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"Se supone que debería estar pasando el tiempo con amigos, no atendiendo los problemas de toda una manada".



Veía que la herida de mi padre no se curaba. Por muchos remedios y curas que mi mamá intentaba, la herida seguía igual. Él no se veía nada bien, ni siquiera abría los ojos. La idea de que hubiera sido atacado por uno de mis «abuelos» rondaba por mi cabeza, pero me negaba a creer que nos hubieran descubierto después de tanto tiempo. Por órdenes de mi padre los médicos estaban atendiendo primero a los guerreros que habían sido heridos, porque para él su manada estaba primero, su bienestar iba después, por eso no le gustaba tener ningún tipo de ventaja sobre los demás.

El nudo en mi garganta y mis manos temblorosas se sumaban a las lágrimas que amenazaban con salir. Intentaba ser fuerte, como mi madre, quien a pesar de no sentirse bien, continuaba intentando curar a mi padre, sin dejar ver rastro alguno de aquella mujer destruida por no saber de su esposo.

—Kylian, sal de aquí —me ordenó con voz neutral, sin dejar de atender a mi padre—. Limpia toda la sangre que se haya derramado, báñate y cámbiate de ropa. Seguro las personas de la manada están por llegar. Cuando lo hagan, les dirás que tu padre está bien, que solo necesita descansar. No des más explicaciones y no vuelvas hasta que tengas el sanadvi en la mano para poder curar a tu padre.

—Pero, mamá...

—Pero nada. Ve y haz lo que te digo ahora. —Esta vez, por lo menos pude notar enfado en su voz.

Bajé sin muchos ánimos y me encontré con Agathê, quien intentaba limpiar el desastre que había en la sala.

—Deja eso, Agathê, yo lo hago. Ve a casa —dije tomando el trapeador que ella tenía en la mano, pero ella no lo permitió.

—No, Lian, déjame ayudarte. No tienes porqué cargar con todo el problema que se viene tú solo.

—Es mi deber, Agathê. Además, no deberías estar aquí cuando el caos comience. Aún no es tiempo para que te involucres en esta pesadilla. —Yo no quería que ella viviera lo mismo que mi madre y yo habíamos vivido unas horas atrás. Todas esas personas reclamando con autoridad, como si hubiéramos hecho algo malo, cuando también sufríamos.

—¿Aún no? ¿Por qué? ¿Porque soy una niña? Te recuerdo que tenemos la misma edad. O mejor dicho, que soy mayor que tú por unos meses. Sé perfectamente cómo se van a poner las personas y qué va a pasar cuando abras esa puerta, y no pienso dejarte solo. No quiero que vuelvas a colapsar. —Cuando Agathê se ponía en modo mandón, con ese tono serio y firme, daba miedo. Pensé que tal vez ella sería una mejor líder que yo.

—No tienes por qué cargar con problemas adicionales —susurré, retrocediendo por si las dudas. Lo último que quería era hacerla enojar—. Ya debes tener suficiente con los tuyos.

—No es cargar con problemas adicionales, es ayudar y apoyar al chico que me gusta. Ahora ve y báñate, que así, lleno de sangre, vas a alertarlos más y serán incontrolables —dicho esto me dio la espalda y continúo limpiando.

Quise replicar, pues seguía sin estar de acuerdo con ella, pero si lo hacía sería una discusión sin fin, así que suspiré derrotado y subí a bañarme. Una vez dentro de la ducha, eliminé la coraza que me había puesto y me permití llorar. Llorar de miedo por ver a mi padre así. Llorar por la ansiedad y el terror que me causaba enfrentar a esas personas allá afuera y mentirles diciéndoles que todo estaba bien. Quería gritar, romper cosas, hacer lo que fuera con tal de descargar todo lo que traía dentro. No sabía cuánto más podría aguantar todo eso.

Sangre MestizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora