CAPÍTULO 4 - MARGOT ⛈️

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Ordeñé a Lupe, la vaca, y llevé el cubo lleno de leche hacia la cocina. Mamá removía la comida que se cocía en la olla. El pastel de cerezas desprendía un olor delicioso cuando estaba en el horno. Mamá lo preparaba cada sábado sin excepción.

—¡Qué bien huele! —Dejé el cubo en la mesa y añadí—: Cuando sea mayor, quiero que me enseñes a hacerlo.

—¡Si eres capaz de no quemarme la cocina...! —contestó risueña.

Me acerqué a ella y le di un abrazo de oso.

—¿Sabes dónde está papá?

—Está con el nuevo caballo, el que llegó ayer. Está intentando domarlo, ¡pero se resiste! Ha salido rebelde —rio.

Fui a los establos. Lo encontré quitándole la cuerda al caballo: la doma había acabado.

—¡Hola!

El caballo retrocedió un paso, asustado.

—No levantes tanto la voz, cariño. —Mi padre sonrió y dejó la cuerda en el gancho de la pared—. Todavía no está acostumbrado a ti.

—¿Le has puesto nombre? —pregunté con emoción. Me encantaba poner los nombres de los animales de la granja.

—No. Estás de suerte. —Papá me guiñó un ojo y se limpió las manos con un paño—. Todo tuyo, puedes elegir.

Me acerqué al caballo. Analicé su cara en busca de un nombre que le quedara bien. Me fijé en sus ojos. Emitían un brillo alegre y ambos eran marrones y puros como los de papá.

—Harold —sonreí y le acaricié el lomo—. Lo llamaré Harold. —Papá sonrió—. Tiene tus ojos.

—Vamos, la comida estará lista.

—Ve tú. Yo aún tengo alguien a quien visitar.

Salí del establo. La luz del sol cegaba, pero por suerte llevaba puesto mi sombrero. Con él me sentía inmune a la radiación solar; papá siempre me había dicho que era mala.

La hierba estaba fresca y la tierra, húmeda a causa de la lluvia que cayó el día anterior. La línea del horizonte asomaba tras la colina imponente frente a mis ojos y el lago de agua cristalina se encontraba a mi derecha.

Pasé el gallinero y me dirigí a la porqueriza, donde estaba mi querido Ham. Esquivé algunas gallinas que venían directas a mí y lo encontré comiendo cereales y fruta. En cuanto levantó la cabeza y me vio, la felicidad irradió de sus ojos.

—¿Cómo has estado, campeón?

Ham era un cerdo especial. Me reconfortaba tenerlo cerca. No solo era mi mascota, sino que también era mi mejor amigo. Me habría gustado tener un perro, pero no cambiaría a Ham por nada.

La triste realidad era que mi familia vivía a costa de los animales. La mayoría tenían un final predestinado. No me podía encariñar con ellos. Aprendí la lección con Ham.

Tenía cinco años cuando pasó. Un día, se lo quisieron llevar. Me puse tan triste cuando mi madre me dijo que me despidiera de él... Lloré muchísimo. Conseguí que mis padres no se lo llevaran. Al final ellos le cogieron cariño también.

Me despedí de Ham y fui a la cocina. Papá y mamá me esperaban para comer. La mesa estaba puesta. Solo faltaba yo. Cuando acabamos, recogimos y ayudé a mi padre a limpiar los platos. Mi madre preparó una infusión y se la tomó sin prisa en el viejo sofá de madera.

Salí fuera. Corrí por el campo, visité a mis animales y le leí un cuento a Ham. Aprendí a leer con fluidez en voz alta años atrás y practicar me ayudaba a mejorar. Me gustaba mucho leer. Mi madre siempre me decía que tenía un rango de vocabulario avanzado para mi edad. Sin duda se lo debía a los libros.

Los Tiempo CambiantesWhere stories live. Discover now