Capítulo Uno

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<<¡Otra vez el maldito y jodido despertador dando por culo!>>, se quejó un soñoliento Mitchell, que se negaba rotundamente a levantarse de la acogedora cama en la que se hallaba descansando. De un puñetazo lo hizo callar. El aparato calló al suelo hecho trizas, marcando ya para siempre las cinco de la tarde.

—¿Qué hora es? —preguntó una voz femenina a sus espaldas.

<<¡Oh, sí, tenía más que sobradas razones para querer quedarse un ratito más en la cama!>>.

Lentamente, y con una sonrisa pícara dibujada en el rostro, Mitchell se giró para quedar de lado y de cara a la hermosa mujer que lo acompañaba esa tarde.

—Acaso... ¿importa?

Y sin darle tiempo a que contestara, tiró con destreza de su cuerpo desnudo para acercarlo al suyo, que estaba ya duro.

No recordaba cómo se llamaba la chica, pero lo cierto era que tampoco le importaba. Había sido el ligue de la noche anterior, habían echado un polvo y ahora pensaba echarle otro antes de enviarla de vuelta a casa o de donde coño hubiera salido.

Devoró con sus expertos labios la boca de la mujer, que gimió por la sorpresa, pero aún así ambas lenguas respondieron la llamada de la otra. Sus labios se unían, sus lenguas jugaban entrelazadas y sus manos se tocaban con impaciencia; la mujer también estaba más que preparada, húmeda para su íntimo toque y lloriqueando por ser saciada.

Con un ágil movimiento, la agarró por la cintura y la aupó hasta acomodarla encima suyo. Sin dejar de besarla ni de torturarle uno de los endurecidos pezones, guió su hinchado pene hacia la entrada resbaladiza de la mujer. Con una profunda estocada introdujo toda la longitud de su miembro en el acogedor y cálido interior; el largo y profundo gemido que produjeron los dos a la vez, llenó la habitación.

Las paredes vaginales se adherían como un guante de piel sobre su pene, abrazándolo y envolviéndolo con su calidez. Con cada embiste del hombre, la mujer se excitaba más, produciendo que su cuerpo expulsara más crema espesa para facilitar notablemente la penetración.

—¡Más rápido! —exigió la mujer cuando comenzó a sentir la llegada del orgasmo—. ¡Sí, Mitchell, sigue así, sigue...!

Comenzó a cabalgar con más frenesís sobre la montura del hombre, para aumentar el placer y hacerlos llegar a ambos a ese sitio tan deseado y codiciado por todos.

Él no la defraudó, continuó metiéndosela y sacándosela una y otra vez sin parar, con movimientos duros, rápidos y profundos, enterrando hasta el fondo la empuñadura.

Ambas agitadas respiraciones, jadeos y gemidos de placer, junto con el chocar entre cºarne contra carne, resonaron y llenaron la estancia que ya de por sí estaba cargada con el olor a sexo.

—¡Sí, Mitchell! —exclamó la mujer, gritando su nombre a la vez que gemía cuando al fin alcanzó el clímax.

Su canal estrecho se contrajo en el suceso, provocando que el pene acabara ordeñado. Cada terminación nerviosa se activó, explotando en una inmensa lluvia de placer que lo envolvió, haciéndole estallar en un éxtasis glorioso. Chorros y más chorros espesos de semen inundaron y llenaron a la mujer, que todavía temblaba con los repiques de su reciente orgasmo.

No habían usado preservativo, pero eso no le preocupaba. Ella le había dicho que tomaba la píldora y él mismo la había visto hacerlo. Y tampoco tenía que preocuparse por las enfermedades de transmisión sexual, ya que él y los de su especie eran inmunes a estas.

Esclavo de las Sombras (Historia pausada)Where stories live. Discover now