperó que anocheciera para poder hablar pacíficamente con Claudia. Se paró al pie de su habitación y tocó dos veces.

Sin respuesta.

Lo volvió a intentar, pensando que su hermana estaba en una posición de dignificación absurda como para abrirle. Sin obtener réplica, forzó la puerta para poder pasar. Le sorprendió que no tuviera el cerrojo puesto, así que entró con aire cabal pero solo halló un cuarto vacío. Estaba seguro de haberla visto entrar.

—¿Quién anda ahí?

Escuchó la voz de Claudia proveniente del otro extremo, separado por una cortina de cuentas gruesas, color ámbar. Entre los espacios de los hilos donde pendían las cuentas y joyas, dejaba apreciar una figura femenina desnuda dentro de una bañera. No le cupo duda: su hermana estaba tomando un baño de aceites. El aroma era buganvilla.

—¿Ezio?

La voz de la chica no lo detuvo. Estaba en trance, fascinado por la silueta que podían captar sus ojos cafés. Con un movimiento suave, retiró la cortina transparente, corroborando lo que su nariz le indicaba. Sí, eran buganvillas. Había pétalos esparcidos en el agua de la misma flor, que combinados con el vapor y la temperatura soltaba un aroma embriagante. Y en medio de esa mezcla, estaba Claudia. ¿Siempre había sido así de bella?

La chica se había petrificado; mejor dicho, que su hermano la viera desnuda lo había hecho. Su primer reflejo fue cubrir sus senos, quedando estoica y sentada en la bañera sin emitir reclamo. Podría gritar instintivamente para correrlo, pero se sentía acorralada con su mirada, sobretodo porque él estaba de pie, viéndola con autoritarismo. Su corazón golpeaba fuerte contra su pecho, su sonrojo no podía ser más evidente. Dudaba si había sido a propósito encontrarla así para obligarla a hablar con él, pero se convenció que Ezio nunca tendría un plan tan tramposo.

Lo siguió con la mirada mientras el hombre se arrodillaba ante ella, recargando sus brazos sobre la enorme bañera. Hubo segundos de silencio hasta que él decidió romperlo:

Nuestra sangre, nuestro pecado (Assassin's Creed: Ezio/ Claudia)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang