𝑶𝒏𝒄𝒆/𝑭𝒊𝒏𝒂𝒍

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No hubo ningún impedimento para ello. No había nadie quién los detuviese, no estaba Sümbül Ağh para hacer entrar en razón a su señora, esta vez no apareció el recuerdo ni la imagen de Mihrimah Sultan en la cabeza del Gran Visir. La pelirroja por un momento se detuvo a pensar si lo que hacía estaba realmente estaba bien, y la respuesta es que ser infiel es malo, sin embargo fue la emoción del momento la que le hizo caer en el máximo pecado: traicionar al representante del Allah en la tierra, a la misma sombra del todopoderoso. En pocas palabras ellos se dejaron dominar por un sentimiento en común.


Süleyman decía amarla y sin embargo se metió con varias otras...

Declaró mentalmente la Sultana ¿Pero que ya podía hacer? Debía terminar lo que había empezado. ¿Arrepentida? Pfffff, claro que NO ella después de “reflexionar continuó con lo que hacía: revolcarse cual cerda en un charco de lodo, con la diferencia que en lugar de charco, era su yerno.

 ¿Arrepentida? Pfffff, claro que NO ella después de “reflexionar continuó con lo que hacía: revolcarse cual cerda en un charco de lodo, con la diferencia que en lugar de charco, era su yerno

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—Dime, ¿Cómo te sientes? —cuestionó preocupado.

—Mejor que nunca —respondió feliz—. ¡Hasta creo que ya puedo andar por todo el palacio! —exclamó energéticamente. Su padre le sonrió con amor y cariño, le alegraba que su hija vuelva a la normalidad.

—No dentro de mucho tiempo harás todo lo que dices. —esta vez habló su marido.

Tal y como lo había prometido, Süleyman vino a ver a su hija que con tan sólo dormir ya se hallaba de maravilla y eso era bueno para la Sultana Mihrimah. La amada familia de la castaña se encontraba ahí, todos menos su madre, los presentes supusieron que se hallaba en el jardín paseando, siendo este último su hobbie preferido y el que más le fascinaba realizar. Esta habló con su padre sobre temas diversos, no era importante si Rüstem estaba ahí, de él nunca saldrían palabras que dañarían a la imagen de la familia imperial —los Sultanes y los niños que tienen en común, más exactamente solo ellos eran la familia imperial—, aún así le pidió a su marido que se retire de la habitación.

Automáticamente, el Paşa salió del aposento, no le preguntó a donde se iba ya que ella confiaba ciegamente en su esposo —eso y tampoco le importaba el sitio al que iba—.

Se la encontró ahí, sentada cómodamente mientras un toldo la protegía de los potentes rayos solares. Se acercó y comenzó a charlar amenamente con su suegra Hürrem, incluso rieron y ello fue lo que les llamó la atención a los esclavos ¿Desde cuándo Hürrem Sultan tolera a su poco querido yerno? Eso era nuevo para los que andaban por ahí.

La rutena llegó una vez más a la cabeza de el Magnífico.

—¿Y tu madre? —interrogó recordando con amor a su esposa, pero por fuera parecía que no le importaba.

—Como siempre —informó vagamente, dudó el porque su padre se mostrara así de indiferente si no le interesaba Hürrem Sultan—. Por lo que veo, ya no trata tan mal a Rüstem. Según palabras de ella son amigos.

Él asintió y no pasó a mayores… o eso creyó Su Majestad, a Mihrimah le preocupaba la separación de sus padres, por lo que no tuvo miedo de interrogarle lo siguiente a su progenitor:

—Padre arregle ya sus diferencias con mi mamá —aconsejó la princesa otomana—. A este paso el orgullo de ambos hará que esta disputa dure hasta la vejez.

—Mihrimah este tema no te concierne.

—Todo lo que sucede en mi familia me concierne y me importa —contraatacó—. Le pido lo haga porfavor.

Ni tenía caso que intentara.

Y así, la madre y esposo de Mihrimah Sultan intercambiaron varias palabras y chistes satíricos dirigidos especialmente a la clase alta de İstanbul

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Y así, la madre y esposo de Mihrimah Sultan intercambiaron varias palabras y chistes satíricos dirigidos especialmente a la clase alta de İstanbul. Riéndose como focas epilépticas o, hasta incluso retrasadas. Süleyman que estaba dispuesto a hablar con su mujer no podía hacerlo —y eso estaba a unos pasos de acercase más a la rutena—.

—Espero y no te haya causado problemas mi adorada esposa Paşa. —su voz hizo notar su presencia al instante, la rusa y el croata formaron una reverencia a Su Alteza.

¿Estaban nerviosos?, por más sinvergüenza que suene, no, no había nerviosismo en ellos.

—Su Majestad. —saludaron al unísono.

—¿Y cómo se comportó Hürrem contigo, Rüstem? ¿Fue grosera? ¿Amable? ¿O cómo? —cuestionó.

Ella le vió con curiosidad. ¿Qué es lo que iba a responder? Esperaba que fuera una mentira creíble.

—Su Alteza ha sido amable conmigo, Majestad. —contestó sonriéndole a la Sultana que se hallaba detrás de su marido. Ella también le devolvió la sonrisa.

Fin

𝑫𝒂𝒎𝒂𝒕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora