17 | Un plan de escape.

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Tuve la aplastante sensación de que el mundo se detenía.

Sentía el peso de la hostilidad y el miedo de todas las miradas.

Me observé fijamente las manos mientras el caos se desataba a mi alrededor. Sin embargo, el peor caos de todos se había desatado en mis adentros, incapaz de comprender qué era lo que acababa de suceder. Qué era lo que iba a suceder después. Incapaz de comprender...

Los ojos de Rage se encendieron una milésima de segundos después, y esa energía roja como la sangre surgió como una hiedra alrededor de sus brazos, lista para atacar. Los consejeros de Rage se expandieron a nuestro alrededor, sus ojos brillando de la misma manera, mientras los dos escoltas de Axian sacaban sus armas y se ponían delante de su líder de manera protectora, como si temieran que fuera a hacerle daño. Como si temieran que yo fuera a hacerles daño a todos.

Pero a pesar de la cantidad de armas apuntándome, a pesar de las miradas juzgándome y a pesar de los cuerpos listos para saltarme encima, solo podía concentrarme en el calor que se precipitó detrás de mis ojos, mi boca y mi maldito cerebro. Empecé a temblar.

Las voces me llegaban a los oídos en ruidos desordenados, inconexos y sin sentido que me marearon:

—¡No te muevas!

—¡Levanta las manos!

—¡De rodillas!

—¡Arrestadla!

Pero la única voz que me llegó nítida, cercana y más firme que todas fue la de Isaac:

—Sacadla de aquí —ordenó a alguien mientras se ponía delante de mí, interceptando la atención de las armas.

Antes de que pudiera reaccionar, un brazo me rodeó la cintura y tiró de mí hacia atrás con tanta rapidez que, para cuando me di cuenta, ya estábamos fuera de la biblioteca. Elías me alejó de la puerta y se puso delante de mí mientras Thais y Kilian cerraban las puertas tras nosotros. Ambos nos cubrieron las espaldas cuando Elías tiró de mí de nuevo para seguir corriendo, pero me acabé deteniendo en seco cuando doblamos por el siguiente pasillo.

Me ardía el pecho. Y la garganta. Como si se estuvieran quemando. Sentí un dolor sordo y vibrante que se extendió por mis extremidades y que convirtió mi columna vertebral en un pilar de hielo. Y no podía correr. No podía moverme.

Un susurro aterrado brotó de mis labios—: ¿Qué está pasando?

Elías se detuvo conmigo cuando vio que yo me detenía.

—Pues que acabas de hacer que los líderes se caguen en los pantalones, amor. Eso ha pasado —me respondió él, mirándome con incredulidad. Parpadeó pasmado—: De hecho, creo que yo también me he cagado un poco.

Pero yo no me refería a eso. Algo estaba pasando conmigo. Y no me estaba gustando.

—Hay que sacarla de aquí. —Le escuché decir a Kilian detrás de mí.

—No me digas, genio. Yo pensaba volver a meterla ahí dentro con ellos —refunfuñó Elías.

Otra punzada de dolor me perforó el pecho. Encorvé la espalda, encogiéndome sobre mí misma, mientras el ardor se volvía más intenso. Elías, Kilian y Thais me observaron temblar con el ceño fruncido, confundidos y petrificados, y si no fuera porque estaba casi agonizando del dolor les hubiera dicho que movieran el culo e hicieran algo al respecto.

Cuando mis rodillas se flexionaron, Thais me atrapó antes de caerme al suelo y pasó mi brazo derecho sobre sus hombros, apoyando mi peso en él.

—¿Qué le está pasando? —preguntó Elías mientras Thais me guiaba al ascensor.

SEVEN ©Where stories live. Discover now