XI

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"Dicen que cuando sueñas mucho con algo

puede llegar a ser una advertencia,

pero qué pasa cuando lo ves hasta despierto"

Habían pasado años desde que había llegado a este pueblo, Alleghe. Me había costado bastante aprenderme su nombre, pues no era algo que mencionaran mucho.

Por fin lograba mezclarme entre ellos, aunque me seguía resultando incomodo no poder transformarme cada vez que lo deseaba, era un precio que tenia que pagar por haber abandonado a mi manada. Solo dejaba salir a mi lobo en los días de Luna llena y siempre dentro del bosque o en la cueva, lejos del ojo humano.

A Elizabeth la había llegado a querer como si fuera mi abuela de verdad, esa que nunca tuve. Realmente no sabia que hubiera sido de mi vida sin ella. Siempre cuidaba de mi e incluso me hacía tomar sanadvi como si fuera agua, toda una abuela loba. Cuando mi tienda prosperó logré comprar la casa y devolverle todo el dinero que ella se había gastado en el alquiler de dicho lugar.

Algo que por un lado me gustaba y por el otro no, de mi negocio, era que el rumor de que existía un tatuador de tinta natural se había extendido por todo el país, por lo que mínimo una vez a la semana venían personas de otras ciudades y se quedaban hasta que terminara el trabajo. Eso ayudaba mucho a la economía del pueblo en general, pero no a mí, que deseaba pasar desapercibido, lo último que quería era que Sr. Russo se enterara de mi paradero antes de poder tener la fuerza y las habilidades para poder enfrentarlo. Solo esperaba que la voz no siguiera corriéndose y mucho menos que saliera del país porque si Sr. Tran llegaba a enterarse que alguien estaba usando su método para tatuar vendría directo a matarme y dudo poder pelear con ambos a la vez y menos solo.

—Listo. ¿Le gusta? —pregunté alejándome del cliente para que este se parara y fuera a verse al espejo.

—Ahora entiendo porque eres tan famoso, me gusta —comentó el hombre viendo la mariposa monarca tatuada en su piel—. Acá esta el dinero. Veremos cuando vuelvo por el pueblo para que me hagas otro.

—Me alegro de que le haya gustado y gracias —Tomé el dinero y luego de contarlo lo guarde.

Estaba cansado, había atendido clientes desde el amanecer y ya eran como las nueve de la noche. Recogí todo y regresé a la casa que compartía con Eli.

—Buenas noches. ¿Como fue tu día? —Saludé a Eli, dándole un beso en la mejilla.

—Todo bien, mi niño. ¿A ti como te fue? —preguntó señalando el lavaplatos para que me lavara las manos, antes de sentarme a la mesa.

—Bien, hoy termine al hombre que vino de Roma. Ya es la cuarta persona este mes que no es de aquí, y no vamos ni por la mitad del mes. Tengo miedo de que si sigo creciendo llegue a oídos equivocados —confesé preocupado, lavándome las manos.

—Tranquilo, mi niño, ya veras que nada malo va a pasar. Eres bueno en tu trabajo y ahí están los resultados deberías estar feliz y orgulloso por eso —Me alentó Eli, sentándose en la mesa.

—No seria la primera vez en la que todo comienza a mejorar y alguien viene y acaba con eso —susurré sin ánimos.

—Todo estará bien, ya verás —Fue lo ultimo que dijo antes de comenzar a comer.

El resto de la cena fue en silencio. Estuve todo el tiempo pensando en el miedo que me causaba pensar que mi negocio creciera tanto que ese pueblo también callera en llamas.

Luego de bañarme me senté en la mesa que tenía en mi habitación y comencé a dibujar. Primero dibujé mi casa o lo poco que recordaba de ella, debido a que en mi mente solo estaba la casa a lo lejos en llamas, todo recuerdo anterior se había visto reemplazado por aquella horrible escena. El segundo dibujo fue de cómo había quedado la casa según los artículos de la prensa y noticias que hablan de un pueblo que nadie sabía que existía y un día todos murieron antes de que las llamas los consumieran, algunos decapitados, otros sin corazón, nadie había sobrevivido.

Sangre MestizaWhere stories live. Discover now