CAPÍTULO 7 - MARGOT ⛈️

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Vagaba por las calles de Greenwood.

No sabía dónde ir, estaba perdida. Mantenía la cabeza gacha, mirando hacia el asfalto de la carretera. La lluvia caía sobre mí como pequeños alfileres clavándose en mi piel. Había perdido a mi familia, mi hogar, mi sitio seguro... ¡Ham! Me había olvidado de él. Empecé a llorar. Lo había dejado solo en la granja. Me llevé las manos al pelo y tiré de él, me agaché hasta quedar en cuclillas.

No podía más, no quería seguir, no sabía qué hacer. Tenía mucha hambre y estaba sedienta. No tenía dinero ni un sitio donde dormir. Desde que abandoné mi casa habían pasado cuatro días. Cuatro días que me atrevía a describir como el paso por el mismísimo infierno.

Ruido. El ruido de un coche. Alguien se acercaba; me giré. A unos cuantos metros de mí, las luces del vehículo. Entonces supe qué debía hacer. La lluvia me nublaba la visión, no veía con claridad a qué distancia estaba el coche, pero se acercaba: las luces me deslumbraban cada vez más. Me planté en medio de la carretera, extendí los brazos en señal de rendición y esperé el impacto.

«Estoy lista».

Cerré los ojos.

Oscuridad.

El sonido de unos frenos derrapando por la lluvia.

—¿Qué haces? ¡Casi te mato! —«Esa era la idea». Abrí los ojos. El coche estaba apenas a un metro de mí. La conductora había bajado la ventanilla del coche. Salió del vehículo y se acercó a mí a paso ligero—. ¿Estás bien?

—Deberías haberme atropellado. ¡Estaba lista! —grité todo lo que mis pulmones dieron de sí, pero no sirvió. No hizo que mi deseo se hiciera realidad—. Estaba lista... —Caí rendida al suelo.

Perdí los nervios. Debí haber muerto en ese preciso instante. No quería estar en un mundo vacío donde no me quedaba nada, en el que no tenía a nadie. Las lágrimas brotaron de mis ojos y se mezclaron con el agua de la lluvia que caía sobre mis mejillas.

—Ey, no llores. —No estaba enfadada conmigo. Su voz se suavizó cuando me vio llorar—. Estarás bien. —La desconocida me envolvió con sus brazos—. Es muy tarde y está lloviendo, deja que te lleve a casa. —No sabía por qué, pero no quería que me soltara.

«No confíes en los desconocidos», me decía mi padre de pequeña. Pero yo, en aquel momento, confié en esa desconocida. Me subí al coche negro.

El trayecto empezó en silencio, pero enseguida la mujer inició la conversación.

—¿Cómo te llamas? —seguía con la mirada fija en la carretera mientras formulaba la pregunta. El sonido del limpiaparabrisas intentando deshacerse de la lluvia me ponía nerviosa.

Tardé en responder. Mi cabeza estaba en otra parte.

—Margot.

—Encantada, Margot. —Me dedicó una sonrisa—. Soy Ivy. ¿Cuántos años tienes?

—Nueve.

—Yo tengo diecinueve. —Asentí con la cabeza y miré por la ventana—. ¿Qué hacías en medio de la carretera?

No sabía qué responderle. Me mantuve callada y ella aceptó mi silencio. El paisaje cubierto por la lluvia, triste y gris, acompañaba a mi estado de ánimo.

—¿Puedes decirme dónde vives? —preguntó con un tono suave—. No, espera, no llores. —No quería llorar, quería contenerme y ser fuerte. Pero no podía. Ivy desvió la vista un segundo de la carretera para mirarme. Estaba preocupada, sus facciones lo expresaban bien.

—Yo no... —Tragué saliva. No quería decirlo en voz alta porque entonces significaría que era verdad, que no tenía un hogar. Y no estaba dispuesta a aceptarlo.

Los Tiempo CambiantesWhere stories live. Discover now