Capítulo 7

626 75 20
                                    


Día X que estoy aquí encerrada.

Empezaba a agobiarme más que nunca, actuar con normalidad no era mi punto fuerte cuando claramente estaba allí en contra de mi voluntad. Aún así trataba de sacar a relucir mis encantos porque tenía un plan en mente para salir de allí, a veces me carcomía el miedo pues temía que él se diera cuenta e hiciera conmigo como probablemente hacía con las demás chicas, o como él solía llamarles "muñecas".

—¿Cuáles son tus fantasías sexuales, muñeca? —preguntó durante el desayuno.

Casi me ahogo con una galleta al escucharlo, si.

¿Por qué razón habría de contárselas a él?

—No tengo —mentí, encogiéndome de hombros para fingir mejor.

—Todos tenemos —apoyó sus codos en la mesa y descansó su cabeza sobre sus manos—. Ahora dime, ¿cuáles son las tuyas?

Pensé. Verdaderamente lo hice.

Tenía que sacar algún provecho yo de esto, mi mente estratega no estaba encendida desde tan temprano y eso era preocupante.

—Creo que me gusta el morbo—fingí timidez—, no descarto lo de hacerlo con público, que otros vean como me lo monto con alguien.

Sus labios se torcieron en una sonrisa, una que indicaba que iba a complacerme en ese sentido y que cumpliría mi fantasía. Tener público significaría que me sacaría de casa, ¿no?

—Muñeca morbosa —jugueteó con un mechón de mi cabello, antes de llevarlo a sus labios y dejar un beso en este—. Voy a cumplir esa fantasía, dame un par de horas para preparar todo.

—¿Preparar todo? —interrogué, desconcertada.

¿Qué tenía que preparar? Si solo era salir de casa e ir a algún sitio en donde hubiera personas... Oh, mierda, ¿qué coño era lo que tenía en mente y por qué me temblaban las piernas del miedo?

—En esta casa hay más público del que puedes imaginarte, solo es cuestión de sacarlas de sus habitaciones y enseñarle que deben ejercer, ahora más que nunca, su papel de muñecas —explicó como quien le explica a un niño las funciones verbales—: no hablar y no moverse. Lucir hermosas y estáticas.


—Eso es muy turbio, no sé si podré... Es decir, ellas estarán mirando solo porque tú se lo ordenas, es... es... Repugnante, asqueroso, oscuro... ¡Espeluznante!

—Hablas demasiado —se quejó—. ¿Por qué no te callas y le haces un favor a mis oídos?

Que sugerencia tan bonita, una pena que yo nunca hago caso a lo que me dicen. ¿Miedo? ¿Que es eso? ¿Se come?

—No quiero callarme —dejé claro—, tampoco quiero que nos acostemos teniendo delante a tus... chicas.

—Muñecas —corrigió, haciéndome poner los ojos en blanco.

—Esto está mal, siento ser yo quien te lo diga, pero está fatal. No puedes tener a mujeres en contra de su voluntad, usarlas como si fueran objetos única y exclusivamente para tu disfrute... No son muñecas, son chicas que han dejado su vida atrás por tu culpa, ¿acaso estás enamorado de ellas? Porque si la respuesta es afirmativa, déjame decirte que eso es muy enfermizo.

Él rió, pero la diversión no llegó a sus ojos, se quedó en una simple risa seca que se escapó de sus labios. Me miraba con interés, como si dudara en seguirme la conversación o mandarme directamente a la mierda.

Ojalá escogiera la segunda opción.

—No es estar enamorado, es estar obsesionado. No tengo problema en admitirlo —se encogió de hombros, como si fuera lo más normal del mundo—. No estoy bien, muñeca, pero tampoco quiero estarlo. Ser alguien normal significaría tener remordimiento por todo lo que hago y, honestamente, prefiero que nada de esto me afecte. Puedes quejarte todo lo que quieras, no eres la primera que lo haces, pero... No me gusta el ruido y lo que no me gusta me deshago de él.

—¿Qué pasó con las chicas que se quejaron? —la voz me tiembla al hacer la pregunta.

—¿Recuerdas el cuchillo del otro día? —asentí, lentamente—. Bien, pues acarició su piel un par de veces.

Miedo.

Terror.

Pánico.

MAMÁÁÁ, UN LOCO QUIERE ACUCHILLARME, SOCORRO.

Intento no verme demasiado obvia, no desvío la mirada ni trago saliva para delatarme, cualquier pequeño gesto me jodería la vida y, por desgracia para mi, él es muy observador.

—Eres un mentiroso —se me ocurre espetar, queriendo cambiar el tema de conversación, dándole a entender que sus advertencias no me importan en lo más mínimo.

—No —niega, frunciendo su ceño y mirándome con confusión—, yo no miento.

—Por supuesto que lo haces, dijiste que no te gusta el ruido y eso es mentira —pongo la sonrisa más coqueta que soy capaz de poner—. Cuando follamos bien que te gusta que grite tu nombre, ¿no es así?

Su expresión se suaviza y casi puedo verlo sonreír con sinceridad. Casi.

—Supongo que es una excepción —toma mi rostro con una de sus manos—. Me gusta cuando tu gimes mi nombre, muñeca.

—¿Te gusta? —cuestiono, sin borrar la sonrisa de mis labios.

—Me encanta —susurra antes de unir su boca con la mía—, pero no pretendo hacerte gemir hasta la tarde, una promesa es una promesa.

Pero yo no quiero...

Supongo que puse cara de desilusión, pero no por él sino por lo que se venía. Creo que el rubio lo interpretó diferente y pensó que estaba triste porque no me quería follar ahora.

Duh, si supiera que yo estaba intentando buscar mi libertad...

Volvió a besarme, como diciéndome que no me estaba rechazando ni nada por el estilo sino que estaba aplazándolo para más tarde.

MuñecaWhere stories live. Discover now