CAPÍTULO 46 - JORDAN ☀️

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Después de hablar de nuestro siguiente movimiento en la casa de Caleb, volví a la mía. Mi madre estaba en el sofá, la televisión estaba encendida y mi padre estaba con el teléfono en mano.

No, todavía no había dicho nada. Había entrado lo más silencioso posible para que no se enterasen de mi llegada. Los veía desde la entrada, a través de la puerta del salón. Ni siquiera Scout se había enterado. Dormía al lado de mi madre.

Me armé de valor.

—Hola. —No supe qué más decir.

Era de noche, el sol se había puesto cuando iba por la mitad del camino.

—¡Jordan! —Mi madre rompió a llorar, mi padre apartó el teléfono, dejándolo en la mesa donde reposaba la televisión, y Scout vino llorando hasta mí—. ¿Dónde estabas? Llevas... Llevas dos noches fuera. Y... y no nos has dicho nada, no has pasado por casa, no has mirado los mensajes.

Acaricié a Scout, quien movía la cola de un lado a otro.

—¿Qué ha pasado? —preguntó papá. Rodeó a mamá con un brazo. La intentaba consolar. A mi padre nunca le había sentado bien que mamá llorara. Le rompía el corazón igual (o incluso más) que a mí—. Estaba a punto de marcar el número de la policía.

—Pensábamos que te había vuelto a pasar algo, que te habían secuestrado otra vez. —Al decir esto último, el llanto se intensificó. Mamá se resguardó en el pecho de papá, pero cambió de opinión en segundos y me abrazó—. Hijo..., ¿qué ha pasado? —Me acarició el pelo y se apartó de mí—. ¿Por qué estás tan sucio?

Los dos esperaban una respuesta. Y yo no sabía qué versión darles. Si la versión real en la que nos secuestraban, les inyectaban toxinas a mis amigos y disparaban a Margot, o si, por el contrario, debía contarle una versión ficticia, una inventada.

Opté por la segunda. Bastantes disgustos había traído ya a esta casa.

—¿Hijo? —me llamó mi padre—. Aún puedo llamar a la policía si es lo que necesitas.

—No, no será necesario —dije, al fin—. Estoy bien, no me ha pasado nada.

—¿Dónde has estado? —preguntó mi madre.

—He estado en casa de Caleb.

—¿Has estado dos noches en su casa? —Vale, lo admitía, no era la versión más creíble, pero podía arreglarlo—. ¿Y no has sido capaz de enviarnos un mensaje o de pasar por casa? ¿Después de lo que te pasó la última vez?

—Su padre ha vuelto a casa. Me llamó para que fuera, porque ya sabéis lo que le afecta, y se me olvidó el móvil en casa. Lo siento, no lo había pensado.

—A tu habitación —ordenó mi padre—. Estás castigado.

—Pero, papá...

—No hay más que hablar. Sube.

—No he querido preocuparos, no quería...

—¡Que subas! ¿Sabes lo mal que estábamos por ti? —Asentí. No sé por qué diablos asentí—. No, no lo sabes. Si lo hubieras sabido, nos habrías llamado para avisarnos. Sube. Ahora.

No dije nada más. No lo intenté. ¿Para qué si no cambiaría nada?

Cuando salí del salón, agaché la cabeza y miré al suelo. Scout me seguía. Quería mucho a ese perro. No sabía cómo lo hacía. Siempre que estaba mal lo sabía. Y lo agradecía. Él no se tragaba mis mentiras. Él sabía que yo no estaba bien, que había pasado por algo peor de lo que decía.

Nos encaminamos hasta la escalera de madera y me agarré de la barandilla. Arrastré los pies escaleras arriba. Era el colmo. Había pasado por mucho, y ahora estaba castigado. Pero no les podía contar la verdad. Si lo hacía, llamarían a la policía. Y la policía no se podía enterar de nada.

Los Tiempo CambiantesWhere stories live. Discover now