3. Hasta la calamidad

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De pronto, las ansias enfermizas de poseer hasta la calamidad por la que pasó Isadore; comenzaron  a sucumbir su cuerpo. Lo atacó de imprevisto y le fue difícil soportar el deseo y el impulso. Deseaba tenerlo todo, destruir los que hiciera falta, robarlo si le era necesario. Pero más allá del deseo, Vanya sentía una ansiedad que no terminaría nunca. Quizás el comienzo de un dolor sin fin. Quizás producto de su límite de extenuación.

Vanya dejó que sus deseos fuesen más que él, sobrepasándolo, dominándolo, comenzando a sollozar durante segundos que le parecían interminables... a pesar de que no habían saladas lágrimas que derramar.

Borja lo miró con el entrecejo fruncido, extrañada. Era cierto que habían situaciones así, en la que los seres como ellos, en un arrebato de estrés insostenible sollozaban... pero no Vanya... no el impertinente hombre de ojos rubí, el maestro, la antigua mano derecha de su señor. No él. Así que se sentó junto a su cuerpo.

El límite de extenuación había pasado. ¿Qué era lo que afligía a su señor? Vanya no lo sabía. Y él no estaba dispuesto a responderle y ni siquiera Borja quería preguntarle.

Pero desde hace unos días, y si era franco consigo mismo, Vanya se había sentido abrumado por sentimientos... extraños.

Como si le hiciera falta algo.

Como si necesitara algo que se le fue arrebatado.

Había premeditado el asesinado de Isadore, su amigo, su hermano, había obtenido su trono, había hecho desaparecer miles de personas. Y Vanya sabía que si paseaba por la tierra con tanta frescura y urgencia tenía que hacerlo manteniendo un perfil bajo, y aquello era difícil porque él nació para llamar la atención.

Ahora no podía controlar lo que sentía. Pero, ¿qué era?

¿Acaso estaba sintiendo angustia por la muerte de Isadore?

Solo estuvo consciente que en cuestiones de segundos, tenía a la emperatriz dispuesta ante él. No fue primera vez que se sintió rey, pues aquellos y aquellas que se encontraban bajo su dominio y ya habían estado bajo su cuerpo, estaban enriquecidos de atractivo y atributos incomparables; sin embargo Vanya normalmente no sentía atracción sexual por las mujeres demonio o mortales. Aunque había disfrutado de cantidades de sangre fluir por sus rojizos labios, de que había saboreado más besos fríos y lascivos de los que pudiera contar y se había acostumbrado al dulce sabor de pieles; no tenía pensado realizar el coito con Borja.

—¿Mi señor?

Iba a destrozar su piel en miles de miles de pedazos.

Iba a corromper su cuerpo blanco y virgen e iba a saciarse hasta de su última gota de sangre.

Iba a consumir todo lo que le pertenecía a Isadore, su reino, su emperatriz y hasta a su hermoso amante de rizos dorados cuando tuviera oportunidad...

—Por los abismos del maldito infierno —maldijo Vanya por lo bajo sintiendo cúmulos de sentimientos malignos aflorar en su interior. 

Ya no quería conformarse con una silla y un poco de respeto, o con una práctica sexual que iba a olvidar al día siguiente; quería pensar que podía tomar todas las almas que el emperador tanto había cuidado; que su hermosa emperatriz no se aparecería nunca más para prepararle el té a Vanya, y saber que fue por su culpa.

Ojalá Isadore también lo supiera...

Así que lo hizo, corrompió su piel y bebió su sangre hasta la última gota.

Insatisfecho.

Esas eran las palabras que estaban resonando en su mente.

Insatisfecho.

Estaba insatisfecho.

Así que decidió que era hora de volver a la Tierra, sin importar el caos que fuera ella... Ese lugar que había sido su paraíso y su refugio durante tantas noches; esas ciudades que había cobijado su insomnio de inmortalidad y sus actos impulsivos, aquellas flores y personas que habían sido su confort; todas esas horas que desperdició perdido en algún bar...

Su sorpresa fue tal que sus manos consiguieron tener un poco de calor; sintió sudor en la palma de sus manos y en su coronilla al ver las calles desoladas, y no sólo eso, sino que había un desastre dominando en aquella ciudad. Se encaminó un poco entre las calles del desolado Madrid, autos rotos y mucha sangre en el suelo, frascos grises que parecían haber expulsado gas antes.

Sí, Vanya era astutamente intuitivo, por lo que el reflejo de desplazarse velozmente se aplicó en automático, consiguiendo que el objeto contundente que iba hacia él, se estrellara con el coche que había estado admirado antes.

—Ah, Vanya, grandísimo hijo de perra. Por fin te dignas a aparecer.

Vanya intentó enfocar su vista, pues todo estaba difuminado y confuso. La silueta que añadía una presencia más en el lugar, de repente se volvió familiar. Era su novio.

—Estaba haciendo algunas cosas. Ya sabes, de aquí y allá.

—¿Y me contestas así?

—¿Así cómo?

—Con ese maldito desinterés.

—¿Por qué demonios me tiraste eso? —Vanya decidió cambiar rápidamente de tema.

Aquel que lo miraba como si fuese mucho superior que él, se acercó a donde estaba con paso firme, robándole un beso en que Vanya estaba seguro, pudo saborear el sabor amargo de Borja.

—Desaparécenos de aquí. Tengo un lugar.

Eso bastó para que su novio tocara su mano, y según su petición, llegaran a una casa oscura de llamativas propiedades ostentosas.

El vampiro, embriagado a más no poder por la confusión y el trance se dejó caer en el sofá de aquella casa y cogió un adorno de oro que reposaba sobre una mesa de vidrio negro.

—¿De qué quieres hablar? —preguntó Vanya.

—¿Por qué mierda estás como atolondrado? ¿Estás drogado?

—Por supuesto que no.

—Bien, ¿en dónde estabas?

—Tengo un mundo en el que soy el emperador, ¿lo recuerdas?

—No. Solo recuerdo que hiciste desaparecer como un loco a miles de personas en este lugar. La gente no se siente segura aquí, ¿sabes lo que ocurrió mientras te fuiste? ¡Protestaron, miles de mortales protestaron!

—Hablas como si hubiera algo de diferencia entre ellos y tú.

Su novio apretó los labios.

—Stephan, en serio, me gustaría prestarte atención pero estoy ensimismado con todas estas pertenencias. ¿De quienes son?

Vanya comenzó a andar por la penumbra del lugar robándose todos los artefactos que podía, quizás por nerviosismo.

—Pertenecieron a algún mortal que murió ahí afuera.

—Ah.

—Vanya, cumple con tu parte del trato.

Un rey como ningún otroWhere stories live. Discover now