Capítulo 12

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Rayla

Jueves por la mañana.

Estoy sentada a un lado de la ventana en mi pupitre y en el fondo de la clase. Tengo uno de mis audífonos en mi oreja y el otro colgando bajo mi mentón.

Estoy enojada.
"¡Que novedad!", me digo a mi misma. Pero supongo que tengo una buena razón para estarlo.

Y es que todos los chicos en la clase no dejan de hacer ruido y desastre. Se lanzan mochilas, cuadernos y balones. Además, de que hay varios grupos de chicas dispersas por el aula presumiendo el nuevo esmalte que llevan adherido a las uñas y las sombras en sus párpados.
Que estupidez.

Y lo peor, Callum no ha llegado a clase. Eso me pone más de malas, pues se que el nunca llega tarde. Y solo pensar que esa demora se convertirá, tal vez, en una falta, hace que todo se torne gris.

Igual, tal vez no me debería impresionar que no venga. Pues llevarlo a su casa poco después de las 10:00 de la noche ¡claro que lo hará descansar bién! Aún así, tenía la esperanza de verlo hoy, y la sigo teniendo... aunque sea solo un poco.

Realmente me gusto hablar con él el día de ayer. Fue muy directo y sincero conmigo, a diferencia de las primeras veces que hablamos. Me confió sus secretos, y puedo notar como cada vez se hace más dulce en su forma de actuar y de pensar. Me hace feliz saber que lo estoy ayudando.

El simple recuerdo del día de ayer me devuelve un poco la sonrisa. Que no es suficiente para poder calmar las ganas que tengo de levantarme y gritarle a todo el salón que se calle. Pero bueno, es reconfortante.

Veo que faltan menos de dos minutos para que llege Gren y le ponga orden a todos estos adolecentes ruidosos y consentidos. Por lo cual me pongo feliz, pero igual me carcome la idea de que también queda menos tiempo para que Callum pueda llegar a la escuela. Y así poder verlo y escuchar su voz, estar juntos en el receso y hablar. Sólo quiero eso, que atraviese esa puerta y pueda ver su torpe sonrisa para después saludarlo. Y poder estar con él, porque me gusta... estar con él.

Así que trato de distraerme. Mi mente se pierde en el cielo azul, que es extrañamente gris y oscuro a unos cuantos kilómetros de aquí.

Pienso en mi y en mis propios problemas. No en los de Callum, en los míos. Los que me tienen enojada en este mismo instante. En esa mentalidad y carácter que me tocó. Y que odio.

Empiezo a enredar el cable de mis audífonos en uno de mis cuatro dedos cortando mi circulación. Pero me detengo porque escucho como la puerta del salón se abre al tiempo que la campana de la escuela retumba lejos.

Me volteo con toda esperanza de ver aquella bufanda color carmesí que tanto me gusta. Pero no, no la veo y todo se va.

Algo desilusionada, veo como el profesor Gren entra al aula y todos los chicos, que antes se encontraban parados y jugando, se sientan rápidamente. Con todo eso, mis ganas de, incluso, prestar atención a la clase se hacen nulas lentamente. Por lo que me dispongo a guardar mis audífonos y a mirar la ventana una vez más en lo que espero a que el profesor acomode sus cosas en su escritorio.

No tarda mucho y se pone de pie nuevamente para hacerle saber a la clase que de ahora en adelante está prohibido hacer ruido. Pero bueno, con una cara llena de pecas como la de él, dudo mucho que le obedezcan siempre que lo pide.

Empieza a hablar saludando a todos. No pongo atención a una sola palabra que pronuncia, solo se que está saludando. De reojo, veo como todos sacan sus cuadernos y yo hago lo mismo, solo para guardar apariencias. Una vez que estamos acomodados en nuestros pupitres, listos para copiar lo que el esta apunto de anotar en el pizarrón, me dejo caer sobre mis brazos rendidos en la mesa.

Alguien Para TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora