Capítulo dieciséis.

611 112 15
                                    

―¿Qué están haciendo? ―la pregunta de Sofía detuvo el movimiento de los siete hombres, dos de ella y el resto de Nicolás, en la habitación

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

―¿Qué están haciendo? ―la pregunta de Sofía detuvo el movimiento de los siete hombres, dos de ella y el resto de Nicolás, en la habitación.

La mañana comenzaba a asomarse por las ventanas que Jorge abría para sacudir las sábanas que cubrían los muebles. Debían ser cerca de las siete. En las copas de los árboles se divisaba el remanente de la lluvia de la noche anterior.

―Buen día, doña. ―Jorge envolvió la sábana y la lanzó sobre el mueble―. Hacemos una limpieza más profunda.

―¿A qué se debe? ―Desplazó la mirada a los hombres de Nicolás, recostados de las paredes mientras Jorge y Jesús iniciaban el quehacer―. No creo que nos quedemos aquí tanto tiempo.

―Ni siquiera nos va a notar, doña ―Jesús se arremangó la camisa―. Podemos hacernos cargo de quitar el polvo y ordenar un poco, pero tendremos que contratar a una criada.

―No vamos a contratar a una criada. ―No fue consciente de que seguía en camisón hasta que la brisa que penetró a través de la ventana sacudió los pliegues. Cruzó los brazos contra el pecho.

―No se preocupe por ellos. ―Jesús movió la cabeza en dirección a la mesa del comedor. Jorge agarró un paño y comenzó a limpiarla―. Su capitán ya les advirtió que les rebanará la garganta si llegaran a faltarle el respeto. A usted y a la damita, claro está.

«¡Marita!». Se sobresaltó al recordarla. La buscó por la habitación.

―Está en la cocina ―le informó Jesús―. Se ha ofrecido para preparar el desayuno.

―¿Dónde está Nicolás?

Jesús levantó la mirada y se encontró con la de su compañero. Amparándose al silencio, terminaron de acomodar las sillas.

―¿A dónde ha ido Nicolás? ―Sofía avanzó a grandes pasos hacia ellos, posicionándose entre medio de ambos―. Tiene que haber ido a algún lugar y por eso los ha puesto a ustedes siete a custodiarme.

―¿No puede pensar que le queremos hacer compañía? ―Viendo finalizada las labores, Jesús se desplomó en el asiento y descansó los codos sobre las rodillas―. Además, no le veo placer alguno quedarnos en un barco que no es nuestro. Nos pareció mejor permanecer con usted.

La mirada severa que le dio ella hizo que Jesús se encogiera de hombros.

―¿Piensas que todavía soy una cría de teta? ―Se llevó las manos a la cintura―. ¿A dónde se ha ido ese hombre tonto?

―¡Ay, por Dios! ―Jorge levantó las manos por encima de su cabeza mientras se paseaba por la habitación. El ruido de sus pasos firmes acentuó la preocupación de Sofía―. Miren por lo que nos estamos descabalazando. Ese hombre ha adquirido siete vidas por cada cristiano al que ha matado. Ha ido a hacer algo que acostumbra.

Sus palabras le helaron la sangre, como si hubiese caído por la borda en una noche fría.

―Nicolás no ha ido a matar al almirante, ¿verdad? ―Se llevó las manos temblorosas al cuello―. Santo Dios, ¿cómo permitieron que hiciera algo así?

La decisión del corsario (Valle de Lagos 2)Where stories live. Discover now