Capítulo 6

321 72 559
                                    

Cuando entré en el despacho, Mesyak acababa de iniciar una comunicación con la mujer más poderosa de la ciudad: con el Puño de los jerarcas. Por encima del escritorio, la mitad del cuerpo de la encargada del control de la seguridad de los miembros de las altas esferas estaba representada en un holograma. La melena rubia, recortada en una perfecta simetría a la altura del cuello, contrastaba con las ropas ocres. El dobladillo de las mangas, un poco por debajo de los codos, y la gruesa cremallera medio abierta que cruzaba en diagonal la chaqueta permitían ver una delgada cota de duros filamentos entrelazados. Aunque los llevaba bien, los más de cincuenta años que tenía se notaban y las arrugas de la piel bronceada del rostro daban cuenta de ello. El anillo carmesí que llevaba en el dedo anular emitió un tenue brillo que creó una ligera interferencia en el holograma.

—¿Por qué tanta urgencia? —preguntó el Puño, antes de coger una taza y dar un sorbo a una infusión roja, la más valiosa, agridulce y difícil de encontrar en esa época del año—. ¿Acaso has tenido problemas para trasladar los fondos guardados en el sótano? —Cuando Mesyak iba a responder, la encargada de la seguridad de los jerarcas negó con la mano—. Era una pregunta retórica, no hace falta que respondas. Los fondos están en buenas manos.

Desactivé el casco y terminé de bordear la representación holográfica para detenerme frente a ella.

—Los fondos —dije para mí mismo, tras mirar de reojo a Mesyak y dirigir la mirada hacia el holograma del Puño—. Ordenaste mover hoy los denerios del comercio del cristal. Qué conveniente.

Las arrugas de la edad se marcaron más cuando el desprecio se hizo patente en su rostro.

—Bluquer. —Se calló y dio un sorbo—. Diría que es un placer verte, pero no me gusta mentir. Hoy, cuando me enteré de la explosión, sentí alegría al imaginarte agonizando. —Puso la taza en un plato flotante, chasqueó los dedos y un sirviente le trajo una bandeja dorada llena de cigarrillos azules—. Una lástima que sea Sastma la que esté luchando por su vida y no tú. —Cogió un pitillo y el hombre del servicio le dio fuego—. Esa niña me cae bien. No sé, quizás sea por su enfermedad, por esa extraña tara. ¿Quién sabe? —Observó un instante el pitillo consumirse—. Le tengo cierto afecto, casi tanto como el que le tengo a los cachorros que crío para las peleas. Y eso no cambió ni cuando me enteré de que se acostaba contigo. —Dio una calada, echó el humo despacio y me miró a los ojos—. Si hubiera sido por mí, hace tiempo que Jarmuar se habría enterado de que jugueteabas con su hija y con sus sentimientos.

Mesyak buscó mi mirada para trasmitirme que ella no había dicho nada. Hice un gesto con la cabeza y con la mano para que no se preocupara.

—Pero no dependía de ti —respondí y en su rostro se apreció rencor—. No eres más que una empleada, obediente y eficaz, pero tan solo una empleada.

Movió la mano para que el sirviente se acercara y le apagó el cigarrillo en la frente.

—El viejo no vivirá para siempre, Bluquer. —Guardó silencio mientras el gemido del hombre del servicio se volvía más débil—. Y cuando no esté, en cuanto su hijo tome el control, seré libre para hacer lo que quiera contigo.

Permití que se regocijara unos segundos y que mantuviera su mirada desafiante.

—Cuando llegue ese día, veremos quién gana. Quizás tú, quizás yo. Ya se verá. —Apoyé las manos en el escritorio y me acerqué al rostro holográfico—. Pero, por si acaso, ve rezando para que no te tengas que arrepentir de iniciar la caza de una bestia sedienta de sangre, ya que lo más probable es que acabes despertándote en medio de la noche sintiendo sus fauces en el pellejo arrugado de tu cuello. —Antes de retroceder un paso, disfruté de la rabia de su rostro—. Sabías que el chalado de la máscara atacaría el club, por eso ordenaste que se llevaran los denerios.

Cuando muera el solWhere stories live. Discover now