𝑫𝒐𝒔

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Hürrem Sultan estaba loca para ojos del Paşa, por momentos parecía calmada y por otros se veía alterada. Él nada más oía las palabras de su suegra sin objetar.

Esta mujer está demente. —murmuró acompañado de una sonrisa fingida. No imaginó que la pelirroja había oído aquello que dijo.

—¡¿Qué dijiste sucio?! —le reclamó Hürrem Sultan.

Qué mala suerte tenía Rüstem Paşa. La loca esa le escuchó fuerte y claro.

—Nada Majestad. —intentó mentirle. ¿A quien engañaba? Él no sabía mentir.

Ella abrió los ojos y dijo: —¡No me tomes…!

El croata rápidamente tapó los labios de la Sultana Haseki con los dedos de su mano derecha. Ella alejó la mano del Paşa, le daba asco que la piel de él tocara sus finos y delicados labios.

—Mi Sultana, por favor ya no siga. —y disimuladamente apuntó a uno que otro presente que los veía.

Ella le vió de mal, junto con una mueca. —¿Así?

Hürrem se había volteado dándole la espalda, aparentemente para irse del sitio. Te haré unas dos preguntas: ¿Sabías que el alcohol hace que sus víctimas actúen irracionalmente? Y ¿Sabías que una Sultana se embrague con vino es mal visto? Pues parece que Hürrem Sultan no conoce estas dos curiosidades.

—¡Yo lo mato! —gritó abalanzándose a Rüstem Paşa— ¡Lo mato!

El escándalo captó la atención de muchos. Al ver la embarazosa situación de su madrastra, el Príncipe Mustafa corrió para intentar separarlos, aún y con todo y órdenes de parte de su madre para que no lo hiciera. No sólo Mustafa quería acabar con ese acto vergonzoso, sino también Mehmed y Sümbül Ağh.

—¡Sultana deje al Paşa! —gritó Mehmed alejándola de su yerno.

—¡¿Sultana que hace?!

—¡Suéltenme! ¡Qué yo lo mato! ¡Yo lo mato! —exclamó intentando acercarse para dañar al hombre. Hombre que se moría de la vergüenza. Mihrimah Sultan no era ajena a esto, que desde donde estaba sentada se tapó la cara con las manos para evitar la humillación que su madre le daba como “regalo de bodas”.

 Mihrimah Sultan no era ajena a esto, que desde donde estaba sentada se tapó la cara con las manos para evitar la humillación que su madre le daba como “regalo de bodas”

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—¡¿Eres consciente de la vergüenza que le hiciste pasar a Mihrimah y a la familia imperial?!

—Sí, mi señor.

—¡¿Entonces por qué hiciste eso?!

—Usted ya sabe la poca aceptación que le tengo al Paşa.

—¿La misma poca aceptación que le tenías a İbrahim?

Hürrem se quedó en silencio. El odio que le tuvo a İbrahim, no se comparaba con nada en la tierra. Con nada. El rechazo que ella le tenía a su yerno quedaba en pañales ante el profundo odio del anterior Gran Visir y Sultana Haseki.

—Es todo. He estado molesto contigo varias veces Hürrem y nunca te he castigado por eso. Esta vez será diferente, has hecho pasar una de las peores humillaciones a Mihrimah frente a mucha gente. Tu castigo será…

—¿Cuál? ¿Encerrarme en mis aposentos y sirvientas a mi disposición? —se mostró desafiante. No le tenía ni un poquito de miedo a su marido.

Y es que era muy cierto: el Sultán siempre le dió ese tipo de castigos a la Sultana Hürrem. Nada severos y muy relajados.

—Irás al Antiguo Palacio por tus acciones.

—Un paseo por el parque. —burló. Ésto irritó al Sultán del mundo.

—Sin Cihangir. —agregó, saliendo de la habitación.

Cihangir, el adorado bebé de Hürrem Sultan al cual mimaba. Ella no solo amaba a su hijo por ser el más cercano por todo y eso de su enfermedad, sino también por ser el último y el más cariñoso.

—Oh no. Por supuesto que me llevaré a Cihangir —contrareó—. Él necesita de mis cuidados. ¡No puedo dejarlo solo!

—¿Y como lo vas a cuidar? ¿Mientras estás ebria? —respondió en burla, volteando a ver a su esposa, quien estaba botando humo por las orejas.

—¡No puedes hacerme esto Süleyman!

El río con suma gracia que parecía ser un asunto de risa. —Sí, sí puedo. Soy su padre y el Sultán del mundo.

Le dió justo en la en la llaga de la Sultana pelirroja. Eso tuvo que doler.

—¡Ahhh! —alargó su grito— ¡Ojalá y te pudras en el mismísimo infierno, Sultán Süleyman!

Su Majestad salió de los aposentos de su esposa con una sonrisa victoriosa al haber irritado al máximo a Hürrem Sultan. No le daba miedo la maldición que su mujer le lanzó, él no tenía nada de que arrepentirse. Nada.

—¿Hay algo que pueda hacer por usted Majestad? —preguntó Sümbül Ağh entrando a los aposentos de su señora, tan servicial como siempre.

La pelirroja suspiró. —Prepárate para salir de Topkapı, y avísale a Nazlı que se quede aquí como mi informante, con la excusa de cuidará al Príncipe en mi nombre. No quiero que por nada del mundo la griega vaya a los aposentos de Süleyman.

—Como desee mi Sultana. —le reverenció a su señora.

¡Qué asunto de mierda era éste! Hürrem SÍ o SÍ se llevaría a Cihangir… no iba a permitir que la alejaran de ella…

𝑫𝒂𝒎𝒂𝒕Where stories live. Discover now