El mundo detrás de los ojos

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Las manos me tiemblan tanto que soy capaz de fallar el tiro y con ello, conseguir que mi muerte sea lenta y dolorosa en lugar de lo contrario. Sé que debo hacerlo, sé que me irá peor si no cumplo con mi parte del trato, pero le tengo demasiado miedo a la muerte. Me parece increíble porque siempre pensé que mi fidelidad a Dante era más poderosa que cualquier cosa, que mi fe en ella superaba cualquier miedo o verdad. Sin embargo, ahora me doy cuenta de que todo este tiempo fui demasiado ingenuo. No, demasiado estúpido. Creí ciegamente en Dante sin pensar en lo que me estaba metiendo, sin imaginar que podría terminar en el escenario en el que me encuentro.

La señorita Dante fue más inteligente que yo porque ella siempre estuvo preparada para lo peor, sin que su poder y su época dorada se le subiesen a la cabeza. Yo estaba demasiado cegado por el poder que transmitía con su sola presencia; cuando la vi por primera vez, pensé que era el tipo de mujer que jamás podría morir. Había algo en sus ojos ahumados, en la manera en que torcía sus labios rojos, en el movimiento acompasado de sus dedos, y en su traje hecho a la medida que me hizo pensar "esta mujer es la más poderosa del mundo". Incluso su nombre reforzaba esa idea, Dante que significa "perdurable". Ella misma se lo puso para atraer, se supone, la buena suerte.

Era mexicana al igual que yo. La conocí por casualidad una noche de verano, en el sótano oculto de un bar. Recuerdo que el techo era tan bajo que mi cabeza casi lo rozaba, y que las lámparas estaban colocadas alrededor de ella. Sonreía, y el conjunto de llamas naranjas y vestimenta roja contra la pared de madera y las sombras de tinta, daba la sensación de estar ante el altar de un dios muy antiguo. Fue ahí cuando nos habló a todos los que habíamos sido llevados por amigos o conocidos, de el mundo detrás de los ojos.

Contrario a todas las veces en las que me habían querido hablar de la vida después de la muerte, no dudé un solo instante cuando nos dijo; "no existe el cielo ni el infierno, solo el mundo detrás de los ojos. Y ese mundo funciona con dinero".

Dijo que, al morir, todas las personas van a ese mundo con la misma cantidad de dinero que tenían en vida, y que solo sobreviven a él los que pueden pagar. Es un lugar extraño, lleno de cosas que escapan a la comprensión y criaturas que pueden pasar de sirvientes a verdugos en un instante. A Dante le explicaron desde pequeña la existencia del mundo detrás de los ojos, al igual que su don; había nacido con una gran cantidad de suerte, que podía regalar, pero no usar. Y fue con los años, que se le ocurrió un plan; prometió ayudarnos a todos a prepararnos para ese mundo, nos dijo "les daré a todos un poco de mi suerte, y sus vidas se volverán prosperas y acomodadas. Nunca tendrán que pasar por hambre ni frío, y cuando llegue el final y nos encontremos en el mundo detrás de los ojos, me agradecerán dándome la séptima parte de su fortuna".

Los murmullos subieron de volumen, aumentó la temperatura del cuarto y nuestros corazones acelerados casi pudieron escucharse como música de fondo. Por alguna razón, la palabra de Dante era tan poderosa que le creías a pesar de ser una desconocida. Sin embargo, ella nos dio una advertencia; si moría de vieja, estaba dispuesta a esperar a que todos muriésemos para cumplir nuestra parte del trato, pues éramos todos de edades similares, pero si llegaba a morir joven, tendríamos acelerar nuestra muerte para pagarle.

—Mi suerte, aunque no pueda usarla, sigue siendo mía, y si alguno de ustedes incumple el trato los resentirá.

Dante murió a los treinta y tres años. Después de eso en verdad tomamos conciencia de nuestras promesas.

Los más devotos cumplieron a las pocas horas de que se confirmó el fallecimiento. El resto trató de desentenderse, de olvidar, sin embargo, en menos de tres días distintos miembros del grupo fueron alcanzados por la desgracia; un hombre se retorció en el suelo gritando desesperado, mientras se tapaba los oídos; una mujer permaneció inmovilizada durante horas, con sus ojos moviéndose de un lado a otro; un viejo se quitó la ropa y se aventó a un río, armando un gran jaleo antes de ahogarse, y así muchos otros.

A algunos todavía no nos ha tocado vivir una tragedia de ese tipo, pero no estoy dispuesto a esperar. He decidido cumplir; fui a un casino y utilicé por última vez la suerte de Dante, más por despedida y por darme el gusto que otra cosa, y he ganado un millón. He preparado todo con rapidez y ahora estoy aquí, sosteniendo una pistola entre mis manos temblorosas.

Tengo miedo del dolor, tengo miedo de lo que habrá en el mundo detrás de los ojos, de las atrocidades que veré, pero tengo más miedo de que Dante haya mentido ¿y si en realidad no existe ese mundo? ¿y si la buena suerte ha sido una gran coincidencia? ¿y si estoy por cometer una locura por una mujer que me lavó el cerebro? ¿y si no me ocurre nada por incumplir el trato?

Una gran parte de mí cree de forma instintiva y feroz que Dante ha dicho la verdad, mientras que otra parte, la racional, me dice que me detenga.

¿Qué hago, qué hago? ¿Por qué Dante tuvo que morir? ¿por qué no podía ocurrir después? ¿porqué tuve que ir a ese bar esa noche de verano? ¿porqué me dejé encantar tan fácilmente? No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir, no quiero ver el mundo detrás de los ojos, no quiero saldar cuentas con Dante, no quiero perderme la próxima navidad, no quiero que todos esos hijos de puta se queden con la fortuna que he tardado años en acumular, ni quiero que se presenten a mi funeral con sus caras hipócritas, ni quiero que mi esposa se olvide de mí y haga su vida con otro hombre ¡maldición! ¡todavía tengo tanto por hacer! ¡esa maldita bruja me estafó! ¡me engañó y me abandonó y ha de estar riéndose de mí en el infierno!

De pronto, se me ocurre una idea. Lo dejaré a la suerte...sí ¡sí! ¡Eso haré, lo dejaré a la suerte y pasará lo que tenga que pasar!

Le saco las balas a la pistola dejando solo una, para después girar el tambor. Mientras lo hago miro un instante mi reflejo en el espejo de la alcoba, mi rostro enrojecido y sudado, mi traje de marca mal puesto. No sé por qué lo estoy haciendo y bajo la vista. Cuando creo haber realizado suficientes giros, pongo el arma sobre mi sien con euforia ¡tal vez viva! ¡y tal vez todas mis preocupaciones sean una gran tontería! Tal vez, tal vez, tal vez, tal vez, tal- 

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