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"No entendía y sigo sin entender como las personas se declaran de una forma tan fácil, a mí los nervios me comen vivo"

Dos años después...

Después que mi padre habló con la manada y le dio su castigo a los profesores, las cosas mejoraron un poco. Digo, seguían diciendo horrores de mí, pero por lo menos no era constante y siempre trataban de que yo no estuviera presente o que no los escuchara y como yo no quería problemas simplemente los ignoraba.

Mi relación con Agathê había mejorado un poco, seguía igual de nervioso ante su presencia, pero al compartir clases en las que ni Massimo ni Eleonor estaban, me sentaba a su lado. Alguna veces en silencio, en otras, solo me dedicaba a escuchar lo que fuera que me estuviera contando o nos ayudábamos con las tareas. Solo éramos buenos amigos, amigos que se conocían de toda una vida y nada más. Massimo por otro lado en algunas ocasiones se ponía algo pesado cuando se trataba de ella o de llamar la atención haciendo que me fuera imposible estar con la chica que me gusta y mi mejor amigo al mismo tiempo, porque siempre terminaban peleados u ofendidos por algún comentario del otro, mientras que Eleonor y yo estábamos en el medio.

Estábamos en la cafetería, en la hora de almuerzo; después de haber pasado casi todo el día con Agathê, por las clases, decidí almorzar con Massimo. Estaba comiendo tranquilamente hasta que mi acompañante sacó el tema a conversación.

—Kylian, deberías ir y decirle lo que sientes. Se ve que ella está en ese mismo plan. Si no haces algo, lo voy a hacer yo —indicó. Le advertí con la mirada que ni se le ocurriera acercarse a ella—. De esa forma no, hombre —aclaró entre risas—. Me refiero a que voy a ir a donde está ella y le voy a decir que te gusta, pero que eres muy bobo para ir a decírselo... Es más, voy ahora, porque tú, amigo, no vas a hacer nada.

Se paró de la mesa dispuesto a ir a donde estaba la chica que yo no sacaba de mi cabeza desde que tenía memoria.

—Ni se te ocurra decirle nada. —Lo tomé del brazo para pararlo—. Lo haré yo.

Comencé a caminar hacia ella, nervioso, jugando con mis manos mientras miraba el suelo y con el rabillo del ojo a la chica que se había adueñado de mis pensamientos.

—E-este... ¿podemos hablar? —pregunté en un susurro una vez que estuve frente a ella.

—Sí... ¿Pasa algo? —preguntó con esa hermosa sonrisa que se robó todos y cada uno de mis sueños—. Ya te he dicho que no hagas eso, Lian. Te puedes hacer daño. —Tomó mis manos, preocupada, al ver cómo había empezado a rascarme entre la zona del dedo índice y el pulgar. Era ese tic nervioso del que solo ella y mi madre se habían dado cuenta, y ambas intentaban eliminarlo, pero no era algo fácil de hacer. Lo había desarrollado cuando fui creciendo y dándome cuenta de que yo sería el próximo Alpha, y que tendría que ser igual o mejor que mi padre, algo que me aterraba. No me sentía lo suficientemente bueno para hacer algo así. Por otro lado que ella fuera la única que me llamaba así, me encantaba, lo hacía especial.

—P-Perdón... —Genial. Tuve que tartamudear en cuanto ella agarró mis manos para evitar que me hiriera—. ¿Quieres ir conmigo a la montaña hoy? —pregunté nervioso, pero esta vez la miré a los ojos, deseando que me dijera que sí. Sin embargo, ella no respondió. Al contrario; lo dudó, y mucho—. Entiendo... No te preocupes... Y-yo mejo-or... —comencé a disculparme.

Despacio, me solté de aquel dulce agarre, de aquellas suaves manos. No quería hacerlo. No quería irme así. Pero no tenía remedio... Comencé a retroceder con lentitud, peor que en cámara lenta, todavía esperando una respuesta... que no llegó. Miré al frente: mi mejor amigo negaba con la cabeza y me hacía señas para que regresara con ella. Yo negué, cabizbajo. Solo fue cuando lo vi acercarse a mí tan enojado que paré. Él estaba decidido a cumplir su promesa.

Sangre MestizaWhere stories live. Discover now