Capítulo 9

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Debe de ser cierto eso de que los psicópatas no aman, durante mi estadía allí pude diferenciar todos y cada uno de los rasgos que tanto definían a los de su especie.

Gran capacidad verbal y un encanto superficial.

Encantador cuando estábamos en una conversación, sus temas eran siempre muy interesantes cuando hablaba con inteligencia y fluidez.

Autoestima exagerada.

No era la primera vez que se tiraba rositas a sí mismo por sus altos niveles de belleza. Presumido era su segundo nombre.

Carencia de empatía. Crueldad e insensibilidad. Carencia de culpa o de cualquier tipo de remordimiento.

Había llorado con ganas frente a él, le había exigido irme y nunca mostró ni siquiera un atisbo de que entendía la situación ni que le doliese que yo estuviera en ese punto.

Vida sexual promiscua.

Sin muestras de afecto, solo una búsqueda del placer.

Actitud impulsiva.

Y actos impulsivos también, la forma en la que me relató cómo se había desecho de una de sus muñecas solo porque ella hablaba demasiado y a él no le gustaba el ruido...

Comportamiento malicioso y manipulador.

Simplemente él, todo el tiempo.

Pero lo que más llama mi atención es y será una única cosa: Distinguen perfectamente entre lo que está bien y lo que está mal.

¿Verdaderamente lo hacen? ¿Él es consciente de que tener a chicas en su casa para su propio disfrute no es algo que esté bien? Y si la respuesta a esto es si, ¿entonces por qué no intenta hacer las cosas bien?

—¿Otra vez tratando de buscarle sentido a la vida? —su voz me hace levantar la mirada y centrarme en él—. ¿Con que andas ahora, muñeca?

—Tratando de entenderte —admito.

—¿Entenderme? No lo vas a conseguir nunca en la vida —el bufido que sale de sus labios me hace entrar en razón, supongo que no he sido la primera mujer que trata de buscarle explicación a todo esto, al igual que quiero suponer que no soy la única que sigue cuerda en esta casa—. Todos en esta vida buscamos algo, vosotros, los "normales" muchas veces no lo hacéis por miedo, nosotros no sentimos ese mismo miedo y actuamos de forma impulsiva... Así es que siempre conseguimos lo que queremos: sexo, reconocimiento ante terceros, ascensos profesionales, prestigio académico... Lo que sea, a todo le sacamos beneficio.

—Lo que sea... Pero a ti sólo te interesa el sexo —señalo, queriendo llegar a la profundidad del asunto—. Yo antes de todo esto era lectora y de vez en cuando leía sobre los psicópatas, las escritoras tienen una gran manía de romantizaros cuando claramente eso está mal, vosotros no os enamoráis y es ridículo que lo quieran hacer ver de otra forma. Aprendí detalles, aprendí que hay varios tipos de psicopatía... Supongo que tu formas parte de los psicópatas subclínicos.

—¿Por qué supones eso, muñeca? —la curiosidad brilla en su mirada y sé que he dado justo en el clavo.

—Porque son propensos a involucrarse en conductas sexuales de riesgo y a emplear tácticas coercitivas para obtener sexo, incluyendo el uso de drogas o actos de intimidación física o verbal. Lo que quiere decir que utilizan el miedo y otras tácticas de manipulación para dominar y controlar a sus parejas, en este caso, a sus víctimas —relaté, tratando de olvidar que estaba frente a uno de ellos—. Emplean su característico encanto superficial, locuacidad, sus habilidades manipulativas y demás rasgos que le caracterizan para conseguir tener otras relaciones incluso teniendo pareja estable... Buscan de modo constante la novedad en sus vidas y de ahí que tengan más parejas sexuales y un estilo de emparejamiento menos restrictivo, siendo infieles a la persona con la que han llegado a un compromiso.

—Yo no he llegado nunca a tener un compromiso con nadie, no necesito de uno —se encogió de hombros—, ni tampoco he tenido una pareja estable, ¿para que la quiero?

—Porque no todo es sexo —suspiré—, si me dejas enseñarte todo lo que podemos hacer sin tener que estar metiéndonos mano... Como las personas normales.

—Deja de querer verme como una persona normal, no soy una —gruñó, claramente en desacuerdo.

—¡Pero yo si! Quiero ver una película, leer un libro, cantar en la ducha mientras suena una canción a todo volumen, bailar alocada encima del sofá cuando suena mi canción favorita...

Quiero volver a mi vida de antes, quiero volver a ser yo, quiero no tener que preocuparme por cundo será el día en que se aburra de mi y decida ponerle fin a todo.

—Creo que todas las muñecas queremos lo mismo... ¿Les has preguntado?

—No, las he dejado... Como tú querías.

Mi corazón se suelta con desenfreno en mi pecho. Recuerdo haberle pedido que las dejara, que yo podría darle lo que ellas no, recuerdo manipularlo para que ellas obtuvieran la libertad que a mi me faltaba y me faltaría toda la vida. Lo había conseguido. Las había dejado.

—¿Cómo puedo confiar en tu palabra?

—Todas las habitaciones están libres, puedes comprobarlo.

—¿Y cómo sé que las has liberado y no que... bueno, que les has hecho otras cosas?

—No las he matado —puso sus ojos en blanco, con clara molestia.

¿Y como puedes estar tú tranquilo...? Lo que has hecho está mal, si una de ellas te denuncia van a venir a por ti.

—¿Y? —carcajeó—. No me importa, es su palabra contra la mía, no tardaría demasiado en salir de la cárcel.

Suspiro, porque probablemente tenía razón.

—Pero eso ahora es lo de menos, eres la única muñeca que queda —sus dedos toman un mechón de mi cabello, acariciándolo—. ¿Que se siente ser exclusiva?

—No lo sé, supongo que se siente bien...

Me mira durante unos segundos, casi analizándome.

—¿Qué película quieres ver?

Y mi corazón vuelve a latir desenfrenado, ilusionándome por algo que sé que no me llevará a ningún lado.

MuñecaWhere stories live. Discover now