Capítulo 5

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El ambiente en el club era el de siempre, para los retoños de las elites nada había cambiado, para ellos no tenía importancia que un loco con un chubasquero rompiese el equilibrio de poder entre las bandas. Al ritmo de música machacona, bailaban, bebían y tomaban cristal, sumergiéndose en el humo de la pista y delirando ante el parpadeo de los focos de colores. Celebraban, disfrutando de sus privilegios, sin impórtales que otros sufrieran. Para esos estúpidos mimados que alguien como Sastma se debatiera entre la vida y la muerte era algo que no tenía importancia. Me daban asco.

Uno, rubio, con la nuca rapada y un flequillo que le cubría parte de la frente hasta alcanzar la nariz, vestido con anchas y costosas prendas sintéticas que emitían un débil fulgor con cada movimiento, resbaló y a punto estuvo de apoyarse en mí. Por suerte para él, se pudo agarrar a un taburete. 

El niñato me miró, balbuceó palabras sin sentido, alzó la mano temblorosa y el vaso de tubo que sostenía casi se cayó.

—Tú... Tú eres el nuevo jardinero de papá, ¿verdad? —balbuceó, antes de hacer el amago de tocarme, mientras la baba le resbalaba por la comisura de los labios.

Los músculos de mi cara se tensaron, dirigí la mirada hacia el guardaespaldas del malcriado, le quité el vaso de tubo al niñato y lo apreté hasta romperlo.

—Si no quieres quedarte sin trabajo, vigila al mocoso —le dije al gorila encargado de su seguridad, tras dar unos pasos y encararme con él—. Hoy no estoy de humor para aguantar a ricos estúpidos.

El escolta, que pronunció unas palabras en Nuemco, un idioma casi extinto que hablaban grupos de nómadas más allá de las estepas, apretó los puños y me miró desafiante.

Inspiré despacio y visualicé su rostro empotrado en la barra mientras le reventaba botella tras botella en la cabeza, pero, cuando al guardaespaldas le faltaba poco para disfrutar de mis puñetazos, uno de sus compañeros, que vigilaba a una muchacha castaña, me reconoció, se apresuró a acercarse y lo cogió del brazo.

—Bluquer, perdónalo. —Forzó una sonrisa—. Todavía tiene que adaptarse a nuestras costumbres.

El gigante Nuemco farfulló y maldijo por lo bajo, pero retrocedió ante los tirones en el brazo.

—Vigila a ese —mientras le hablaba al que intervino para evitar la dolorosa muerte del Nuemco, señalé al rubio malcriado—, ha tomado bastante cristal por hoy. Y si intenta tocarme de nuevo, no me contendré.

Me di la vuelta, pasé por al lado del mocoso y controlé el deseo de pisarle la cara y tirar del flequillo hasta arrancárselo. Busqué un rincón del club alejado de la pista, de la barra y de la gente, y esperé a la encargada de seguridad.

Aproveché para monitorizar el custodio, desplegué una pequeña pantalla holográfica por encima de la muñeca y observé las imágenes de los edificios. No captaba nada raro, gente en sus apartamentos, las zonas comunes vacías y las terrazas y las azoteas sin más rastro que el del aleteo de aves nocturnas.

Cambié a distintos modos de visión, modifiqué el vuelo del custodio y aceleré el reconocimiento, pero, aunque las imágenes no me mostraban nada extraño, fui incapaz de quitarme la sensación de que alguien que me vigilaba.

Al ver a la encargada de seguridad hacer un par de señas desde el acceso a la parte más privada y segura del club, reconecté el modo de vuelo automático del custodio, apagué la pantalla holográfica y caminé hacia ella,

—Ya está libre —me dijo, tras apartarse de la robusta placa de metal que servía para abrir y sellar el acceso.

Asentí y anduve por el largo pasillo negro decorado con máscaras tribales de culturas que hacía mucho que ya no existían. Me fijé en las nuevas adquisiciones y sentí cierta envidia al comprobar que había conseguido una pieza preciosa y muy antigua. Nuestra rivalidad en las colecciones se remontaba a años atrás. Cuando ella me superaba, respondía, la igualaba o me ponía por encima. Y esta vez no sería menos, no iba a permitir que me ganara. En cuanto esto acabara, arrasaría el mercado y le demostraría que no tenía nada que hacer.

Cuando muera el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora