Capítulo 21

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El vacío del cielo, la oscuridad que se extendía sin fin, me llevó a perderme unos segundos en mis pensamientos. Esa noche, en la que la luna se mantenía oculta, se combatiría por el futuro, por el pasado y por el presente. La existencia de la realidad estaba en juego y no iba a permitir que se extinguieran los ecos lejanos de los universos que aún resistían.

Las explosiones de las estrellas dejaron un legado de caos en mi mundo, la negrura invadió con fuerza las almas de muchas personas y las trasformó en monstruos. El loco, sus modificados, los jerarcas, el Puño y yo formábamos parte de un mismo reflejo, deformado y grotesco, uno que nunca tendría que haber existido.

Aunque había aceptado lo que fui y estaba cambiando, nunca podría desprenderme de las bestias que rugían en lo más profundo de mi ser, las que me recordaban los crímenes y las atrocidades que cometí cuando era el antiguo Bluquer. No merecía el perdón y tampoco lo buscada. Moriría, recibiría mi castigo, pero antes iba a eliminar la basura de la ciudad.

Cerré los ojos y sentí el viento fresco de la noche rozarme la cara.

—Os le debo... —pronuncié un pensamiento en voz baja, recordando los rostros de las personas a las que torturé y maté—. Os debo acabar con este mundo de monstruos y crear uno donde la gente pueda vivir en paz...

Inspiré despacio, abrí los párpados, miré una última vez la infinita negrura del firmamento y caminé hasta la cornisa de la azotea. Modifiqué los visores del casco para detectar rastros de aire ionizado, examiné las calles cercanas y encontré marcas muy débiles.

—Hace bastante que pasó por aquí —le hablé a Ethearis a través del comunicador—. Ha variado sus rutas de patrulla.

Mientras el ruido de fondo se adueñaba de la transmisión, caminé hasta el otro extremo de la azotea y observé un edificio con la fachada recubierta por placas de platino. Las débiles luces anaranjadas de las farolas, que apenas conseguían reflejarse en las gruesas láminas de metal, dotaban a la calle de un aspecto lúgubre.

—Sé que no te gusta hablar por el comunicador, pero al menos podrías hacer algún ruido para saber que me has escuchado. —Un fuerte golpe en el micrófono produjo un punzante pitido; tuve que silenciar la comunicación unos segundos—. Casi me dejas sordo, pero al menos sé que me has escuchado. —Miré la entrada del edificio cubierto por placas—. Voy a entrar, encenderé las señales y calibraré las ondas para que le moleste tanto usar su habilidad que tenga que venir a apagarlas. —Activé los sistemas de distorsión de gravedad y me subí a la cornisa—. Te dejo los fuegos artificiales y te espero dentro.

Apagué la transmisión, no quería terminar de quedarme sordo si a Ethearis le daba por volver a golpear el micrófono, y salté al vacío. Por un par de segundos, antes de que el eje de gravedad cambiara y la pared tirara de mí, me sentí libre mientras caía; fue como si no existiera el peso que cargaba.

—Mamá... —susurré con pesar al recordar lo que me dijo mi yo del futuro, antes de correr hacia la calle, nada más que las suelas de las botas chocaron con el muro.

¿Y si era verdad? ¿Y si podía salvarla? ¿Y si el engranaje tenía el poder de rescribir la realidad y hacer que mis manos no estuvieran manchadas de sangre? ¿Y si había una posibilidad de que Bluqui viviera la vida que le arrebaté y acabara convirtiéndose en el hombre que debería haber sido?

Con las preguntas surgiendo sin cesar, enmarañando mi mente, llegué a la calle, desactivé los sistemas de distorsión de gravedad y avancé rápido hasta la entrada principal del edificio. Empujé la puerta giratoria, entré en lo que en algún momento fue la recepción de una sede oficial, observé los asientos acolchados con fundas de grosor programables, pensadas para adaptarse al cuerpo de cada persona, y caminé hasta el mostrador.

Cuando muera el solWhere stories live. Discover now