Capítulo 4

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Sentí que me faltaba la respiración

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Sentí que me faltaba la respiración.

Eso no podía ser posible, definitivamente no podía ser posible.

—Sarcks... —susurré.

—¿Cómo has estado mi niña? —dio dos pasos hacia mí, pero se quedó a mitad del camino.

—No eres Sarcks, no puedes ser Sarcks.

—¿Cómo está mi pequeño sobrinito?

—Estás ignorando mis comentarios.

—No lo hago mi pequeña. Solo que seguiré hablando para que veas que soy yo, soy real —estiró sus brazos hacia mí—. Volví por ti, ¿no me extrañaste?

No sabía cómo reaccionar, ni siquiera podía verlo bien porque tenía mis ojos empañados a causa de las lágrimas que brotaban de ellos sin parar.

Estaba tomando al pequeño Sarcks contra mi cuerpo lo bastante fuerte, para que nadie pudiera arrebatármelo; eso fue lo único que pensé.

Sarcks cerró la puerta y se sentó en el suelo, en la esquina de la habitación a lo niño regañado. Sus ojos marrones seguían igual de brillantes que el mismo día en que partió.

Su tez seguía igual de blanca; tanto como el algodón.

Se le notaban las pequeñas venas que recorrían todos sus brazos, realmente parecía vivo.

Debía permitirme estos minutos de felicidad, así fueran eso; simples minutos. Así no fuera real, así fuera alguien más y estuviera usando su cuerpo, pero debía permitírmelo.

Era mi hermano, ¿Cómo no iba a recibirlo? ¿Cómo no iba a dejar que conociera a su sobrino? ¿Cómo no iba a permitirme esa felicidad?

—Te extrañé más de lo que podrías llegar a imaginarte en toda tu eternidad —me dejé caer en sus brazos, tal y como lo había hecho desde pequeña, aún con el pequeño Sarcks pegado a mí.

Se quedó unos segundos en silencio, y luego susurró junto a mi oído.

—Volvería a repetir cada paso en mi vida, volvería a cometer cada uno de los errores que he cometido a lo largo del tiempo, para volver a encontrarte.

Mi cuerpo se paralizó por completo.

Esa no era la voz de Sarcks

Podría reconocer esa voz incluso en el lugar más alejado del planeta tierra. Esa voz ronca, con ese tono de picardía que siempre tenía. Esa voz no se olvidaba.

Mark.

Giré mi rostro de inmediato y lo vi.

Sus ojos marrones casi negros con las manchitas de sangre que los adornaban. Su cabello negro que le caía sobre la frente... era él.

Sus ojos brillaron al encontrarse con los del pequeño Sarcks.

Mark llevó su mano suavemente a la del pequeño, y Sarcks no dudó ni un solo segundo en tomar uno de sus dedos con toda la fuerza que poseía.

Liberada [Libro 2 Amarrada]Where stories live. Discover now