¿RECUERDAN SUCUMBIR AL DESTINO?

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Aquí os dejo el primer capítulo para ir abriendo el apetito...

Castillo Dunnottar

Escocia, 1375

Las olas del agitado mar del norte impactaban una y otra vez, contra el precipicio costero donde se hallaba asentado el imponente castillo Dunnottar; una fortaleza que posee como único acceso, un estrecho canal de tierra que lo conecta con tierra firme, prosiguiendo por un escarpado sendero que conduce hasta una puerta fortificada.

Entre las grises paredes de dicha fortificación, se hallaba durmiendo plácida como la mayoría de sus habitantes, la única hija de los señores del castillo: una bella doncella de cabellos dorados de apenas dieciocho años. Se encontraba así, en tal estado de inconsciencia, hasta que la llegada precipitada de una alterada dama de compañía, rompieron el letargo de la joven arrancándola de manera abrupta, de los brazos de Morfeo.

—Señorita Leslie, ¡vamos, despierte! —Le había gritado esta, sacándola de su estupor—. El castillo está siendo asediado. Tenemos que salir de aquí ahora mismo, o será demasiado tarde.

Con esas alarmantes palabras, la doncella se levantó de la mullida cama, de un salto; ahora que estaba despierta por completo fue consciente de los gritos, alaridos de dolor y otros sonidos inconfundibles que anunciaban la existencia de una escabrosa batalla, que se escuchaban al otro lado de la puerta confirmando así las palabras de la criada.

—Pero ¿quién ha osado a atacarnos? ¿Cómo han podido ingresar en el castillo estando este tan bien custodiado? —comenzó a preguntar la muchacha, nerviosa, mientras buscaba un vestido para ponerse y cubrir su cuerpo semidesnudo—. ¿Sabes si se encuentran a salvo mis padres? —preguntó de pronto, siendo consciente del peligro que corrían todos los habitantes del castillo, además del suyo.

—Olvídese de vestirse, señorita, o de hacer preguntas de las que lamentablemente no conozco las respuestas; no hay tiempo —dijo la criada sulfurada, tomándola de la mano y tirando de ella para sacarla de la habitación.

—Espera. No puedo salir así, vistiendo únicamente una camisola —apuntó Leslie escandalizada clavando los pies en el suelo intentando así detener el avance de la mujer.

La criada, que rozaba ya la cincuentena, se paró en seco y la miró.

—Sí, tenéis razón. —Se giró buscando con la mirada algo con que cubrirla, hasta encontrar lo que buscaba. Se acercó a la prenda, y tras tomarla entre sus manos, la extendió hacia la nerviosa muchacha, ofreciéndosela—. Tomad, cubriros con esto mismo.

Leslie tomó la capa que la mujer le ofrecía, una que había confeccionado su propia madre. Fue el regalo que esta le hizo por su último cumpleaños, cinco meses atrás. Con ella cubrió su casi expuesto cuerpo; la camisola apenas le cubría los muslos ya que quedaba por encima de las rodillas. Además, estaba confeccionado con una tela tan fina, que se transparentaba un poco.

Una vez cubierta desde la cabeza, ya que se había puesto la capucha, hasta los pies, fue arrastrada de nuevo por la cincuentona de cabellos entrecanos en dirección a la puerta.

Justo cuando la alcanzaron, esta se abrió de manera abrupta, haciendo un ruido estrepitoso. Tras ella apareció un fornido guerrero blandiendo en alto una enorme y pesada espada sangrienta, al que nunca habían visto ninguna de las dos. Sus largos cabellos pelirrojos, al igual que su poblada barba, estaban recogidos en dos desarregladas y gruesas trenzas. Su altura, que debía rondar casi los dos metros, y su anchura considerable, intimidaban. Con un gesto feroz dibujado en su rostro sucio, la ropa salpicada de sangre y mirada asesina, el intruso que abarcaba todo el hueco de la puerta, las apuntó con su arma.

—¡Oh! —exclamaron las dos a la vez, muy asustadas, mientras daban un respingo.

La doble exclamación no le pilló por sorpresa al hombre recién llegado.

—Por favor, señor, dejadnos ir ilesas —rogó Anabel, la dama de compañía, quien con su robusto cuerpo intentaba cubrir y proteger, el de Leslie, que era mucho más menudo y esbelto.

El pelirrojo, sonrió en respuesta, mostrando una hilera de dientes amarillentos y torcidos. Sin decir nada, se giró, miró por encima del hombro en dirección hacia el hueco de la puerta donde había varios hombres más apostados en el pasillo, y dijo:

—¡Aquí hay más mujeres! Cogedlas y llevadlas al salón, junto con las demás —pidió el hombre con voz autoritaria, ignorando los ruegos de la sirvienta y la mirada asustadiza de Leslie.

—¡No! ¡Deteneos! ¡No podéis apresarla! ¡Ella es la hija de los señores del castillo! —indicó, rogando de nuevo la mujer. A su vez, señaló con la cabeza a la asustada doncella que, en todo momento, no se había movido del sitio ni había pronunciado palabra alguna. Anabel creía que así, desvelando la identidad de la joven, y siendo esta quien era, la misma tendría un trato especial, un trato privilegiado; sus intenciones eran ayudarla.

Sin embargo, pareció que sus palabras habían causado el efecto contrario, pues el bárbaro con cuerpo de armario que había osado a entrar en esos aposentos privados sin previa invitación enmudeció de golpe quedando con un semblante tan serio, que daba miedo. Con la espada todavía desenvainada, se acercó a ellas con paso decidido. De un empujón, apartó a la imprudente criada quien, al perder el equilibrio tras empellón, cayó al piso de rodillas. Para instantes después ser apresada por dos de aquellos bárbaros guerreros de apariencia salvaje que estaban esperando a cumplir la orden impartida.

—¡Bruto sin compasión! ¡Patán sin escrúpulos! ¡¿Qué maneras son esas de tratar a una inofensiva mujer?! —gritó indignada Leslie, a la vez que le lanzaba una mirada asesina.

Intentó golpear al intruso con sus pequeños puños, pero el pelirrojo la detuvo con demasiada facilidad sujetándole de las muñecas. Este, una vez hubo conseguido detenerla, le agarró del brazo. Y ella, resignada, dejó de forcejear a la vez que lo miraba horrorizada con sus ojos pardos, sin poder hacer nada mientras sentía como tiraba de ella hacia él.

En cuanto la acercó lo suficiente a su corpulenta anatomía, le arrancó la capa para poder contemplarla sin obstáculos. Y cuando ante él apareció el frágil y curvilíneo cuerpo bien formado de una bella jovencita de cabellos dorados recogidos en una larguísima y gruesa trenza, se quedó de piedra ante tal belleza.

—¡Que me parta un rayo! —exclamó con expresión apreciativa mientras la escrutaba—. A Cailean le va a sorprender gratamente esto —meditó en voz alta segundos después, dejando más confundida a la cautiva que no sabía quién era ese tal Cailean, ni qué era lo que le acabaría sorprendiendo—. ¡Vaya si le va a gustar! Y, además, ¡sobremanera!

Una vez el pelirrojo se había repuesto de la impresión, volvió a cubrirla con la prenda lo mejor que pudo. Luego, se la entregó a los dos hombres que se habían acercado a ellos atraídos por la visión espectacular que había ofrecido la muchacha tras haber sido destapada durante esos escasos segundos, para que se la llevaran también; a Anabel ya se la habían llevado a rastras.

—Haced lo que os he pedido, llevadla junto a las otras —ordenó—, pero que no se os ocurra tocarle ni un pelo siquiera. Ella es para el Laird.

¡YA A LA VENTA EN AMAZÓN!

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⏰ Son güncelleme: Aug 30, 2021 ⏰

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