01 | Los borrachos dicen muchas tonterías.

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21 de junio, 2022. Vinton, Estado de Luisiana, EEUU.



—Vamos a morir.

Alec entornó los ojos y se mordió la uña del pulgar, nervioso.

—¿Sabes lo que les ocurre a los gays guapos y sexis como yo en las películas de terror? —Mi amigo siseó bajando la voz—. ¡Siempre son los primeros en palmarla!

Me terminé de un profundo trago lo que quedaba de cerveza en mi vaso antes de suspirar y girar la cabeza hacia la voz femenina que hablaba desde el escenario.

—No vas a morir, Alec. —Le aseguré por decimoctava vez en lo que llevábamos de noche—. ¿Pero sabes quiénes sí van a palmarla? Mis oídos.

... quiero agradecer a todos los profesores y alumnos de Reems por hacer de este trayecto académico una experiencia inolvidable —dijo la chica sobre el escenario mientras se llevaba una mano al corazón con dramatismo—, y sobre todo a la directora Adams por habernos ofrecido su incondicional apoyo y...

Dejé de prestar atención. Después de veinte discursos como ese, yo también estaba empezando a creer que no deberíamos haber venido.

Cada año en el pueblo de Vinton, tras terminar el curso, se celebraba una fiesta para despedir a los alumnos de último año que se habían graduado y que posteriormente irían a la universidad. Así que la noche giraba en torno a ellos: los demás nos limitábamos a escuchar sus discursos acerca de lo mucho que echarían de menos el instituto Reems —mentira— y cuánto les dolía tener que irse —otra mentira—, y el resto fingíamos prestar atención. Después, cuando todo el mundo se había emborrachado lo suficiente como para no poder decir dos frases seguidas sin echar la pota, empezaba la fiesta de verdad.

Lo cierto era que yo nunca me había interesado por este tipo de eventos y esta era la primera vez que venía. Y solo había venido por una razón.

Esa razón tenía nombre, apellido, pelo rubio, ojos azules y una sonrisa irresistible. Era un año mayor que yo y se acababa de graduar. Y no me daba vergüenza admitir que era el único discurso en el que estaba interesada.

Aunque, a decir verdad, Saige Sullivan podría pasarse horas y horas hablándome de la chorrada más grande del mundo y yo seguiría interesada en escucharlo igualmente.

—Ya sabes lo que se ha estado rumoreando. —Alec volvió a sisear, como si le diera miedo que alguien lo escuchara—. Y aun así hemos venido porque mojas las bragas cada vez que Saige respira.

—¿Tú también has notado lo guapo que está cuando respira? —Sonreí.

Alec torció los labios en una mueca de disgusto.

—Hablando de Saige, ¿no debería estar ya aquí? —pregunté, estirando el cuello y buscándolo con los ojos.

—¿Y si lo han matado a él también? —Alec jadeó con los ojos abiertos.  

Resoplé. Le sujeté la cara a mi amigo por ambas mejillas y lo obligué a mirarme antes de decirle, despacio, como quien intentaba explicarle algo a un niño de cinco años:

—Esos solo son rumores, Alec. Rumores —pronuncié lentamente, tratando de sonar lo más convincente posible aunque ni siquiera yo estaba segura de mis palabras—: Además, no sabemos si están... muertos de verdad.

—Algunos alumnos llevan desaparecidos más de dos años, Kirsen. Que no encuentren sus cadáveres no quiere decir que sigan vivos. Hay muchas maneras de deshacerse de un cuerpo sin dejar evidencias, ¿lo sabes, no? —Alec empezó a morderse las uñas de nuevo—. Y solo para que conste, esos siete chicos parecen saber muuuucho sobre cómo deshacerse de un cadáver. Por los clavos de Cristo, ¡voy a morir virgen!

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