Capítulo ocho.

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―Capitán ―musitó Samuel con la voz calmada―

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―Capitán ―musitó Samuel con la voz calmada―. Me veo en la necesidad de retarlo a un duelo.

La sentencia mortal anidó en los suspiros de sorpresa de los presentes, que se conglomeraron alrededor de las mantas desparramadas y la fogata apagada de la que se desprendía el último rastro de humo.

―Eres carpintero ―respondió Nicolás, ajustándose los puños de la camisa― y yo un corsario. No me interesa participar en un enfrentamiento injusto.

―Insisto ―puntualizó el carpintero―. Le ha faltado el respeto a la dama y estoy dispuesto a cobrar esa afrenta.

Las manos de Sofía comenzaron a temblar, lo que dificultó la tarea de ajustar la cotilla. Gran parte de los muchachos estaban de espaldas mientras ella se vestía. Los compañeros de Nicolas, que se tomaban la situación con picardía, comenzaron a apostar entre ellos por quien sería el primero de los dos hombres en lanzar un puñetazo.

―Y yo insisto ―respondió Nicolás― en que no pelearé contra alguien a quien le llevo una clara ventaja.

La rabia de Samuel quedó expuesta en los violentos movimientos de sus hombros.

―Le prometí a su hermano que la mantendría a salvo. ―Cuando el carpintero se precipitó hacia Nicolás, Sofía abandonó los últimos ojetes de la cotilla y se interpuso entre ambos.

―Hoy no habrá un duelo porque no ha habido tal falta de respeto. ―Volteó hacia Samuel y sujetó el cuello de su camisa con los puños―. Por favor, desiste.

―No ―masculló Samuel sin titubear. Su mirada estaba fija en Nicolás.

Desesperada, buscó a Jesús y a Jorge.

―Llévenselo hasta que se calme ―les ordenó.

Ninguno se movió salvo para mirarse el uno al otro. Estaban tan cerca del mar que el agua mojaba sus zapatos.

―Mire, doña, no quiero decir que tenga mal juicio ―Jesús se remojó los labios y buscó apoyo en su compañero, a quien vio asentir―, pero ya sabe cómo es Samuel. Se toma en serio las promesas que hace. Y la verdad a nosotros nos parece...

―Nada ―acotó ella, soltando la camisa de Samuel―. Les agradezco que quieran cuidarme, pero no corro ningún peligro. Nicolás no me obligó a nada que no quisiera, por tanto no ha habido afrenta alguna.

―Sofía ―Samuel pronunció su nombre con una rabiosa familiaridad que la dejó muda―. ¿Cómo le explicaré a tu hermano que dejé que un pillastre te convirtiera en su querida?

―Se lo explicaré yo ―dijo ella, resuelta. Estiró la mano y tomó la de Nicolás―. Mi decisión está tomada y lo mejor para todos es que se adapten a la idea.

La resolución no le pareció favorable, y Samuel lo demostró con la mirada furiosa que se negaba a apartar de Nicolás. Por su parte, Nicolás se mantuvo inmutable, como si le restara importancia a la clara inquina que le tenía. Aunque la brisa todavía se conservaba fresca, Sofía era incapaz de sentir alivio, no mientras esos dos hombres se miraran fijamente, esperando a ver quién de los dos daba el primer golpe.

La decisión del corsario (Valle de Lagos 2)Where stories live. Discover now