Capítulo 12

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Tenía la cabeza en las nubes, Matthew conducía a mi lado en silencio. Ya llevábamos media hora de viaje, y yo aún pensaba en lo sucedido con Stephen. ¿A dónde iríamos? ¿Qué me pondría? ¿Debería maquillarme o no? Tenía tantas ganas de que llegara mañana, quería verle ya.

—¿Estás bien? —Matthew interrumpió mis pensamientos. Ya no llevaba su chaquetilla, vestía unos jeans y una camisa de un tono esmeralda que resaltaba el color de sus ojos.

—Sí, muy bien. —le sonreí, las cosas estaban de maravilla.

—¿Qué sucedió? Te veo más sonriente que esta mañana. —me miró con interés, pero no tuve el valor de contarle, Matthew no era Betty y no me sentía con la suficiente confianza como para hablar de chicos con él.

—Cosas de chicas. — esperaba que allí terminara la conversación, pero mi compañero de viaje era más curioso de lo que pensé.

—¿Con cosas de chicas a qué te refieres? Nunca he entendido esa frase. —rió con timidez.

—Es cuando sucede algo y una chica puede darte un buen consejo o animarte, ya que también ha pasado por lo mismo. Pueden ser temas sentimentales o físicos. —tardó tanto en contestar que creí que por fin había logrado de que no me preguntara más.

—Pero quizá yo te pueda ayudar con algún consejo. Además, por tu cara de felicidad no puede ser malo lo que te esté sucediendo. —me había quedado bien claro de que Matthew no pararía de preguntar hasta descubrir que me sucedía.

—Puede que me preocupe lo que piense una persona de mí. —traté de evitar contarle más detalles. Realmente necesitaba la ayuda de Betty en estos momentos.

—¿Sobre qué? ¿Tu físico o tu personalidad? —no despegaba la vista de la carretera.

—Ambas. —comencé a experimentar cierta incomodidad con el tema, y me arrepentí al instante de confesarlo. ¿Qué importaba lo que dijera Matthew? Si igual yo la opinión que necesitaba escuchar era la de otro chico.

—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué eres bonita o qué tienes un gran corazón? —se le escapó una sonrisa nerviosa, y yo negué con timidez.

—La verdad. —tomó un gran suspiro y sostuvo con mayor fuerza el volante.

—Cuando te conocí no me di cuenta, pero al día siguiente pude notarlo. Eres decidida, tienes claro lo que quieres en tu vida, y eso es admirable. Me sorprende que tengas inseguridades porque siempre pareces segura de ti misma. Luchas por tu familia y eres de las personas más sentimentales que conozco. Quizá no todos logren ver tu belleza a primera vista, pero sin duda la tienes. Cualquiera que te conociera podría enamorarse de ti porque eres un conjunto de pequeñas partículas perfectas. Aunque no lo sepas, alegras los días de muchos solo con tu sonrisa. —no pude sostenerle la mirada, no después de lo que había dicho de mí. El corazón me latía a mil por hora y las manos me temblaban con desesperación.

Matthew me había sorprendido mucho, no supe si se trataba de una declaración de sentimientos o simplemente trataba de hacerme sentir bien por la situación. Lo cierto es que después de sus palabras no pude volver a pensar en la cita que tendría al día siguiente.

—Gracias. —fue un simple susurro y esperaba que lo hubiese escuchado.

—¿Quién es el afortunado? —ni siquiera se detuvo a buscar mis ojos como lo había hecho antes.

—Mr. Stephen, vino a verme a la tienda esta mañana. —hubiera preferido no contárselo, pero tampoco podía mentirle.

—Entonces por eso estás tan feliz... ¿Seguirán viéndose? —asentí avergonzada, sus palabras aún retumbaban en mi mente. —¿Puedes leer un poco? Quisiera terminar el libro de una vez. —agradecí que sugiriera que leyéramos, era de la única forma en la que este viaje no se convirtiera en un desastre.

Supimos que estábamos llegando a nuestro destino cuando a lo lejos pudimos ver a La Torre del Reloj darnos la bienvenida. Ya en sus adentros todo me parecía diferente, no era la primera vez que visitaba Montreal, pero siempre lograba sorprenderme con su arquitectura.
Habíamos pasado por la majestuosa Basílica de Notre-Dame y no me pude contener de pedirle a Matthew que parara el coche y me hiciera una foto frente a ella. La mismísima Celine Dion había contraído matrimonio en esa iglesia y yo como buena fan que soy, quería tener un recuerdo del sitio.
Cuando pasamos por la plaza St. Louis Square, fue Matthew el que quedó fascinado con los laterales llenos de casas adosadas, con las puertas y ventanas de diferentes colores. Tanto fue así que me pidió inmortalizar el momento en una foto.
Antes de llegar a la Rue St. Paul nos topamos en el camino con la famosa exposición de Barbie. Centenares de muñecas ordenadas por origen, épocas e incluso diseñadores de ropa nos hicieron alucinar por completo.
Finalmente logramos llegar a nuestro destino, la calle más antigua de Montreal nos transportó al pasado. Aún mantenía un ambiente clásico que enamoraba y Matthew no fue mala compañía.

La familia Blaure me recibió con gran cariño, eran poseedores de las prendas e utensilios más arcaicos de la zona. A ellos les había hecho mi primera compra para la tienda, y por la razón de no venir muy seguido a la ciudad, nunca me dejaban partir sin antes degustar un café con ellos.

—Oh Zoe ¡Qué linda que estás! —me saludó Martha, una de las propietarias. Los Blaure eran un matrimonio de más de 45 años de casados que aún se valían por sí solos y vivían eternamente enamorados.

—Gracias, Martha, eres muy amable ¿Jean qué tal estás? —necesitaba un abrazo de dos de mis personas favoritas.

—Feliz de verte, cuando Martha dijo que vendrías, salí en busca de esos caramelos de maní que tanto te gustan. —el viejo Jean se colgó su bastón en el brazo para envolverme en un cálido abrazo.

—No tenías porqué molestarte. —nos invitaron a pasar a su dulce hogar.

—¡No me digas que este joven tan guapo es tu novio! Oh Zoe, que bueno. Ya era hora. —Martha logró que Matthew y yo sustituyéramos el color de nuestras mejillas por un rojo intenso.

—El es Matthew, un buen amigo. —mi compañero de viaje no pareció complacido con mis palabras, pero yo no tenía claro si podía verlo de otra forma.

—Es un gusto.

—Lástima, harían una muy bonita pareja. —Otra vez Martha logró ponernos nerviosos.

—Deja a los chicos en paz, Martha, no van a querer volver nunca más. Aunque tengo que admitir que mi esposa tiene razón. —el viejo Jean nos sonrió amable y luego nos condujo hasta la sala de estar.

Estuvimos charlando los cuatro por un largo rato, incluso tocamos el delicado tema de que debía desalojar la tienda dentro de pocas semanas, tanto para Matthew como para mí fue incómodo, pero no nos privó de disfrutar la tarde.

Tres cajas llenas de maravillosos objetos logré recolectar de casa de los Blaure, algunos parecían incluso nunca haberse utilizado. Estaba muy contenta, el viaje había merecido la pena, a pesar de todos los inconvenientes.

Ya estaba anocheciendo, y faltaban solo unos minutos para que comenzara mi programa de radio favorito. No quería incomodar a Matthew con mi petición, pero realmente tenía ganas de escuchar a Mr. Stephen. Pensé en miles de formas en las que podía pedírselo sin que sonara muy emocionada de mi parte, pero para mi sorpresa, fue el mismo Matthew el que encendió la radio para mí.

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