Capítulo catorce.

652 115 16
                                    

La residencia de Lucio se encontraba entremedio de dos casas altas, cuyas entradas quedaban protegidas por un corredor estrecho al que se podía acceder a través de los arcos ojivales

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

La residencia de Lucio se encontraba entremedio de dos casas altas, cuyas entradas quedaban protegidas por un corredor estrecho al que se podía acceder a través de los arcos ojivales. Nicolás observó unas placas de metal con el número de la vivienda en la jamba.

―Al parecer es aquí ―dijo. Retrocedió algunos pasos y observó el balcón de la segunda planta―. No se ve movimiento.

―Ya debe haberse marchado ―habló Cristiano―. Supongo que nos resta entrar y ver qué dejó para nosotros.

Nicolás asintió. Atravesó el arco y se detuvo frente a la puerta. Tras él, el coche se sacudió. Unos pasos lentos se acercaron a su posición, como si en lugar de andar arrastrara los pies.

―No ―masculló él con la mirada fija en el techo―. No vendrás.

―No te estaba pidiendo permiso ―se defendió Sofía―. ¡Y por supuesto que iré!

―Si no estuvieras herida, te agarraría por los hombros y te sacudiría hasta desempolvar tu sentido común.

―Parece que mi herida, por fin, presenta una ventaja.

Nicolás presionó la mano en el marco de la puerta, de modo que el brazo le bloqueó la entrada.

―Te traje con nosotros hasta que pudiéramos encontrar la propiedad. ―Apuntó la entrada de la casa con la cabeza―. Aquí está, por fortuna, así que te devolverás al coche y te irás a la casa.

―¿Qué voy a hacer en un lugar tan apartado con una herida y estando medio borracha?

―Descansar, tontilla. ―Silbó para llamar la atención de su segundo de abordo―. Acompaña a Sofía. Permanecerás en la propiedad hasta que regresemos.

El gesto de Cristiano se oscureció, visiblemente disgustado con la orden.

―¿Desde cuándo tengo funciones de doncella?

―Desde que tuviste la brillante idea de marcharte sin decir a donde ―la voz de Nicolás era dura y sus gestos amenazadores―. De no haberlo hecho, no tendría que haber llegado a ese lugar y, por tanto, esto ―señaló la herida de Sofía― no hubiera pasado.

―¿Entonces vas a castigarme como si fuera un crío porque la mujer resultó herida? No te pedí que fueras a buscarme, ¡faltaba menos! ―Levantó las manos―. Alguien tenía que ponerse a buscar. Alguien tenía que recordar cuál era nuestra tarea: encontrar a un ladrón, no a una mujer.

―¿Qué mierda estás diciendo, a ver? ―Nicolás avanzó hacia él respirando como un toro―. Me parece inaudito que, de entre todas las personas, seas tú el que cuestione mis prioridades ¿O es que debo recordarte cuantas heridas me llevé por proteger a mi gente? ¿O a la cantidad de personas que asesiné para vengar a nuestros caídos? ―Lo sujetó del cuello de la camisa―. ¿También te has olvidado de que te he protegido de tu hermano? Ahora piensa: ¿alguna vez te lo había echado en cara o te lo reproché como si fuera una deuda pendiente? ¡Dime!

La decisión del corsario (Valle de Lagos 2)Where stories live. Discover now