Capítulo 4

798 83 22
                                    


Los tres polvazos que habíamos echado esa noche habían dejado mi cuerpo exhausto, mis tiernas todavía temblaban ligeramente y mi coño palpitaba dolorosamente. ¿No había tenido suficiente o qué?

—Christopher, estuvo todo muy bien y tal... Pero ha llegado el momento en el que yo me piro.— anuncié levantándome de la cama, sus ojos seguían atentos cada uno de mis movimientos. Lejos de avergonzarme, me vestí sin dirigirle la mirada y peiné mi cabello con mis dedos, intentado desenredarlo aunque solo fuera un poquito.

—No.— su voz había sonado ronca, pero no como anteriormente que era sexy para mis oídos, ahora se escuchaba fría y demandante.

—¿No qué?— interrogué mirándolo con una ceja alzada.

—No vas a pirarte.

No quiero un cuento de hadas, solamente una noche loca en la que divertirme y pasar el rato... Lo siento si si a entender otras cosas.— me disculpé con una sonrisa triste en los labios, por lo general la situación solía ser al revés.

—Nadir quiere un cuento de hadas.— siseó levantándose.

Jesucrito bendito, no me hagas pecar una vez más, ya estuve en el infierno y si me invitas a volver no lo duraré.

No era el hombre más atractivo del mundo mundial, pero me atrevía a decir que era uno de los más valientes.

Que alguien ponga el aire acondicionado, por favor.

—Solo te quiero para follar, muñeca... ¿Entiendes eso?— me preguntó cuando se detuvo frente a mi—. Sería más fácil para los dos si lo entendieras.

—Lo entiendo.— le hago saber—. Pero no quiero... Ha sido un rollo de una noche, estuvo jodidamente bien pero no volverá a pasar.

La sonrisa en sus labios se ensanchó de forma maliciosa, si esta fuera una película de terror ya tendría que haber echado a correr si quería salvar mi culo.

Aunque bueno, a mi culo parecía no haberle molestado demasiado.

Cyara, céntrate.

—Que conste que tú lo has querido por las malas.— se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.

—¿Qué?— solté de forma inmediata, se me escapó la risa nerviosa al verlo como si nada después de soltar esa oración.

Desde un principio no me había terminado de gustar del todo, tenía su lado oscuro que tanto te podía poner cachonda como que te cagaras de miedo. ¿Punto medio? No había.

—Al menos déjame invitarte a un café o algo, ¿si?— cuestionó ignorándome por completo, tomando su ropa del suelo y poniéndola de nuevo en su cuerpo. De mis labios no salió ninguna palabra mientras él hacía dichas acciones—. ¿Muñeca?

Su insistencia me hizo sacudir ligeramente la cabeza, tratando de alejar todos los pensamientos de esta.

Un café...

Odiaba el café.

Pero podía aceptar tomar un Nesquik.

Porque si, #TeamNesquik y nada de Colacao.

—Claro — asentí.

¿Adónde nos llevaría aquello? No podría asegurar cuál era la respuesta a mi inesperada pregunta, sin embargo, casi que podría decir con certeza que a un territorio desconocido. Al menos para mí.

Terminamos sentados en una de esas cafeterías cutres que te encuentras en los lugares más desolados de la ciudad, en donde poca gente entraría, o al menos poca gente decente. No tenía la mejor decoración ni tampoco a los empleados más majos, pero no iba a quejarme. No cuando Christopher parecía muy familiarizado con todo lo que nos rodeaba en esos momentos.

Mantuvimos una corta conversación mientras no nos traían nuestros pedidos, él era de pocas palabras y yo todo lo contrario. Me gustaba hablar aunque a veces solo fueran tonterías para llenar el silencio. No entendía como él prefería apretar los labios y escucharme, si es que acaso lo estaba haciendo.

De fondo sonaba una de esas canciones antiguas que nadie sabe el título pero que todo Dios tararea cuando empieza el estribillo, justo en ese instante una pálida chica se acercó a dejar dos tazas en la mesa. Un café para el señor y un Nesquik para una servidora.

De ambos salía un delicioso humor que indicaba que estaba caliente.

Christopher daba vueltas lentas a su café sin despegar su mirada de mí y cuando volví a mirarlo ni quisiera se inmutó. Llevó la taza a su boca y dio un sorbo, tras unos segundos la apartó para humedecerse los labios. El café era dulce y dejaba sus labios pegajosos. Casi pude saborearlo, jodida mierda.

Una de sus manos estaba encima de la mesa, jugando con sus dedos índice y corazón, haciendo sutiles círculos que me hicieron apretar las piernas. No había que ser muy lista para captar el mensaje que quería transmitir. No, no iba a meter su mano bajo la mesa para robarme un par de jadeos con sus caricias. No.

Tragué saliva, él sonrió con altanería una vez más. Lo entendí. No necesitaba que me hablara para entenderlo. Tenía la típica mirada arrogante que indicaba que, a pesar de yo haberme negado, nosotros volveríamos a tener sexo. Sexo furioso. El típico polvo que se echan los protagonistas en los libros o en las películas, cuando se aman tanto como se odian... O tal vez odian amarse.

Y aunque nosotros no tuviéramos ninguna de esas cualidades, prometía mucho si dejábamos fluir todo lo que teníamos dentro.

MuñecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora