Capítulo 8

622 74 14
                                    


Me tiemblan las piernas cuando bajo las escaleras a las tres de la tarde, sabía lo que venía a continuación y no me gustaba para nada. Tomé una profunda respiración y traté de poner mi mejor sonrisa al ver a Christopher esperándome al final de estas.

—¿Lista para cumplir tu fantasía, muñeca? —cuestionó cuando tomó mi mano.

No.

No. No. No.

Ene o.

—Si —asentí, sonriendo para no verme tan obvia, él me devolvió el gesto mientras me llevaba hacia el salón.

Omití un grito cuando vi a varias chicas por allí sentadas, algunas con la mirada perdida en algún punto de aquel lugar y otras estaban aparentemente bien, como ni hubieran pasado allí tiempo retenidas y eso no le afectara en nada. Intenté hacer contacto con todas y cada una de ellas, pero ninguna me devolvió la mirada.

—Ella es hermosa —susurré mirando a una de ellas, vestía un diminuto vestido de color negro que combinaba con su cabello, estaba liso y perfectamente cuidado, incluso se veían los toques de luz en él.

—¿Quieres que se una a nuestro juego? —la observó con curiosidad.

—No, pero...

—Bésala —la orden me dio escalofríos, no porque besar a una mujer me diera asco ni nada similar, sino porque si lo hacía estaría haciéndolo lo mismo que él; jugar con ella.

Me acerco con pasos cortos y mirada de culpabilidad, no era la primera vez que besaba a una chica pero la situación, las circunstancias y todo lo hacían ver como algo malo. Es que, joder, era algo malo.

—Hola —la saludé en voz baja, acariciando su rostro con mis manos, pero ella ni siquiera me miró. Solté un suspiro volviendo la mirada al rubio que nos observaba atento—. Creo que no quiere que la bese.

—Tonterías —hizo un gesto con mano para restarle importancia y después la señaló—, muñeca, quiero que os beséis y eso vais a hacer.

Ante la simple mención ella alzó la mirada en su dirección y acto seguido estampó sus labios con los míos, jadeé con sorpresa pero el sonido se ahogó en su boca. Escuche a Christopher reírse por mi reacción, no podía salir de mi asombro al ver que ella simplemente lo había hecho por complacerlo a él. Cuando nos separamos regresó a mirarlo, como si estuviera esperando a que él dijese que se sentía orgulloso o algo por el estilo.

—Siéntate, muñeca —indicó, ella fue rápida en hacerle caso— y tú, ven aquí.

Mis piernas temblaron cuando caminé nuevamente hacia él, quien ya se había sentado en el sofá y estaba dando ligeros golpecitos en sus piernas, indicándome que tomara asiento allí. Lo hice, no me quedaba otro remedio, desobedecerlo en un momento así igual me costaba la vida.

Soy demasiado joven para morir.

Esa tarde follamos, yo subida en su polla moviéndome como si mi vida dependiera de ello, sus manos agarrando mi piel sin ser delicado. Ambos gimiendo. Con la mirada de alrededor de veinte chicas sobre nosotros.

No puedo dar detalles, aunque quisiera me sería muy difícil porque esa escena no se borrará de mi mente ni incluso después de la muerte.

El resto del día me lo paso llorando en la habitación, siendo consciente de que él ya se había obsesionado conmigo y que no me dejaría ir tan fácil. Cuando por la noche abre la puerta para que vayamos a cenar y me ve llorando, frunce el ceño completamente confuso por no entender la situación. ¿Se lo tenía que explicar en inglés, acaso?

—Muñeca, ¿por qué lloras?

—La muñeca está rota —me señalé a mi misma entre sollozos.

Dicen que no sienten pero juré ver un atisbo de compresión en sus ojos. O quizá era yo que con el tiempo me estaba volviendo loca y veía esperanza en cualquier pequeña cosa.

—Quieres irte.—El rubio cerró la puerta tras su cuerpo y se apoyó en esta mientras me miraba, ¿cómo lo habrá adivinado?

Asentí. Ya estaba temblando y mi estado no podía ir a peor.

—¿Por qué? Aquí lo tienes todo, una buena alimentación, un buen cuidado y buen sexo —enumeró, cruzándose de brazos—. No tienes que estudiar ni que trabajar.

—Ni tampoco puedo visitar a mi familia ni quedar con mis amigas —reí entre lágrimas—, quiero mi anterior vida...

—No, tú no tienes que querer eso.

—¿Tengo qué quererte a ti? ¡Te quiero! —mi mentira más descarada sale en forma de exclamación—. Te quiero...

—Muñeca tonta —sisea, abriendo nuevamente la puerta y se dispone a salir—, te dejé claro desde el primer día que yo no puedo enamorarme y que si tú lo haces vas a salir jodida, ¿qué parte de eso no entendiste?

—Lo que siento por ti es más fuerte que tus advertencias —suspiré, haciendo que él me regresara a mirar—. Por favor, Christopher, déjame irme.

—Demasiado tarde, ya has confesado que me quieres y eso significa que quieres quedarte conmigo —chasqueó su lengua contra su paladar—. Hasta mañana, muñeca ilusa.

Genial, y además de los insultos me quedaba sin cenar, era lo que me faltaba.

MuñecaМесто, где живут истории. Откройте их для себя