Capítulo seis.

900 124 62
                                    

La brisa helada de la noche se mezcló con la respiración nerviosa de Sofía

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

La brisa helada de la noche se mezcló con la respiración nerviosa de Sofía. Incluso las puntas de sus dedos estaban heladas, así como los labios agrietados que pedían a gritos un poco de agua, y también misericordia.

―Por favor, no te tardes ―imploró al viento.

Al levantar la cabeza, se topó con la oscuridad y los puntos blancos de las estrellas. Debían ser pasadas las nueve, y las calles ―que a su llegada habían estado repletas― se encontraban ahora vacías, iluminadas por los faroles. Los hombres honrados y las mujeres decentes se habían devuelto a la tranquilidad de sus hogares, dejando las calles disponibles para la profesión más antigua del mundo.

A la distancia, escuchó la voz del sereno anunciando que eran las diez de la noche.

―Por favor ―repitió, frotándose las manos dentro de la seguridad de la capa violeta―. No te tardes.

Tambaleó, insegura, cuando la casona de Lope de Castro entró en su borroso campo de visión. Las antorchas detallaban la entrada; un portón pequeño concedía el paso al sendero hacia la puerta de enfrente. Una campana colgaba de una base que supuso era de metal, y con las manos frías la tocó. Tragó en seco cuando el mayordomo abrió la puerta.

―¿Quién es? ―A pesar de la escasez de luz, Sofía lo imaginó entornando los ojos. La oscuridad la cubría entera, de modo que debía parecer una ancha sombra en medio de la calle adoquinada gracias a la capa.

―Vengo en busca de don Lope de Castro. ―Asomó la mano fuera de la capa y le presentó un trozo de papel―. Me envía Madre Victoria de Lupanar.

Con un suspiro, el hombre lo tomó y asintió.

―Pase ¿Ya había venido?

―No. ―Enderezó la postura―. Tengo entendido que el señor pidió a una muchacha nueva, pero con experiencia.

―En tal caso, venga. La llevaré a la habitación.

Lo observó moverse con una rapidez admirable. Abrió el portón y la guio al interior con el brazo alargado. Al cruzar el umbral, a Sofía la azotó un escalofrío desconcertante. Presentarse como una prostituta le revolvía el estómago. En Cuba, nunca ganó la suficiente confianza para dejar el burdel. Supuso que era lo que había conseguido con sus incontables intentos de escape, y la evidencia estaba en la marca de quemadura en el brazo izquierdo; una marca de propiedad que asentaba su posición como esclava. Si alguien de la guardia la interceptaba, bastaba con ver la marca para saber a quién le pertenecía.

―Por aquí.

Sofía dio un salto al escucharlo hablar. No tuvo oportunidad de observar detalles sobre el vestíbulo, de modo que se obligó a centrar su atención en el largo corredor por el que la llevaba. Las paredes estaban decoradas con un tapiz que parecía más oscuro por la tenue luz. Un par de cuadros estaban colgados a pocos centímetros de distancia.

La decisión del corsario (Valle de Lagos 2)Where stories live. Discover now