5. Que comience el juego

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Con octubre llegaron los signos más evidentes del otoño, las hojas se tornaron marrones en las copas de los árboles, algunas comenzaron a caerse dejando rojizos campos y senderos que hasta entonces habían permanecido verdes. Las temperaturas comenzaron a bajar, recordando el cese del verano y que el invierno no tardaría en llegar. Las horas de luz comenzaron a descender y cualquiera hubiese dicho que el ánimo de los alumnos decaerían con ellas, pero no aquel año, porque qué ese año nadie esperaba el otoño. Octubre traía consigo algo mucho más interesante, la esperada copa de los Tres Magos.

Pero no solo los excitados alumnos esperaban, entre los muros de piedra de Hogwarts había un hombre que llevaba aguardando más de un mes alguna noticia de cierta bruja.

Jamás reconocería en voz alta que aquella espera no había hecho más que despertar la curiosidad en el mago. También la desesperación y el enfado, pues, a fin de cuentas, era el murciélago de las mazmorras y no era precisamente conocido por su buen temperamento.

Severus Snape sabía que Sol tendría que acudir obligatoriamente al banquete de recepción de las escuelas.

Ni una sola nota, ni una sola visita, ni una sola explicación, había desatado los infiernos para después desaparecer de su vida.

Evidentemente la joven exalumna le estaba evitando.

Había vuelto a Hogwarts, esporádicamente, para tener unas breves charlas con el director, charlas de las cuales Dumbledore hacía gala delante de Snape, sin decirle exactamente de que trataban. Severus sabía que Girasol también trabajaba como espía del director de Hogwarts. Si a él se lo preguntaban, era una pequeña apropiación más del terreno del pocionista.

Pero en ninguna de esas ocasiones la joven había sentido la necesidad de cruzar unas palabras con aquel al que obligaba a darle clases. Ya ni siquiera sabía si aquello seguía en pie, después de casi dos meses de silencio, era lógico suponer que se habría echado atrás.

Por alguna razón que ella idea le incomodaba todavía más.

¿Acaso ahora Snape no era lo suficientemente bueno para Girasol? ¿A tanto llegaba su arrogancia de Gryffindor como para exigir favores y después olvidarlos?

Había puesto esperanzas de encontrarse con ella en el banquete de bienvenida, y lo único que había recibido a cambio había sido la molesta presencia de Ojoloco Moody. Un mes y medio en el castillo con él, y ya tenía sueños húmedos en los que tiraba al auror desde la Torre de astronomía.

Ojoloco se había tomado la libertad de registrar tanto el despacho como la habitación privada de Snape en, al menos que este supiera, una ocasión. Era suficiente. Ni Dumbledore, ni cualquier profesor tenía derecho alguno para entrometerse en sus enseres privados. Su habitación.. su laboratorio... eran tan parte de él mismo como su cerebro o sus manos. Parecía que aquel año todo el mundo estaba dispuesto a transgredir tanto la paz como la privacidad del profesor.

Para más inri, Ojoloco se había tomado unas libertades que, incluso para el resto de claustro, eran inaceptables. No sólo enseñaba maldiciones imperdonables a alumnos por debajo de sexto curso, sino que les exponía a ellas. Si bien Imperio era la más leve, era algo sin precedentes en Hogwarts. Pero, sin duda el evento más traumático había sido el incidente del hurón.

Cuando Ojoloco apareció en su despacho con Malfoy, ridiculizando no solo al padre de este, sino al propio Severus, tuvo que llegar McGonagall para mediar la situación. Moody jamás se disculpó por transformar al alumno a modo de castigo, es más, fue la excusa que uso para poder tener acceso a las habitaciones privadas de Snape.

Aquella tarde los jefes de las casas habían llevado a todos los alumnos a la entrada de Hogwarts, a recibir a los invitados de honor. Beauxbatons había llegado en un enorme carruaje tirado por enormes bestias aladas, caballos del tamaño de tanques, animales de los que solo Hagrid podría hacerse cargo.

El Vacio (Snape fanfic) Where stories live. Discover now