Sanctus pactum

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NUESTRA SANGRE, NUESTRO PECADO

Capítulo VIII. Sanctus pactum (Santo Pacto)


Cinco días después... Piazza di San Pietro, El Vaticano 1488.


—¡Detrás de ti, Bartolomeo!

El hombre esquivó a tiempo el ataque y derrumbó a su oponente con su gran hacha. Con un golpe justo, logró desplomarlo y unirse espalda con espalda a Machiavelli.

—Te debo una, amigo —agradeció mientras más soldados iban tras ellos.

La pelea había iniciado de madrugada, apenas cuando Cesare Borgia había puesto un pie en el territorio romano, sin percatarse de que varios asesinos lo esperaban a las puertas. Ezio había anticipado su ruta de regreso y enviado varias palomas mensajeras para reunir la mayor cantidad de asesinos que pudieran combatir contra el ejército. Parecería una cobardía atacar mientras estuvieran indefensos y cansados de la batalla con los franceses, pero habían perdido el honor en todo sentido por la matanza sin piedad hacia los civiles. Un ejército sin honor, no valía para compasión.

Ahora, Ezio luchaba contra cualquier soldado frente a él, esperando el momento justo para toparse con el bastardo de Borgia. Ignoraba si Rodrigo participaba también en la pelea, pero a esas alturas su prioridad era terminar el asunto de una vez por todas, sin dejar de observar a Claudia, que también peleaba a unos metros. Por el modo de defenderse, sabía que podía confiar en que sobreviviría.

—¡Ahí! ¡Lo veo! —gritó el Zorro hacia Ezio, apuntando hacia un balcón de las torres principales del Vaticano. —¡Se ha escondido ahí!

El Auditore giró y efectivamente, notó que Cesare había optado por escapar en medio de la batalla, refugiándose tras los muros del palacio. Apretó los puños y siguió peleando con el resto de los soldados que quedaban. El número se había reducido a menos de cincuenta, y por motivos de lealtad, el reducido ejército decidió, de buenas a primeras, aceptar la rendición. Si no aplacaban al enemigo, entonces debían replegarse. Si el Vaticano quedaba desprotegido, caería el centro de la religión, y políticamente hablando, no se lo podían permitir. Además, la mayoría de los soldados estaban conscientes que su enfrentamiento no tenía un objetivo de conquista, sino de venganza encarnada entre la familia papal y el gremio.

Varios hombres alzaron sus manos para rendirse. Ezio deseaba seguir a Cesare hasta su escondite, pero Machiavelli lo detuvo por el hombro.

—Si vas ahora mismo, se considerará un acto de rebelión contra el papa. Incluso el mismo pueblo te acusaría de hereje

Ezio miró con rabia hacia la torre y se tragó las palabras.

—Los civiles son aliados nuestros, pero sus creencias son más fuertes —concluyó el filósofo. —Puede que su muerte sea beneficiosa, pero para proteger a la hermandad debemos mantener anonimato sobre un crimen así. No le des al pueblo facilidad para reconocerte

Por más que le enojara, tenía razón. En ese instante, un asesinato a sangre fría perjudicaría a la hermandad. Habría revueltas entre los pobladores, y serían tachados de traidores. Lo único que lo consolaba era que siempre habría más oportunidades para atacar, pero el cuándo no lo sabía. Guardó su espada e indicó a todos los mercenarios que lo siguieran para dar retirada, no tenía caso discutir términos bélicos si el comandante había abandonado su lugar como un perro con la cola entre las patas. Caminó a lado de Claudia y le indicó con la mirada que siguiera a lado suyo.

—¿Cuándo atacaremos de nuevo? —preguntó ella, enfundando su estilete.

—La próxima vez iré yo solo

Nuestra sangre, nuestro pecado (Assassin's Creed: Ezio/ Claudia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora