𝑺𝒆𝒊𝒔

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No podía creer lo malintencionada que era la gente. Lo esperaba de los otros visires, pero no de Su Majestad el Sultán Süleyman. Hasta donde sabía él conocía de la reunión con su esposa, y todo eso para agradarle —incluso él mismo me había alentado a eso—. Aún así aquella esclava le había “abierto los ojos” diciendo que algo más pudo suceder y el Sultán le creyó. ¿Qué es lo que quería esa mugrosa griega? ¿Acabar con la Sultana Hürrem? Me reía de ella, Roxelana era indestructible.

«Es una bruja, nunca te atrevas a meterte con ella por qué te echará un embrujo», me dijo uno.

«Ahora solo falta que las Sultanas se conviertan en esclavas y las esclavas en Sultanas. Desde que llegó esa polaca aquí puso al mundo de cabeza», palabras como esas justificaban el poder de Hürrem.

La verdad es que la insinuación de Süleyman me dejó asustado, demasiado asustado. Por suerte Mihrimah se había encargado de respaldar tanto a Hürrem como a mí; convenciendo a su padre de que nada malo había sucedido y la cena en realidad no funcionó.

Todo transcurría con normalidad: el Sultán seguía enojado con su Sultana Haseki, Mihrimah Sultan y Rüstem Paşa se hallaban de lo más contentos y Hürrem Sultan había caído en una leve adicción al vino que nada ni nadie le podía sacar

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Todo transcurría con normalidad: el Sultán seguía enojado con su Sultana Haseki, Mihrimah Sultan y Rüstem Paşa se hallaban de lo más contentos y Hürrem Sultan había caído en una leve adicción al vino que nada ni nadie le podía sacar. Lo normal.

Algo que la pelirroja pudo notar fue la continua ausencia de su yerno. No venía a verla. Y hasta por más raro e increíble que suene, escribió una carta a Rüstem preguntado el por que de sus inasistencias, de sus faltas, luego se arrepintió y quemó el mensaje escrito en la chimenea de sus aposentos, esperando que en un momento el fuego la consumiera toda, dejando únicamente sus cenizas.

—¿Le gusta vivir aquí?

Ella nada más volteó a ver al dueño de la voz que le habló.

—¿A ti te gustaría vivir lejos de los hijos que no tienes?

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—¿A ti te gustaría vivir lejos de los hijos que no tienes?

—Y que pronto los tendré.

—Si es que Mihrimah quiere. Ella desde niña me expresó que no quería mocosos.

La rutena le hizo una seña con la mano para que se sentara en el almohadón que se ubicaba al frente de ella. Quería hablar con el Gran Visir; él creía que sería una plática acerca de la política del Estado Otomano, ya que eso era siempre el inicio, el nudo y el desenlace de la reunión. Pues pensó mal. La pelirroja empezó una charla amena, le hizo reír, sacando a relucir su lado divertido y risueño, ese lado que que siempre había oído, pero que nunca pudo ver.

Ahora entendía por qué Su Majestad la nombró “Hürrem”, Aleksandra Lizowska de verdad traía alegría que contagiaba.

—Mi turno. Mi turno —Alex tomó una bocanada de aire—. En mi carrera como la esposa del Sultán he conocido a mucha gente de todo el mundo. Una vez llegó una mujer  a la capital, con un nombre qué —sonrió un poco—, se llamaba «Devora Cabezas».

—Qué horror.

—Sí, lo sé. Cuando oí eso, necesité ayuda de Alá para no estallar de la risa.

Ambos presentes estallaron a carcajadas. Aleksandra debía admitirlo, le encantaba la compañía de Rüstem y a Rüstem la compañía de ella.

Las horas pasaron, las risas seguían ahí, como si la felicidad y humor les hubiera tomado cariño y no quisiera dejar de abrazarlos. Las mejillas de ambos empezaron a dolerles por sonreír y reír.

—Te pasas.

Ella le vió divertida y quiso decirle algo más justo cuando apareció Sümbül Ağh sacándolos de su burbuja de feliz ignorancia.

—Sultana —se inclinó—. ¿El Paşa le acompañará a comer?

Una vez más Sümbül los sacó de su segunda burbuja de feliz ignorancia.

¿𝑻𝒂𝒏𝒕𝒐 𝒕𝒊𝒆𝒎𝒑𝒐 𝒉𝒆 𝒆𝒔𝒕𝒂𝒅𝒐 𝒄𝒐𝒏 𝑹𝒖𝒔𝒕𝒆𝒎?

—Solo si el Paşa quiere. ¿Me acompañas?

—Encantado Su Majestad.

¿Qué tan diferente sería esta noche a las demás?

𝑫𝒂𝒎𝒂𝒕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora