4. Él ya es el mejor

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—Tú y yo no tenemos ningún trato, Stephan. Confundiste las cosas desde el principio. Yo soy alguien que camina solo.

—Pero yo...

—Tus preocupaciones no son mis problemas, todo lo que he hecho es por y para mí, porque...

—¿Te lo mereces?

Si lo que Stephan estaba esperando era alguna reacción, el semblante de Vanya no se alteró por aquellas palabras. Demasiado seguro de ellas. Demasiado altivo.

—Por supuesto que me lo merezco, es decir, mi nombre es Vanya.

Stephan largó una carcajada. Hacía tiempo que ni siquiera sonreía genuinamente, y se acercó a él.

—Es que se me había olvidado lo modesto que eras, Vanya.

Stephan logró conseguir comodidad en el regazo de Vanya, sintiendo su calor y sus manos en su piel, a partes iguales.

—Escucha, desde que Isadore "murió" las cosas no han estado tan bien que digamos.

—¿Disculpa?

—Quiero decir, la emperatriz del Reino también está... desaparecida.

—¿Tienes algo que ver? —Vanya negó inmediatamente—. Mírame a la cara, no me mientas. Puedo verlo en tus ojos, ¿qué hiciste?

—Siempre creyendo que puedes ver a través de mí.

—Si mal no recuerdo esa debería de haber sido mi habilidad como vampiro.

—Bien. Las cosas se fueron de control éstos días, yo...

Stephan se levantó de su regazo y se cruzó de brazos.

—Así que he pasado siglos de mi vida deambulando por las calles de la Tierra... esperando una oportunidad para por fin volver al infierno donde fui exiliado al ser un no presentado... porque mis padres traicionaron el trono del Rey dejándome crecer sin haber sido ofrecido a la Luna de nacimiento; ¿sólo para que tú vengas a cagarlo todo porque se te ha olvidado quién eres?

—Stephan...

—¡Había creído que por lo menos tu rencor hacia Isadore lo compensaría todo, que por fin Isadore iba a darme ese trono que me pertenecía a mi por derecho y ésta iba a ser mi oportunidad!

—¡No olvides quién soy! ¡Nunca fui tu mediador! ¡No soy un manipulable vínculo que tienes en tu poder al infierno! ¡Soy Vanya Tchaikovsky! —declaró el arrogante vampiro como si eso explicara sus faltas.

—¡Esos malditos que gobernaron por años en corrupción! ¡Eres un imbécil!

—¡No me grites!

Stephan continuó discutiendo como si Vanya no se hubiera alterado. La palidez en el rostro del más joven era infinita, pues sus venas negras, por donde solo corrían odio; podían verse.

—¡Claro! ¡Es que a mí nadie me manda a poner mi futuro en manos de inestable impulsivo! ¡Eres un desastre!

—¡¿Y por qué no lo hiciste tú?! ¡Ah! Es que había olvidado que no sirves para nada.

Stephan se detuvo súbitamente mientras las palabras de Vanya terminaban por inyectarle más odio del que jamás había sentido. Durante algunos instantes ninguno de los dos dijo nada. Simplemente Stephan veía un punto indefinido y Vanya lo veía a él.

—Es que no me la creo... —Stephan sonrió con amargura—. ¿De verdad eres tan ingenuo para creer qué ningún vampiro del infierno sospecharía la simultánea "muerte" del emperatriz y el emperador? ¿Consideras que nadie pensará que algo malo pasa? Míralos, a los mortales, creyendo que la criminalidad ha aumentado, pensando que sus familiares han sido secuestrados. Y todos han sido víctimas de ti. Pero ahí están ellos, protestando, alocándose, Vanya. Juegas con fuego y crees salir ileso de él.

Vanya se quedó callado, porque si era sincero consigo mismo, no tenía nada que objetar.

—Le he perdido el rastro al humano que ha matado a Isadore. Por sus manos corre sangre de emperador, ¿sabes lo que eso significa?

—Dímelo tú.

—La sangre se conserva dentro de nosotros. Si ingieres sangre de humano, no esperes ser inmune al sentimiento, o carecer de humanidad, ¿no te has sentido sentimentalista estos días?

—Caí en el límite de extenuación durante una semana. Apenas y desperté hoy.

—Eres un pésimo rey —opinó Stephan con un tono de voz suave, para nada recriminando—. Aquí estás, dejándolos completamente solos.

Silencio.

—Dejame a mí ser quien los lidere, Vanya Tchaikovsky... —Su semblante cambió a uno sereno—. Solo tú me puedes conceder el honor.

Vanya sintió que sus manos sudaban, así que las fregó con su costosa y fúnebre indumentaria. Quizás en un acto nervioso de su parte.

—¿Tú... mi emperatriz?

—Y mucho más que eso, tendríamos el infierno para nosotros, todo nuestro mundo siguiendo nuestra leyes... ¿No es encantador?

—Déjame pensarlo.

—El tiempo se agota, Vanya —insistió sutilmente—. Llévame de vuelta al infierno. —Stephan volvió a su regazo, travieso y coqueto como un astuto mortal—. Solo tú podrías cumplir mi petición, mi emperador.

Las palabras de Stephan eran como delicioso almíbar a su paladar.

Si Isadore tenía un adulador llamado Vanya; Vanya tenía uno llamado Stephan Galois.

Si las palabras de Vanya tenían calma, eran pronunciadas con dulzura, de dulce susurros y gestos impredecibles, que motivaban a Isadore a ser mejor; las de Stephan eran muy superiores a eso.

Porque él ya era el mejor.

Una mano se posicionó en la espalda de Stephan, eran las de Vanya, con sus dedos rodeados de costosos y grandes anillos que reflejaban todo el poder que Vanya Tchaikovsky tenía.

Pero así como lo acarició, así mismo lo azotó hacia la pared, aprisionándolo con su cuerpo, con la velocidad de un inmortal.

—Si crees que vas a manipularme con tus encantos, estás muy equivocado, Stephan Galois. Soy Vanya Tchaikovsky, emperador del infierno, no algún mortal que hayas conocido.

La mandíbula de Galois estaba siendo presionada por la mano fuerte de Vanya.

—No... te... he subestimado...

—¿No te he subestimado... qué?

—No... te... he... subestimado, m-mi señor.

—Bien.

Vanya aflojó su agarre, y Stephan pudo respirar. Con el rostro enrojecido y las mejillas arreboladas; el joven de hebras rojizas le dedicó una mirada inyectada de cólera.

—Si vamos a volver, no olvides tú lugar, y tampoco olvides el mío. Somos traicioneros del Reino, pero nadie lo sabrá.

—S-sí, mi señor.

—¡Error! —habló una voz detrás de ellos—. Ahora hay alguien más que lo sabe.

Un rey como ningún otroWhere stories live. Discover now