El gato en la biblioteca

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Cuando era niño había una biblioteca cerrada en la escuela. Era pequeña, apartada del resto de los edificios, y su única ventana tenía barrotes y tablas clavadas desde el interior, que no alcanzaban a sellarla por completo. Gracias a ese hueco podía ver los libros colocados en la mesa junto a la ventana, e incluso tomarlos sin problema alguno. Lo único que siempre fue inalcanzable para mí, eran los libros al fondo de la habitación, los instrumentos de la banda de guerra y una bandera de México en su asta.

Mis amigos decían que la biblioteca estaba embrujada, pero siendo justos, los niños de esa escuela se inventaban de todo, desde hombres rojos con bocas en el estómago y niñas muertas en el baño, hasta chaneques que jugaban en la biblioteca y tocaban los instrumentos en la noche. Por supuesto yo no creí ninguna de esas historias, ni dudé un instante en acercarme al lugar. Era un niño, pero no era estúpido.

Había desarrollado el amor por la lectura más rápido que la mayoría de mis compañeros, creciendo con una madre que me leía las aventuras de una niña vestida de cuadros azules. Fue irresistible para mí estirar la mano para tomar alguna de las historias que aguardaban por un testigo.

Leía en el receso, y leí mucho más el día en que mi madre se tardó en ir a buscarme a la escuela. No había turno vespertino, pero no me quedé solo, era temporada de exámenes y todos los profesores se reunieron en la palapa para calificar innumerables hojas de papel. Se acomodaron en la gran mesa que durante los recesos las señoras de los antojitos utilizaban para poner la comida, y yo me quedé con ellos. En cuanto se me acababa un cuento regresaba a la biblioteca para cambiarlo por otro y volvía. A ellos no parecía molestarles que los tomara, así que me di el chance.

Sin embargo, mi ritmo se detuvo cuando al tomar un ejemplar de la sirenita y dar media vuelta para volver con los profesores, escuché que tocaban los instrumentos de la biblioteca. Aquello me puso la piel de gallina, y antes de que pudiese pensar cualquier cosa, los instrumentos volvieron a sonar y salí corriendo.

No pude acercarme de nuevo a los libros de la biblioteca, por mucho que lo deseara, y un profesor tuvo que devolver el cuento en mi lugar.

Al día siguiente mi tía y mi prima llegaron de visita a la casa. Mi prima siempre me pareció un poco pesada, pero asistía a la misma primaria que yo, y me llenó de alivio cuando me contó que el que hacía los ruidos extraños de la biblioteca era un gato.

—Son bastante listos los gatos, una vez se metió uno a mi casa y tuvo sus bebés ahí, debajo del agujero de las escaleras. Yo le puse Harry Potter, pero mi mamá se enojó un montón. Le puso una chinga al gato y mi hermana setuvo que meter para detenerla, y al final los sacaron en una caja... Ah sí, sí, la biblio, bueno, hay un gato ahí, yo lo he visto, él se pasea por los tambores y por eso suenan.

La calidez regresó a mi cuerpo. Yo adoraba a los gatos y pensar que había uno en la biblioteca en lugar de chaneques me trajo tranquilidad. Hasta me hizo sentir avergonzado de mi anterior huida.

Al otro día regresé a la biblioteca seguro de mí mismo y sin temor a nada. Cuando vi el interior del salón, me di cuenta de que estaba más oscuro de lo normal. Era imposible distinguir los libros del fondo, la bandera enrollada y los instrumentos de la banda de guerra. Mientras trataba de reconocer el sitio, unos ojos amarillos se toparon repentinamente con los míos. Sonreí. Era el gato.

—Hola ¿me recomiendas un cuento? —le dije con una alegría que se desvaneció en cuanto los orbes dorados se acercaron. El gato se perdía en las sombras y solo eran visibles sus ojos, que parecían demasiado grandes en relación con su cuerpo. Aquello me hizo flaquear, sin embargo, traté de no demostrar lo incómodo que me sentía.

Entonces, una mano de pelaje negro surgió de la oscuridad. Acercó sus dedos a la mesa con los libros y me extendió uno.

—Este es de mis favoritos —ronroneó— espero que te guste.  

Palabras siniestrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora