1. Límite de extenuación

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Esa cosa de ser el nuevo "Emperador" le excitaba en sobremanera puesto a que le atribuía un poder sin igual. Sin importar en dónde estuviera —al lado de sus súbditos o succionando de aquel líquido escarlata de sus víctimas denominados mortales—; su cuerpo era sensible a cualquier estímulo. En específico a los feromonas que sus adorables copas de vino emanaban cuando su alma escapaba de su cuerpos... cuando dejaban salir el último suspiro... esos deleitables golpes de viento que se desvanecían con el viento agresivo; mientras que, Vanya, con dulzura y sadismo, atacaba cruelmente sus cuellos blandos.

Era cruelmente encantador.

Ah... si no fuesen tan coquetos quizás el antiguo Emperador no se hubiera dejado manipular por ellos... ¿Enamorar, le decían? Sí... como si ellos pudieran sentir tal cosa dentro su propio infierno.

El vendaval de afuera se percibía como un vorágine, como las tales y exactas palabras que usó Isadore para referirse a esa bazofia llamada «amor». Esa sensación de tolvanera, de pasión, Vanya solo podía sentirlo si se trataba del poder que le causaba dirigir un imperio.

—Es que no... Isadore —le habló Vanya, con los ojos cerrados, al cuerpo inerte de su igual que mantenía los brazos cruzados sobre su maltratado y delgado pecho. Estaba situado frente al ventanal de su balcón, pues no tenía fuerzas para moverse de ahí—, no puedo... No puedo entender lo que sentiste, y el porque de tu inconformidad, sino es esto... Poder. Autoridad. ¿Qué... más buscabas sino era el ver como todos bajan... sus cabezas cuando te ven? Esto es... un imperio que era tuyo, pero que ahora me pertenece...

Bostezó, cabeceando.

—Mi absolutismo... Ya no eres mi igual... nunca lo serás... A partir de ahora... soy por el que... tienen que velar cada día de sus miserables vidas. Es un hecho irrefutable...

«No peques de Soberbia, Vanya»

Vanya imaginó que su antes emperador diría esas palabras, pero si el jefe de jefes se encontraba ahí, admirando el caótico panorama que le ofrecía su propio infierno, no era mas que por desgano y pereza...

Buscar al culpable de la muerte de Isadore no podría ser más agotador...

—Mi emperador —lo llamó Borja, a sus espaldas. Ella sería una especie de emperatriz, pero no ordenaba a nadie como él—. No quisiera molestarlo como es debido. Todos aquí nos regimos bajo su jurisdicción, pero ha estado días enteros sin salir, extrañamente, incumpliendo con su obligación de Rey. ¿Se puede saber a que se debe su falta?

Vanya apretó sus labios de rubí y dirigió sus campanillas inyectadas de sangre hacia ella, pasando una mano por su rostro y recostándose en su ataúd. Costándole demasiado, y es que moverse siquiera un poco, le cansaba.

Maldita pereza.

—¿Qué decirte... Borja, qué tu no sepas ya...? Haber descubierto nuestro origen... que fuimos hecho de mezclas de gases... provenientes del humo... corpóreos pero sin sentimientos o humanidad pero hechos... paradójicamente, a la medida humana; eso... eso ha desgastado mis energías. No cuestiones... las decisiones de tu superior que muere de sueño.

—Disculpe mi insolencia, señor. La cuestión es que estoy estudiando a los mortales y he descubierto que los humanos nos llaman vampiros. Y han sido interesantes sus reseñas hacia nosotros. Quería compartirlo con usted.

—Habla...

—Bien. —Borja acercó sus pasos al ataúd de su señor y comenzó a leer los pergaminos que había redactado—. Bueno, aquí dice que brillamos si nos exponemos al sol. Y que somos unos malos patea gatitos. No tengo idea de que sea eso.

—Hmmm... tienen buen sabor... —musitó el Emperador adormilado.

—Emperador —rió la mujer de manera lacónica—. Se nos "asesina" con una estaca en el corazón, o la exposición a alimentos llamados ajo y crucifijos. Sol. Agua. Una gran variedad. Ahora, ¿Qué piensa usted que ha muerto nuestro Emperador? ¿Ese maldito mortal lo habrá apuñalado vilmente?

El desgaste físico de su cuerpo era un maldito martirio. Ello no tenían esa cosa llamada "sueño", pero si un límite de extenuación. Cansancio reflejados en habla y ojos.

—¿Habla... de esa inmundicia llamada... amor?

—Existen mitos acerca de lo que significa eso. Cuentos. Miles de historias. ¡Quedé encantada con una llamada La Bella Durmiente! —Su rostro se convirtió en una mueca de melancolía y despecho—. Estoy segura de que es un "vampiro". Se pinchó el dedo con el huso de una rueca. Tal vez es una estaca escondidas en bellas metáforas. Ella... quedó en el mismo estado que mi señor, ojos opacos, cerrados y sin vida alguna. Su amado la besó estando muerta. ¿No es diabólicamente encantador? Ella vivió después de eso.

—Vaya... los humanos son... excéntricos en verdad...

—Pero necesitamos una respuesta, mi señor, si esto es verdad, si esto funciona, ¿Quién lo besará?

—Déjame dormitar un rato... Borja... y tráeme al mas insignificantes de los humanos para recuperar mis energías.

—Sí, mi señor.

—Recuerda, al más insignificante, nadie puede levantar sospechas de nuestra existencia... Y de mí requiere que el maldito que mató a Isadore no viva para contarlo...

El nuevo emperador cerró los ojos y se dejó caer en el límite de su extenuación. Borja jamás sabría que mató a tantos humanos como pudo —sin saber si eso desataría un nuevo infierno—, solo para dizque celebrar su coronación. Ni que disfrutaba ser el jefe de jefes, el superior, el mayor; y que tampoco quería encontrar al famosillo culpable. Ella solo pensaba que su nuevo dueño apenas y dormía entre laureles.

Un rey como ningún otroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora