CAPÍTULO 21 - JORDAN ☀️

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Observé el tentador trozo de metal puntiagudo al lado de la mesa de trabajo de Fran, el médico de guantes esterilizados que se había estado ocupando de mí.

Era mi oportunidad para escapar, para salir de esa sala de tortura. El pequeño bote transparente se volvía rojo a medida que la sangre abandonaba mi cuerpo a través del catéter. Mi brazo estaba estirado y Fran había desviado la mirada hacia la puerta. Aproveché ese momento de distracción para coger el frío metal con la mano libre.

Entendí por qué miraba en dirección a la entrada cuando otro hombre con bata blanca y gafas negras entró en la habitación. Sus labios se movían y hacían gestos con las manos. De vez en cuando, me miraban de reojo. No los escuché, y no porque estuviera sordo, sino porque el pitido constante en mis oídos y la sangre que bombeaba mi corazón sonaban con tanta intensidad que no fui capaz de escuchar palabra. La mano que sostenía el arma sudaba y temí que causara un estruendo metálico por toda la sala si resbalaba.

—Hola, Jordan. Soy Abraham —saludó el médico de anteojos. Asentí con la cabeza, intentando parecer cordial—. ¿Cómo te sientes? ¿Estás mareado?

La sangre saliendo de mi cuerpo, el corazón a mil por hora, las manos sudorosas, gotas cayendo por mi frente. Mis ojos estaban alerta, mirando de un lado a otro.

—No.

Seco, cortante, distante.

Abraham se colocó a mi lado. Observaba mis constantes vitales en una máquina.

—Tu pulso está un poco alto, Jordan. Intenta calmarte.

No hablé.

No reflexioné si era el momento adecuado o no. Actué por impulso. No había tiempo.

Comprobé que el agarre fuera firme, apreté el puño alrededor del trozo metálico y se lo clavé en la pierna. Abraham soltó un grito ensordecedor y retrocedió unos pasos, apartándose de mí.

—¿Qué demonios haces? —gritó, dolorido. Se miró la pierna y se rodeó la herida con ambas manos, evitando tocar el centro del dolor—. ¡Te has vuelto loco!

Sin quitar los ojos de Abraham, me levanté de la camilla. Fran se abalanzó sobre mí, arrancándome el catéter. Mierda. Me centré tanto en el médico de gafas negras, que me olvidé de Fran. La repentina salida del catéter hizo que la sangre, mi sangre, saliera disparada del tubo en todas direcciones.

—¡Joder! —maldijo el que había sido mi médico de confianza esos días—. Dejarás la enfermería perdida de sangre.

Los conocimientos de boxeo que tenía almacenados desde hacía tantos años salieron. Le pegué un puñetazo a Fran en el lateral derecho de la cara y lo empujé con toda la fuerza que reuní. Retrocedió dos pasos hacia atrás, suficiente espacio para levantarme.

Abraham gruñía debido al dolor. Se acercó a la pared arrastrando la pierna y presionó un botón rojo. En menos de diez segundos, Ben, el guardia que nos recibió al llegar hacía unos días, entró. Me retuvo antes de darle otro puñetazo a Fran. No me dejó margen de actuación. Cualquier movimiento era inútil.

—¡Suéltame! —grité, dando codazos al aire.

Me sacó a rastras de la habitación y me llevó por un pasillo oscuro y vacío. Me retorcí. Lamenté no haber dedicado más horas a entrenar. Necesitaba más fuerza contra ese tipo. Era demasiado fuerte. Hasta un punto sobrenatural incluso.

Paramos frente a una puerta azul. A la derecha un cartel prohibía la entrada al personal no autorizado. Miré a Ben. Tenía el ceño y los labios fruncidos, su frente estaba cubierta de arrugas, los músculos se asomaban por las mangas del uniforme y me agarraba con fuerza del cuello de la camiseta. Sin lugar a dudas él estaba autorizado.

Mi atención se dirigió a la mano con la que sujeté el trozo metálico: estaba sangrando. Me había cortado al apretar. No lo había notado en el momento, pero comenzaba a escocer.

—Deberías ir con más cuidado —me advirtió antes de entrar a la sala que se escondía tras la puerta—. Rebelándote no conseguirás que mejoren las cosas.

Abrió la puerta.

Una silla de madera se hallaba en el centro de la sala y una bombilla pendía de un cable justo encima. La luz que desprendía era tenue, la suficiente para no chocarte con las paredes. Había entrado a un mundo paralelo donde las paredes ya no eran blancas y limpias, sino grises y mugrientas.

Me sentó en la silla, de cara a una mampara transparente, cristalina. Al otro lado, en una sala idéntica a la que estaba yo, se encontraba Margot. Mi corazón dio un gran vuelco. Desde que me separaron de ella, creí que lo primero que haría al verla sería sonreír al descubrir que estaba bien, que no le había fallado a Ivy. Nada más lejos de la realidad. El mío no fue un gesto de alegría, sino, más bien, de horror y miedo.

Margot tenía un estado lamentable. Las grandes ojeras se habían apoderado de sus ojos color avellana y sus mofletes, rojos como la sangre que brotaba de la palma de mi mano, habían perdido el color, dejando al descubierto una piel triste y pálida. En sus brazos se apreciaban unos pequeños agujeros. Supuse que eran producto de todas las extracciones de sangre que le habían hecho.

—¿Margot? —Busqué su mirada—. ¡Margot! —Sus ojos miraban a los míos, pero no era consciente de mi presencia. Estaba ida. No me miraba—. ¿Qué le habéis hecho? —exigí, mirando a Ben, quien permanecía impasible—. Joder, Ben. ¡Contéstame!

Oliver apareció y rodeó la silla que ocupaba Margot.

—Bien, ahora que estáis los dos, os daré la noticia. —Nos echó un vistazo y se quedó en silencio durante una eternidad—. Como sabéis, os trajimos aquí juntos, os conocéis, está claro. Por eso, dejaré que os despidáis. —Sonrió y metió la mano en el bolsillo—. ¿Veis? Aún conservo algo de humanidad.

—Hijo de puta...

—¿Cómo dices? —preguntó Oliver—. No te equivoques, Jordan. Mi madre no es ninguna prostituta. —Con una sonrisa maliciosa, echó la cabeza ligeramente hacia atrás—. Fíjate, mis planes eran inyectarte algún tipo de droga para que olvidaras lo que había pasado y devolverte a casa, y ¿así me lo pagas? ¿Insultando a mi madre? Eso no está bien. Pensaba que eras más inteligente.

La mandíbula me empezó a doler; estaba apretando los dientes.

—¡Eres un cabrón! —Me levanté y empujé la silla. Se rompió por la fuerza del impacto contra la pared y los trozos de madera se esparcieron en todas direcciones por el suelo. Fui directo a la mampara que me separaba de él y la aporreé—. ¡Margot! Te voy a sacar de aquí. ¿Me escuchas? Vamos a estar bien. —Ben se acercó a mí y me agarró los brazos, intentando que parase. Me resistí. Mis ojos estaban fijos en Oliver, que, entonces, levantó la mano, provocando que Ben me soltara. Corrí hacia el cristal—. ¡Déjanos en paz! —Alcé el puño. Impactó contra la mampara. Golpeé una y otra y otra vez. Lágrimas de impotencia y rabia brotaron de mis ojos. Me dejé caer al suelo.

—¿Jordan?... —La voz de Margot hizo eco en la sala y aplacó mi llanto.

—¡Perfecto! Está despierta —canturreó Oliver—. Ahora sí que podemos proceder. La previsión del tiempo para mañana es niebla. Con suerte, el pronóstico no se equivocará.

—¿Por qué? —pregunté—. ¿Por qué lo haces?

—¿Hacer el qué, Jordan? Yo iba a devolverte a casa, pero tú has decidido meterte con mi madre. —Alzó los hombros y los dejó caer con un suspiro. ¡Como si la culpa fuera mía!—. Así que me he replanteado qué hacer contigo. Lo mejor será deshacerme de ti. No creo que sea buena idea tenerte merodeando por ahí.

—Que te den —escupí.

Acto seguido, Ben me golpeó en la cabeza y después no hubo nada.

Caí al suelo, inconsciente.

Los Tiempo CambiantesWhere stories live. Discover now