CAPÍTULO 33 - MARGOT ⛈️

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Las cuatro paredes blancas que me rodeaban empezaban a cansarme.

Estaba harta. Quería salir de allí.

Al menos la cama era cómoda. El colchón era suave y podía saltar en la cama sin que me regañaran o se enfadaran.

Una vez rompí la madera de debajo de mi cama por jugar y saltar en ella y mamá entró furiosa. Me había avisado muchas veces de que no debía hacerlo. Pero era tan divertido... Solo quería saltar una vez más y, de repente, «crac»: la madera se rompió.

El primer día que me trajeron al laboratorio, salté con todas mis fuerzas. Creí que así se enfadarían conmigo y me soltarían.

Echaba de menos las broncas de mamá.

Amy no estaba conmigo. Se la habían llevado hacía rato. Quería que volviera. ¿Cómo la habían pillado? ¿La habían atrapado como a mí?

Rebeca entró a la habitación con Amy y la soltó. La puerta se cerró cuando la secuestradora salió.

—Esto es un asco —murmuré. Pateé un objeto inexistente en el suelo.

Mi compañera no abrió la boca, no pronunció palabra alguna. Su mirada al frente, ida.

—Margot —susurró, agachando la cabeza—. ¿Saldremos de aquí?

—¡Claro que sí, Amy!

Intenté sonar convincente, pero ni yo misma tenía esperanzas. Me acerqué a ella y la abracé.

—¿Cómo? —Levantó su mirada hacia mí, sus ojos vidriosos por las lágrimas.

—No sé. —Quería saber qué hacer, consolar a Amy, hacer que no se sintiera con tan poca esperanza, pero no sabía qué hacer, no tenía ni idea—. Nos tienen encerradas y hay personas malas. Mis amigos vendrán a por nosotras, ya verás.

—¿Tus amigos? —preguntó, con un poco más de ánimo—. ¿Van a venir? —Su voz se hizo más aguda y salió en un susurro esperanzado.

—Sí, vendrán. Mi amiga se llama Ivy y es muy inteligente y muy guapa. Y Caleb seguro que viene con ella.

«Jordan no vendrá con ellos».

Nos quedamos calladas.

El silencio me incomodó e hice lo propio: hablé de Ham, mi zona de confort. Desconocía el significado de esa expresión. Mi padre lo dijo una vez y quedaba bien en el contexto.

Mi lugar seguro.

—Yo tenía un cerdo —empecé—. Se llamaba Ham.

—¿Y dónde está Ham?

—Está... No sé dónde está.

—¿Lo has perdido?

—Sí.

Se quedó callada.

—Siempre puedes buscarlo. Yo te ayudo.

—Gracias, Amy —suspiré—, pero no lo encontraremos.

—No lo sabes.

—Sí lo sé. Le contaba historias y era muy gordito. Le gustaba comer de todo. Le encantaba la fruta.

—¿Cuál era su fruta favorita?

—Las manzanas.

Estaba tumbada en la cama superior de la litera. En verdad era la cama de Amy, pero a veces, cuando se la llevaban, me apropiaba de ella. Parecía que el techo se estuviera hundiendo. Tenía pequeños agujeros y los conté para matar el tiempo.

Los Tiempo CambiantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora