Capítulo 12

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No. Eso no solo era curiosidad.

Quizá con cualquier otra persona si se tratase de curiosidad, pues era una simple pregunta sin ninguna importancia, como cuando te preguntaban tu color favorito, a nadie le interesaba realmente la respuesta, solo lo hacían por compromiso y porque a todos nos gusta que los demás sepan cuál es el nuestro, aunque no sepamos los de los demás.

Pero el rubio con el que convivía no era como cualquier otra persona. Pensaba diferente al resto y no de la forma en la que me gustaría.

Tenía algo en mente, como si de una lista se tratase, de repente solo hacía cosas que a mi me agradaban. No conocía su plan pero estaba cayendo de cabezas en él.

—¿Está sonando "Ella No Sigue Modas"? —pregunté, levantándome del sofá en el que estaba sentada y sonriendo de oreja a oreja.

—Si... —vaciló—. Es una canción de las viejas de Juan Magán,

Chillé sin poder evitarlo y me subí al sofá de un salto, esperaba que el psicópata no se cabreara por poner mis pies en él.

Cansada de la misma rutina

Con este ritmo que su cuerpo lo domina

Un corazón que vagabundo camina

Y quiere baile y va pa' encima

Exhausta de evasivas, cansada de mentiras

Hoy quiere baile y va' pa' encima...

Alcé mis manos en el aire mientras cantaba la canción, él arqueó una ceja en mi dirección pero no opinó al respecto, ni siquiera puso resistencia cuando tomé sus manos y lo ayudé a subir conmigo al sofá.

Princesa de mis sueños se ve tan mona

Dime quien te hizo daño pa' verte tan sola

Quien quiso utilizarte y robarte toda

Corazón inocente, retoma la hora

Canté, cerca de sus labios y llevando mis manos tras su nuca. Amaba con todas mis fuerzas esta canción, había dado en el clavo una vez más, como con el libro.

Ay ay ay, ay ay ay

Quiero bailar contigo, amarte a todas horas

Ay ay ay, ay ay ay

Ven a bailar conmigo, tú no bailes sola...

Lo besé, no pude resistirme a la tentación de sus labios, él correspondió al beso mientras la canción se terminaba y una nueva empezaba, también de las viejas de Juan Magán, de esas que incitaban ser saltadas y bailadas con descontrol y cantadas a todo pulmón. Estuvimos al menos tres o cuatro canciones más así, a mi bola. Se notaba que no estaba en su salsa pero lo disimulaba para complacerme a mi.

Esos pequeños gestos eran de admiran, por supuesto.

Como que me dejara ducharme con la música puesta, dándome el lujo de poder cantar y montarme mis propios conciertos allí. Voy a pasar por alto el momento en el que resbalo y casi beso el suelo, creo que no es demasiado importante para la historia.

Cuando salí de allí, con ropa interior y una toalla envuelta en la cabeza, él me esperaba tumbado en la cama y leyendo el libro que me había regalado, se veía interesado y eso me hizo sonreír todavía más. Saqué la toalla de mi cabello y ni siquiera me vestí, me lancé a la cama con él y le pedí que leyera en voz alta.

—Detesto a Tom —opiné, frunciendo el ceño.

—Es un malo necesario —habló, cerrando el libro con el marcapáginas al inicio del siguiente capítulo y lo dejó en la mesita de noche—. En todas las historias hay uno.

—¿Ah si? —me hice la tonta.

—Por supuesto, después están las niñas tontas como tú que se enamoran del malo necesario en lugar del buen protagonista —pinchó mi mejilla con su dedo índice.

—No eres malo...

—No soy un buen hombre, muñeca... Hago cosas malas, no estoy bien de la cabeza —suspiró—. Hablaba en serio cuando nos conocimos, sigo deseando hacerte daño... Te veo, eres tan jodidamente hermosa, habla tanto que me provocas dolores de cabeza. Me dan ganas de asfixiarte para que te calles de una maldita vez y no vuelvas a hablar nunca más.

—Eso no es lo que me imaginaba...

—Te imaginabas que era uno de esos hombres que hace daño en la cama, ¿eh? Puedo serlo si quiero —rió entre dientes—. Pero prefiero ser dulce en la cama y malo en la realidad. Así nos vamos de la ficción, así marcamos la diferencia de estas estúpidas historias que te gusta leer. Así demostramos que los psicópatas no somos más que manipuladores, gente fría sin sentimientos, que no hay que romantizarnos...

—Estos días has cambiado —hablé—. Fuiste un encanto, hiciste lo que yo dije que quería hacer, me consentiste como si fueras alguien normal...

—Y tú fuiste tan tonta que me creíste, ¿no es así? —chasqueó su lengua, esperando una respuesta que nunca llegó—. Muñeca, muñeca... ¿Qué voy a hacer contigo?

Estaba agitada, esta vez no necesitó echarle nada a mi bebida ni nada por el estilo, yo ya confiaba mínimamente en él. Creí que algo había cambiado, claro que lo creí. Ahora veía que había estado tan jodidamente equivocada. Que su plan fue muy claro desde el principio y que yo le puse las cosas cada vez más fáciles.

—¿Ahora no hablas?

—No me toques —casi salté cuando me puso las manos encima.

—Claro que te voy a tocar... Lo haré hasta que no puedas respirar más —puso su mano alrededor de mi garganta y supe que era mi fin, a pesar de que traté de soltarme y forcejar nada era posible.

MuñecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora