Capítulo 10

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—¿Por qué no te bajas del auto y hablamos con más tranquilidad? —la madre de Mark seguía parada junto a la ventana del pequeño

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—¿Por qué no te bajas del auto y hablamos con más tranquilidad? —la madre de Mark seguía parada junto a la ventana del pequeño.

—No creo nada que tengamos que hablar usted y yo, señora Barner.

—Dime Annie —sonrió con delicadeza.

Iba a abrir la puerta del carro cuando en cuestión de segundos yo salí y la pegué contra la ventana, colocando mi mano sobre su cuello, apretándolo. Ella jadeaba y mis dedos se enterraban en su piel. Sus ojos color bronce se fijaron en los míos, y las imágenes no tardaron en aparecer en mi cabeza.

Una mujer se encontraba arrodillada con las manos atadas a su espalda; estaba desnuda y con el rostro empapado por las lágrimas. Podía sentir el dolor de ella en ese momento, mi cuerpo quería retorcerse, me sudaban las manos y me dolía la cabeza. El rostro de la mujer cambiaba y respiraba con normalidad. Los golpes que le estaban propiciando no los estaba sintiendo ella; los sentía yo.

Cerré los ojos apartando las imágenes y empujé a Annie lejos de mi auto.

—No sé qué mierdas hayas hecho, pero no lo repetirás.

—Yo no soy tu enemiga, Yulian —se levantó del suelo y acomodó su hombro que se había desencajado cuando la lancé.

—Lo sé, ya lo dijiste.

—Solo quería mostrarte lo que sufrí —enarcó las cejas—, pero no sabía que tuvieras ese talento de absorber como esponja el dolor de los demás. Es demasiado interesante.

—No sé de qué hablas.

—Cada ángel líder tiene un poder, y al parecer ese es el tuyo.

—Eres una maldita loca.

Sonrió.

Me giré para volver a montarme en el auto. Cuando cerré mi puerta de golpe, Annie se apresuró para poder sacar al bebé de su silla.

Tristemente para ella, yo era mucho más rápida y fuerte. Así que se demoró más ella en sacar a Sarcks que yo en volverlo a poner en su silla y asegurarlo.

Me miró sorprendida, pero no le di tiempo de poder contemplar bien la escena porque me abalancé sobre ella y le di un golpe en la mejilla.
Volví a tomarla del cuello y mirando sus pupilas, viendo cómo se iban haciendo cada vez más grandes, comencé a hacer que sintiera dolor. Se retorcía bajo mi cuerpo queriendo escapar, pero eso no se lo iba a permitir. No le quité los ojos de encima sino hasta que sentí el cansancio que se apoderaba de mi cuerpo como una enorme ola.

Me levanté y ella se paró de un brinco del suelo. Me miraba confundida de pies a cabeza. Comenzó a maldecir por lo bajo.

—¿Qué mierda eres tú? —sus ojos gritaban terror.

—Soy la mierda que tú quieras que sea —sonreí—. Jamás pondrás una de tus asquerosas manos sobre mi hijo, no me importa que seas una maldita anciana. ¡Es mi hijo!

Liberada [Libro 2 Amarrada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora