CAPÍTULO 44 - MARGOT ⛈️

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La gente se amontonaba a mi alrededor.

Nieve.

Sangre.

La bala perforando mi piel.

La nieve teñida de rojo.

Ivy.

No me dolía nada, pero me sentía cada vez más mareada.

Me llevaron en camilla hasta la enfermería. Las luces del pasillo pasaban a gran velocidad ante mis ojos. No distinguía el comienzo de una y el final de la otra.

Cuando llegamos a la enfermería, me trasladaron de la camilla a una mesa de operaciones.

—¡La necesito con vida!

No reconocí la voz.

No pasé ni un segundo más sin saber de quién se trataba: Oliver. Se acercó a mí. Me miraba los ojos con curiosidad y miedo. «La nieve impide que sienta dolor», quise decirle, pero mi boca no emitió sonido. Me costaba pensar, como si mi cerebro se estuviera apagando sección a sección, sin prisa, dejándome vivir solo unos segundos más.

—Pásame la anestesia.

Me colocaron una mascarilla.

De pronto todo fue oscuridad: perdí la consciencia.


—¡No frena, papá, viene directo a nosotros!

—La carretera es muy estrecha. No... No encuentro un sitio donde parar. —Tocó el claxon repetidas veces para llamar la atención del conductor temerario—. ¡No te quites el cinturón! ¡Cúbrete!

Mi padre pegó un volantazo y perdió el control del coche.


Desperté en una camilla.

Examiné la sala sin moverme. Lo primero que vi fue mi brazo derecho. No reposaba en la cama como lo hacía el otro, sino que estaba levantado. Se mantenía en suspensión gracias a una cuerda. Lo segundo que vi fue la silueta de un hombre. Se acercó a mí.

—¿Ya estás despierta? —preguntó, confuso.

¿No me veía con los ojos abiertos? ¿Era ciego?

Recordé la vez en que mamá me explicó lo que era ser ciego. Lloré todo el día porque no entendía cómo era posible que alguien no pudiera ver lo que yo. ¿Estaban en completa oscuridad todo el tiempo? ¿No veían ni las montañas ni las casas ni los animales? ¿No podían leer?

También me explicó que, al faltarles un sentido, habían desarrollado los otros más: oían mejor, incluso cosas que la mayoría no percibíamos; distinguían muy bien los olores, sabían si la comida estaba en su punto o no solo con olerla, y reconocían los objetos usando el tacto.

—¿Eres ciego?

—¿Perdón?

—¿Puedes verme? —pregunté, levantando el brazo izquierdo para ver si lo captaba y seguía su dirección.

—Sí, te veo perfectamente. —Dejó una sábana a mi derecha, sobre la mesita—. Soy Louis, tu enfermero.

—Margot —me presenté, estirando el brazo izquierdo. Era diestra, así que solía utilizar el derecho, pero no lo tenía disponible. Fue raro.

—Vaya, qué educada.

Me apretó la mano.

—¿Cuánto tiempo llevo durmiendo?

—Unas diecinueve horas. —Cogió una silla del otro extremo de la sala y se sentó al lado de mi camilla—. Has tenido mucha suerte, Margot. La bala no te ha atravesado ningún órgano, hueso o vaso sanguíneo.

Los Tiempo CambiantesWhere stories live. Discover now