38 | La calma antes de la tempestad.

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Lo primero que sentí al despertar fue una mano enredándose entre los mechones de mi pelo, con la suavidad justa para hacer que me encogiera placenteramente. La misma mano se deslizó en la piel de mi nuca, delineando lentamente el círculo marcado en ella, antes de seguir su descenso por mi columna, en un roce ligero y cuidadoso, como si temiera despertarme.

Todavía con los ojos cerrados, esbocé una sonrisa somnolienta cuando lo sentí presionar los labios en mi hombro. Otro más suave en mis omóplatos. Dejando otra línea de besos que comenzó a bajar por la línea de mi columna lentamente hasta el final de mi espalda, sintiendo el delicioso ardor sobrenatural irradiar de su cuerpo encima del mío.

Una pequeña risa me abandonó los labios cuando lo sentí dejar un suave mordisco al final de mis caderas y otro en mi nalga izquierda. Aunque mi risa se tornó solo un murmullo incoherente cuando lo sentí deslizar la cara entre mis piernas. Hundí la cara en la almohada para ahogar un gemido.

Se podía decir que esta era una forma deliciosa de comenzar el día.

Al cabo de unos pocos minutos me había vuelto gelatina de nuevo, temblando y retorciéndome. Isaac dejó otro beso al final de mi espalda antes de incorporarse y subir a la altura de mi cara. Me di la vuelta con el rostro todavía ardiendo y las estrellas volando a mi alrededor, solo para verlo sobre mí, con la cara somnolienta, el pelo negro revuelto y una media sonrisa perezosa.

—Buenos días —murmuró con voz ronca, deslizando sus labios desde la línea de mi mandíbula hasta mi cuello.

Oh, sí que eran buenos.

—¿Siempre eres tan madrugador? —pregunté con una sonrisa, considerando que según el reloj de pared eran todavía las siete y media de la mañana.

En lugar de responder, me regaló un movimiento inesperado. Inclinó la cabeza hasta la altura de mis pechos y atrapó con los dientes el piercing de mi pezón, entreteniéndose con él.

—Esto es mi nueva cosa favorita —pronunció.

—¿El piercing? —Arqueé una ceja.

—Tú.

Antes de que pudiera responder, Isaac levantó la cara de mis pechos y hundió su boca en la mía.

Dejé escapar un pequeño gemido de protesta y sorpresa —porque, primero, aún no me había lavado los dientes y, segundo, porque ¡aún no me había lavado los dientes!—, pero las protestas se esfumaron más rápido que mis pensamientos coherentes. Envolví mis brazos y mis piernas a su alrededor mientras él separaba mis labios con los suyos y me besaba con lengua y dientes y aliento, exactamente como Isaac besaba. De esa forma insana, intensa y poderosa que me volvía loca.

Mis sentidos se sobrecargaron. Estallaron. No estaba segura de si esa sensación tenía algo que ver con ese símbolo en el cuello, o nuestros poderes, si era algo normal entre Asphars y criaturas que tenían capacidades sobrenaturales en general, pero sabía con certeza que anoche lo había sentido. Esa conexión tangible y sofocante. Precisamente la clase de conexión que hizo que la respiración de Isaac se volviera irregular, y que desmoronó todos mis pensamientos lógicos.

Aunque esa conexión fue interrumpida un par de minutos después por tres toques en la puerta.

—Isaac, ¿podemos hablar? —dijo alguien al otro lado de la puerta.

La voz de Nerox.

Isaac me mordisqueó ligeramente el labio inferior antes de separarse solo un poco. La capa de humor con el que se había despertado pareció atenuarse un poco cuando volvió la cabeza hacia la puerta. Sus cejas se hundieron con seriedad.

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