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«No puedo quedarme así, tengo que verlo.»

Recojo con desesperación las pocas pertenencias que traje. No me detengo en procesar cómo quedaron las cosas entre nosotros dos, no reparo siquiera en que hemos roto, solo necesito saber que está bien, me urge abrazarlo otra vez.

Mi orgullo importa un carajo en estos momentos.

Miro mi móvil confirmando que son poco más de las dos de la madrugada. ¡No alcancé a dormir ni media hora!

Me monto en el auto y dejo el sándwich envuelto con servilletas sobre el asiento del copiloto; gracias al embrollo se me quitó hasta el hambre.

Enciendo el motor, y llamo por citófono apenas me detengo frente al portón.

—¡Hola, estoy liberando la cabaña ocho! —informo.

—Oh, no—responde el chico de cabello fucsia; reconozco su voz—. ¿El Señor Nadie no llegó?

Rodeo los ojos, a pesar que no puede verme, pero no deseo discutir, necesito ahorrarme unos segundos.

—No. ¿Puede dejarme salir, por favor?

—Claro, claro. Vuelva pronto... Aunque con otra conquista—agrega con una risita.

«Maldito crío.», mascullo para mis adentros.

Apenas el portón se abre del todo, acelero como si de comprar tampones se tratara.

Conduzco hacia la autopista repasando lo que sentí cuando desperté. Jamás había experimentado algo así, esto es absolutamente nuevo y... abrumante; me asusta de sobremanera.

«¿Cómo asocié a un joven veinteañero de ojos azules, cabello rubio, delgado y formal a Hugo García? ¿Y a mí con un hombre treintón?»

«¿Tal vez porque discutí con el chico de la recepción con que yo podía ser gay? ¿Quizás por mi ruptura con Hugo? ¿Me habrá afectado mucho la separación, así que lo reflejé en sueños?»

«¿Sentiría ahora que quiero morirme si él no está?»

No, no me moriría si Hugo y yo terminamos, aunque sí sufriría mucho.

Es extraño... A pesar que todo quedó saldado entre nosotros, no puedo imaginarnos separados. Siento que podemos resolver cualquier cosa si nos lo proponemos.

«¿Qué mierda es este lazo que me arrastra a él?»

Quince minutos después estoy entrando al centro de El Eclipsado y siento calidez en el alma, me llena de amor mi nuevo hogar.

Observo los locales comerciales cerrados, a excepciones de los bares y clubes, las calles con uno que otro tío paseando borracho, los faroles de luces tenues luchando por iluminar algunos rincones y un par de policías detenidos en sus motocicletas para fiscalizar que todo se mantenga tranquilo.

De todas formas, hay mucha más gente gracias a las vacaciones, sobre todo turistas.

Una llamada entrante se apodera de la radio, así que disminuyo la velocidad.

—¡Cristi, ¿todo bien?! —inquiero, preocupada.

He sentido todo el tiempo el corazón en la boca gracias a mi sueño, y me parece todavía más extraño que ella llame a esta hora.

—Va todo bien, abuela, relájate—habla muy rápido—. Escucha, Hugo llegó a posada hace un rato, te fue a buscar a la habitación y, cuando no te pilló, empezó a preguntar cuarto por cuarto quién sabía dónde estabas.

Siento una punzada en el estómago... y el pecho.

—¿Le dijiste?

—Pues... traté de no hacerlo, pero se veía tan afligido. Nunca lo había visto así...

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