𝑫𝒊𝒆𝒛

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Un mar de emociones se desmoronaron en la cabeza pelirroja, ella deseaba con lo más profundo de su ser conocer cuál fue el resultado de esa “cirugía” que usaron en su única hija. Si ella, Mihrimah, pereció al lado de su niño, Hürrem Sultan no lo pensaría más de una vez y, se lanzaría estando arriba del primer lugar más alto que encuentre.

Se preparaba para cometer ese triste acto llamado “muerte por propia mano”, de todas formas ya no le importaba nada, ni nadie. Luego, recordó que ella empezó su carrera contra Mahidevran Gülbahar con el nacimiento de Mehmed y así sucesivamente los rostros de sus demás hijos llegaron a la mente de Alex.

Mihrimah hubiera deseado que yo esté instruyendo a Mehmed con los asuntos de Estado...

Al abrir sus párpados de golpe, lo primero que vió fue a la mujer que tuvo la intención de salvar dos vidas muy importantes para la Sultana rusa: la de su hija y la de su nieto, del cual esperaba con ansias que naciera varón.

—Habla. —le pidió. A esas alturas ya no le tenía miedo a conocer el estado de la gran princesa otomana.

Las palabras que brotaron de la boca de la médica dejaron una enorme sensación de alivio no únicamente en el padre que estaba presente ahí, sino que también en el Sultán Süleyman y su queridísima esposa que no quería tenerlo cerca ni un segundo más.

La primer reacción de Aleksandra fue ayudar a levantar a la doctora, pues al oír “está bien”, se tiró encima suyo con la intención de abrazarla. Ese intento de abrazo fue evidentemente desastroso.

Por parte de suegro y yerno se mostraron muy sonrientes. Lo único que podía pensar la mujer de cincuenta y tantos años fue: “que gente más rara”, sin embargo eso era lo que hacía especial y única en su clase a la familia imperial otomana.

Casi tumbaban las puertas a patadas con tal de ingresar a la alcoba en la que Mihrimah Sultan se encontraba acariciando su vientre de meses.

—¿Hija mía como te sientes? ¿Te duele aún? ¿Deseas que te consigan algo que necesites? —bombardeó preguntas a Su Alteza Imperial.

—Mejor Sultán, mejor. Ya muy poco me duele. Y por el momento no necesito nada. —sonrió a su progenitor. ¿Cómo podía hacer eso si hasta hace poco su hijo corría el riesgo de morir?

El padre de la Sultana Mihrimah se aproximó a ella y le regaló un sonoro beso en la frente. Quizá con ello, ella se sentiría mejor emocionalmente después de haber vivido un momento tan horripilante como la posible pérdida de un hijo en camino. Lo más prudente que todo el mundo podía hacer era cerrar su boca y no preguntar como niñitas chismosas que es lo que provocó ese daño en la princesa otomana. Sí, eso era lo mejor.

Mientras tanto, atrás de las puertas se oía claramente lo que las criadas que andaban por ahí decían. Qué incómodo fue para la familia escuchar sus murmullos. Es más, eso mismo fue lo que dijo Rüstem Paşa en voz alta.

 Es más, eso mismo fue lo que dijo Rüstem Paşa en voz alta

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