22. Tenemos un gusto parecido

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Aurora

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Aurora

Nunca había estado tan asustada. Intentaba no llorar, pero las lágrimas se escapaban con cada embestida. Abrí la boca, rogándole que fuera más suave. Escuché cómo Peter me pedía que me callara y cubría mi boca. Aseguró que pronto me acostumbraría. Apreté todo mi cuerpo, dando sacudidas y aguantando el dolor creciente en mi interior. Solo deseaba que saliera de mí. Las sábanas se mancharon de sangre.

Me desperté cubierta de sudor y con la respiración acelerada. La habitación estaba a oscuras, las cortinas cerradas y solo distinguía las formas de los muebles. Me costaba respirar, no lograba calmarme por el recuerdo de la pesadilla. Empezaba a sentirme justo al borde de perder el control y recordé cómo Will puso la mano en mi vientre y la otra en mi pecho. Aún tumbada, coloqué las palmas igual y me obligué a respirar pausadamente. Cerré los ojos a pesar de la penumbra, inspirando y exhalando varias veces. Mis nervios fueron descendiendo, mi corazón dejó de martillear con tanta fuerza hasta que paré de temblar.

A tientas, busqué el móvil en la mesilla y lo encendí. La luz azul me hizo parpadear al comprobar que faltaban unos minutos para la alarma. En la bandeja de notificaciones había un par de correos sobre las adjudicaturas en algunas escuelas de baile que luego tendría que revisar. No tenía sueño, acumulaba demasiada adrenalina y me notaba pegajosa por el sudor. Me concentré en prepararme, empezar mis 25 abdominales sobre el colchón y aprovechar esa inquietud punzante en la cabeza.

Terminado el ejercicio, fui directa a la ducha. No quería gastar agua, pero había oído que el vapor ayudaba a eliminar toxinas y perder líquido. Reflexioné sobre mis problemas, dejándome llevar bajo la cascada artificial. Mientras pasaba las manos enjabonadas por el cuerpo, pensaba en mi única vez con Peter y me estremecí por la idea que cada día me encajaba más. En ese momento, acepté hacer algo que no deseaba por miedo, solo tuve fuerza para romper cuando supe lo que hizo con Vanessa. En cierta forma, eso ayudó...

Con menos suciedad, llegué a la conclusión de que, si quería liberarme de ese recuerdo, debía deshacerme de todo lo que me recordara a él. Me acerqué a la mesilla, saqué el corazón de plata, metí el collar en el bolsillo de los vaqueros y me coloqué la gorra negra.

«¿Por qué no puedo soñar cosas lindas?», me cuestioné mientras intentaba que los copos de avena bajaran por mi garganta. Unas 200 calorías con fruta y fibra, un desayuno digno de la Reina Cisne, pero todavía investigaba qué combinación aportaba menos hidratos de carbono.

En el instituto, aproveché los minutos previos a la clase y fui hasta la taquilla de Peter con la única intención de eliminar todo lo que una vez fue suyo. Él estaba ahí, sacando unos libros y con su cara de príncipe de cuento: alto, guapo y bien peinado. Se dio cuenta de mi presencia y sonrió un poco.

—Me alegro de verte.

—Hola, quería hablar contigo —dije, había trabajado en mi cara de póker—. He estado pensando y quiero devolverte esto.

Hecha de Estrellas (TERMINADA, editando borrador)Where stories live. Discover now